El paso al 5G no es una mera subida en la velocidad de transmisión de datos, ya que supone un salto cualitativo lo que es el manejo del internet de las cosas y del internet que conecta a las personas, aparte de suponer un importante esfuerzo inversor por parte de los gobiernos en un aspecto estratégico de los países, como en su momento supuso el control de la energía, o la extensión de las redes telefónicas de hilo.
Gracias al 5G, se podrán conectar entre sí millones de dispositivos, y procesar miles de petabytes de datos en tiempo real para gobernar en remoto desde fábricas a hogares completamente domotizados y ciudades inteligentes (smart cities). Las conexiones 5g son ya 10 veces más veloces que las 4g actuales, pero en el futuro se alcanzarán velocidades 250 veces superiores. Bajarse una película de 1gb desde un pc con conexión de fibra óptica tarda medio minuto; con el 5G, se podrá hacer en menos de un segundo. Además, el 5g puede soportar la conexión de hasta un millón de dispositivos por kilómetro cuadrado, lo que unido a la baja latencia, le convierte en la tecnología ideal para explotar a escala masiva el internet de las cosas y la inteligencia artificial.
La latencia es el tiempo que tarda un dispositivo en ejecutar una orden desde que se le manda la señal: cuanto más baja más rápida será la reacción del aparato que accionemos a distancia. El 5G reduce ese retardo a menos de 5 milisegundos. Esa respuesta instantánea es la que permite que la conducción autónoma sea segura, pero también dirigir a distancia los sistemas de comunicación, seguridad o defensa.
Se ha abierto una tensión geopolítica grandes dimensiones que era de esperar ante la convergencia entre tecnología de comunicación 5G y los algoritmos que manejan la inteligencia artificial. Son un gran poder para las compañías transnacionales y para los gobiernos que las acompañan como son el norteamericano o el chino.
El modelo elegido en la mayoría de los países para su implementación consiste en permitir que los operadores lleguen a acuerdos voluntarios entre ellos para la distribución, colocación y uso compartido de las costosas infraestructuras, casi siempre sobre la base de un operador dominante que permite utilizar sus recursos a los demás operadores.
Pero lo que está en juego es algo más que una correcta utilización de las oportunidades que ofrece la tecnología. También lo está la preponderancia tecnológica. Así lo han entendido en los últimos años Estados unidos y China, ambos metidos de lleno en una carrera para lograr la supremacía tecnológica: la prevalencia de las tecnologías y sistemas que otorga a aquel que logra esa posición una ventaja competitiva indudable a la hora de poder imponer sus intereses geopolíticos, económicos, comerciales o incluso culturales.
El 5G también se ha convertido en arena conflictiva en el que ambas potencias compiten en una guerra comercial, utilizando en ocasiones razones de seguridad nacional que, probablemente, también incluyen una buena dosis de protección a empresas nacionales y disputa por la imposición de la tecnología propia.
Tengamos en cuenta que las guerras del siglo XXI estarán basadas en este tipo de tecnología incluso en el uso de robots soldado o armas por control remoto como ya sucede con los aviones no tripulados lanzamisiles sobre los objetivos con precisión milimétrica cielo.
Ante las acusaciones del gobierno de los EEUU hacia Huawei parece que la pregunta recurrente que nos podemos hacer como sociedad es ¿De quién me dejo espiar?
La indefensión de los ciudadanos es tremenda, no hay más que ver los ensayos del Gobierno Chino en el control de su sociedad, control cultural y político. Estos ensayos pueden ser exportables al resto de la humanidad. De hecho compañías como Facebook y Google, tampoco han sido hermanitas de la caridad en el uso y trasferencia de nuestros datos a los gobiernos y a terceros y, cómo no, en la difusión de noticias.