En el año 1948 el Festival de Locarno premiaba la película de Roberto Rossellini Germania anno zero. La película de Rossellini era una gran parábola que nos mostraba con los trazos de una obra maestra la sima en la que había caído Europa después de la II Guerra Mundial. Había que reconstruir Europa desde sus cenizas. Era una reconstrucción material (Europa, como el Berlín descrito por Rossellini, estaba devastada), pero lo esencial no era eso. Había una gran tarea, una reconstrucción política y económica, basada en otros principios morales y políticos.
Lamentablemente en la construcción europea, primaron los aspectos económicos, sobre los aspectos morales y solidarios. Durante estas décadas Europa ha basado su unión en una cooperativa de egoísmos. Si bien ha habido logros notables en materia de libre circulación de personas y mercancías, no ha dejado de ser bajo una mirada endogámica e interesada. Cada país ha navegado según sus intereses y cuotas de poder: intereses financieros, industriales y armamentísticos, agrarios, turísticos, aunque fuera a costa de los más empobrecidos de la tierra.
Europa se ha dedicado a alargar el colonialismo del siglo XIX con unas prácticas poco solidarias con los países del sur (política agraria común, aranceles,…), y sigue mirando hacia otro lado cuando los empobrecidos mueren en los desiertos y aguas del Mediterráneo. Incluso en medio de tanta injusticia, era incapaz de generar una política migratoria común que tuviera unos mínimos humanitarios.
En esta Europa insolidaria y acomodada aterrizó el virus. Una pandemia afrontada desde Europa como un reino de taifas, sin apenas criterios y apoyo sanitario común.
Anuncian que la debacle económica desatada por la crisis del coronavirus Covid-19, multiplicará por cinco el déficit público de España y elevará la deuda pública a cotas no registradas desde el siglo XIX (según FMI). Esta devastación no deja de ser una aceleración y prolongación de los mecanismos que el neocapitalismo ha puesto encima de la mesa desde la última crisis de 2008. La cifra necesaria para la reconstrucción económica y social, serán miles de millones de euros que, con el aval europeo, deberán salir a los mercados de deuda, y que afrontarán con mucha dificultad algunas de las economías más mermadas del sur, además de los hijos y nietos de estas sociedades.
Además, España sufre sobremanera la excesiva dependencia del sector turístico, con un tejido empresarial débil y con poca capacidad financiera (pequeña empresa). Los políticos de los gobiernos (PSOE y PP), aceptaron el papel de España como país de servicios turísticos en la Europa que se iba construyendo, dejando de lado otros sectores más interesantes a medio y largo plazo. No hay peor corrupción política que una mirada cortoplacista, donde se colocan los intereses de “grupo”, partido, por encima del Bien Común.
Afrontamos esta situación con tres dificultades que no estaban tan presentes en 2008. Una primera cuestión es que los déficits públicos y los niveles de deuda son mucho más altos hoy. Gran parte del dinero del BCE a bajo interés, se había invertido en las grandes empresas y en la banca, que estaban ganando tiempo para el cambio de época que ya se producía. Cambio que se va a acelerar con la presencia del Covid19. En segundo lugar, el auge de los partidos populistas con nutrida presencia institucional en Europa. Y, en tercer lugar, las diferencias entre norte y sur de Europa, agravadas en la anterior crisis. Todo esto sazonado con un empleo más precario de la “nueva economía”, que ahoga a las sociedades y que no permite aumentar los ingresos fiscales de estos países.
Desde la crisis anterior, se hizo más densa la telaraña donde caían y caen los trabajadores y las familias, y que anticipaba la nueva normalidad económica, social y culturalmente hablando. Un nuevo totalitarismo, donde la precariedad, el desempleo y el caos para los más pequeños es lo que permanece y se agudiza. A la par, que unos pocos, se beneficiaban y lucran de esta aceleración del cambio de época, excluyendo a gran parte de la sociedad, y dejándola a merced de las ayudas que puedan emanar desde arriba. Todo un experimento biopolítico de control de las sociedades.
El camino seguido por Europa es un camino equivocado. Europa necesita invertir los valores que la mantienen en esta tremenda hipocresía. Europa ha de abrir sus brazos a la humanidad y a los empobrecidos, promocionando una cultura solidaria dentro y fuera de la Unión Europea. Una cultura cristiana y obrera, una cultura que creyó que la democracia no era solo burocracia, procedimiento y leyes. Una cultura que ponga la dignidad del trabajo en primer lugar. No se puede pensar en una reconstrucción de Europa sin la dimensión moral, con el divorcio entre lo espiritual y lo político. Necesitamos a una Europa que mire más allá de sus muros, sus fronteras e intereses. Unas democracias europeas, que entreguen su soberanía a un pueblo convocado a la plaza pública, a un nuevo diálogo solidario. Transformando una economía que mata, en una economía que libera. Una Europa del trabajo y de la familia, de la cultura de la vida, decidida a rescatar su historia de solidaridad entre los más pobres (movimiento obrero).
El virus nos puede dar un nuevo anno zero, no perdamos esta oportunidad para cambiar de rumbo.
Editorial Revista Solidaria Autogestión nº 135- Accede para descargar extracto