Construir el Bien Común contra la teocracia del dinero global
Este año, Sophie Scholl cumpliría 100 años. Setenta y ocho años después de haber sido asesinada por los nazis, ella y sus amigos de La Rosa Blanca siguen siendo un ejemplo de cómo un insignificante grupo de personas sin cargos ni poder puede poner en jaque al más grande de los totalitarismos.
El primer gran paso para enfrentarse a un totalitarismo es reconocerlo como tal. El nacional-socialismo era el progresismo de su tiempo. Pocos tenían la capacidad de discernir y descubrir su crueldad.
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Pero Sophie Scholl y sus amigos tenían un método.
Primero: aprender juntos a mirar el mundo desde la perspectiva de las víctimas. Traducido a nuestros tiempos significa ponernos en el lugar del refugiado en la patera, del anciano que muere solo, del parado desesperado. Nos revelará la crueldad de nuestro régimen. La mirada nunca es neutra y percibimos la realidad gracias a un aprendizaje social. La mirada animal no necesita de los demás, la mirada inteligente se desarrolla en un aprendizaje social (que intentan usurpar los que nos quieren ciegos).
Segundo: aprender juntos a interpretar lo que vemos. No es un aprendizaje académico. Los educados alemanes no se opusieron a Hitler porque no supieron ni quisieron descubrir sus salvajadas. Sin embargo, los ateneos de la a menudo analfabeta clase obrera española de principios del siglo pasado abrieron los ojos a muchos, ayudándoles a distinguir la Verdad de la mentira oficial.
Tercero: aprender juntos a encarnar el amor a la verdad en la lucha pacífica por la Justicia como algo que da sentido a la vida. Esta lucha nunca debe iniciarse sin los dos pasos anteriores. Sería absurda o terrorista.
Este método sigue válido hoy en día y el “gran poder” monta su parafernalia mediática y consumista para impedir que demos estos pasos: Primero sustituye las víctimas reales por victimismos, después rompe sociedades, familias y sistemas educativos para impedir el pensamiento crítico y, aunque con eso ya no tiene que temer la fuerza histórica del pueblo que cree en la verdad, en tercer lugar, provoca luchas por falsos ideales que dividen y roban la esperanza a la sociedad (los grandes -ismos).
Desde luego, una “verdad” consensuada con este proceso puede seguir siendo mentira (nacionalismos, sectas…) si no se añade un cuarto elemento, el más importante, del “método” de la Rosa Blanca: nunca luchar “por lo mío”, sino por las víctimas como el gran apriorismo humanista contra las manipulaciones relativistas:
La vida humana, especialmente la débil, la que no puede defenderse, es sagrada e inviolable. Ellos se enorgullecían de tener esta perspectiva moral; palabra ridiculizada por los nazis tanto como por los poderes actuales.
La vida humana, especialmente la débil, la que no puede defenderse, es sagrada e inviolable. Ellos se enorgullecían de tener esta perspectiva moral; palabra ridiculizada por los nazis tanto como por los poderes actuales.
Todos los estados funcionan sobre un equilibrio entre lo consensuable democráticamente y lo inamovible, la constitución. La constitución de constituciones es la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU, atacada ahora por neomaltusianos transhumanistas liberales, gaianistas conservadores al estilo de Greta Thunberg o eugenistas que intentan parecer izquierdistas.
En nuestra sociedad, el poder capitalista se centra en cada vez menos manos. En la historia, el derecho, la lucha solidaria y la fe comunitaria han sido los grandes espacios de libertad y de defensa de los pueblos, razón por la que todos los imperios los han intentado subvertir, ridiculizar o aniquilar.
La Iglesia Católica (que significa “universal”) nació y permaneció (con la fuerza moral de los sin-poder) como contrapoder a todos los poderes imperiales, desde el romano al actual, como espacio de libertad y esperanza para los descartados. No por casualidad, el socialismo internacionalista se desarrolló históricamente como respuesta a la globalización del poder en el contexto de la cultura cristiana. Por eso, las persecuciones de la Iglesia empezaron en el siglo I y siguen en el XXI.
Todos los grandes imperios son teocracias que no toleran otros “dioses”; también nuestro tecno-capitalismo progresista. Exigen la adhesión total de sus súbditos y se arrogan el poder supremo de cambiar tanto “lo constitucional” como “lo consensual”, construyendo “mayorías déspotas”, legitimadoras de los crímenes de los poderosos y sus estructuras.
Por tanto, sin el apriorismo de la dignidad inviolable de todo ser humano, sólo existirá la ley del más fuerte.
Sólo podremos construir espacios del bien común en esta sociedad más violenta que el nacional-socialismo (cada año mata a más personas de hambre que toda la segunda guerra mundial en sus campos de batalla) si recuperamos en su centenario el espíritu de Sophie Scholl y sus amigos: mirar la realidad con la perspectiva de las víctimas, discernir entre la mentira y la verdad y encarnarlo en nuestro trabajo solidario y la lucha moral por los demás. Siempre basados en la fe (creyente o humanista) en que el ser humano es sagrado, aprendiendo a amar como a un hermano al diferente, al débil, al que molesta.
Editorial Revista Autogestión nº 137 – Febrero 2021