EE.UU.: el SUPERPOLICÍA del IMPERIO

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Armamento para evitar el paro…Elevar el gasto militar en dos billones de dólares para salir de la recesión económica exige tener enemigos, los cuales recurren al terrorismo ante su inferioridad abismal. En 1998 el gasto militar mundial ascendía a 772.000 millones de dólares de entonces…
En su último discurso sobre el estado de la Unión, el presidente Dwight Eisenhower se refirió al peligro que podía representar para Estados Unidos el crecimiento desmedido e incontrolado del «aparato industrial-militar» que, desde la Segunda Guerra Mundial, se había convertido en una de las principales industrias del país. Fue la voraz demanda de armamento de las Fuerzas Armadas a partir de 1939 lo que sacó a la economía norteamericana de la recesión de los años 30, más que las políticas económicas del ‘New Deal’ de Franklin Roosevelt.

Ronald Reagan empleó una táctica similar -un ‘keynesianismo’ militar; es decir, la inyección masiva de dinero público en un sector de alta generación de empleo- en los 80. Sin embargo, como advirtió Eisenhower, el crecimiento inducido por la industria de la defensa tiene un grave riesgo político: depende de la existencia de enemigos exteriores -reales o ficticios- que justifiquen las enormes inversiones que requiere el desarrollo de armamentos cada vez más sofisticados.

En EE.UU. el ‘lobby’ del sector es especialmente eficaz al tener dispersadas sus plantas industriales por todos los Estados del país, lo que le da una gran capacidad de influencia sobre los representantes de sus distritos electorales en el Congreso. Un ejemplo reciente es el empeño de James Inhofe y J.C Watts, representantes por Oklahoma -donde se produce el obús autopropulsado ‘Crusader’ (11.000 millones de dólares asignados en el último presupuesto del Pentágono) y los de Connecticut, Joseph Lieberman, y de Virginia, John Warner -Estados en cuyos astilleros se fabrican los submarinos clase Virginia (60.000 millones de dólares asignados para una flota de 30)- para ver aprobadas esas partidas a pesar de que los expertos los consideran fósiles de la ‘guerra fría’.

Elevar el gasto militar para salir de una fase recesiva es una tentación para cualquier administración, a pesar del riesgo de activar una carrera armamentista mundial. Pero para la única potencia con intereses globales, apelar a la defensa de una seguridad nacional amenazada, algo que nadie niega desde el 11 de septiembre, es una fórmula política infalible para obtener apoyo popular a los aumentos del presupuesto militar.

Con más de un millón de militares en activo en su territorio continental -y otros 200.000 en 40 países más-, las bases navales, aéreas y del Ejército de tierra son en varios Estados uno de los principales motores de la actividad económica; en el presupuesto de este año recibirán 38.000 millones de dólares para sus misiones de seguridad interna. La competencia internacional -desde el sector automotriz a la electrónica y la aviación- ha provocado que el sector industrial norteamericano haya pasado de emplear el 35% de la fuerza laboral en 1960 a menos de la mitad en 2001.

Pero gracias a los contratos del Pentágono, la industria de defensa es inmune a ese tipo de competencia: con un presupuesto de 2 billones de dólares para los próximos cinco años -mayor que los de los 14 países siguientes- no hay ningún país que pueda equiparar, ni remotamente, la magnitud de recursos económicos y tecnológicos que es capaz de movilizar la superpotencia. Los ataques del 11-S han descartado cualquier posibilidad de reducir el número de militares en activo, de cancelar programas de armamento o de cerrar bases.

El espectáculo ofrecido en Afganistán por la maquinaria militar norteamericana ha dado un vuelco a muchos equilibrios estratégicos y suposiciones políticas que se creían seguras, incluso entre sus aliados. Cristopher Patten, el comisario para asuntos exteriores de la Comisión Europea, ha reflejado esa inquietud en un artículo en ‘The Financial Times’, en el que dice que el éxito de EE.UU. «ha reforzado algunos instintos peligrosos», incluyendo la creencia de que «la proyección del poder militar es la única base de la verdadera seguridad» y que Washington «sólo puede confiar en sí mismo», considerando a sus alianzas como «una opción extra».

La UE sólo gasta el 2% de su PIB en defensa frente al 3% de EE.UU. Pero debido a su atraso tecnológico, incluso si ese nivel se elevara, lo que parece improbable debido a la resistencia de los ciudadanos y los estrictos límites de déficit presupuestarios impuestos por la unión monetaria, los países europeos podrían verse limitados indefinidamente a jugar un papel secundario en zonas del mundo vitales para sus intereses, como los Balcanes u Oriente Próximo.

Henning Riecke, director del Consejo Alemán de Relaciones Exteriores, cree que Europa carece hoy de capacidad para influir sobre asuntos militares, lo que puede hacer irrelevantes sus objeciones a un ataque de EE.UU. contra los países del llamado ‘eje del mal’. El secretario general de la OTAN, Lord Robertson, ha advertido sobre la posibilidad de que en adelante las tropas europeas se vean obligadas a «hacer el trabajo peligroso en medio del barro mientras los norteamericanos hacen la guerra desde el aire». Richard Perle, asesor del Pentágono, es contundente: «Las Fuerzas Armadas europeas se han atrofiado hasta el punto de una virtual insignificancia».

Pero no es sólo el dinero lo que marca la diferencia: la posibilidad demostrada en Afganistán por EE.UU. de aniquilar enemigos por control remoto a través de la convergencia de labores de inteligencia, capacidad tecnológica y poder explosivo, equivale, según el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, a la transformación producida en la estrategia militar por la ‘blitzkrieg’ alemana en los primeros años cuarenta.

Alexander Saveliev, analista de asuntos de defensa de la Academia Rusa de Ciencias, cree que el poder militar de EE.UU «ha cambiado el carácter de la guerra». La única posibilidad de defensa ante sus ataques sería intentar mantener alejada a la US Air Force y esperar que las bajas y el tiempo hagan desistir a Washington. Ambas posibilidades están fuera del alcance de la mayoría de los países del mundo. El peligro es que, ante la impotencia, sus enemigos recurran al terrorismo indiscriminado. El 11-S y el actual conflicto entre israelíes y palestinos ofrecen una seria advertencia sobre ese peligro.

LOS GRANDES COMPRADORES DE ARMAMENTO
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En millones de dólares ( en dólares de 1998).

EE.UU
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281.400 millones de dólares (36 % del total)

Rusia
—–
43.900 (6 % del total)

Francia
——-
40.000 (5 %)

Japón
——
38.500 (5 %)

Reino Unido
———–
37.500 (5 %)

Los Cinco Primeros
————–
440.800 (57 %)

Alemania
——–
32.400 (4 %)

China
—–
27.000 (3 %)

Arabia Saudí
————
26.600 (3 %)

Italia
——-
24.700 (3 %)

Brasil
——-
14.100 (2 %)

Los Diez primeros
—————–
565.600 (72 %)

India
—–
12.900 (2 %)

Corea del Sur
————-
10.200 (1 %)

Israel
——
9.100 (1 %)

Turquía
——-
8.900 (1 %)

España
——-
8.000 (1 %)

Los Quince primeros
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614.700 (78 %)

TOTAL MUNDIAL
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772.000 (100 %)
( 839.000 millones en dólares del año 2002)