Miles de trabajadores rurales viven en condiciones de esclavitud en el noreste del país, atrapados por los grandes latifundistas y bajo la amenaza de matones armados. En el año 2002 se presentaron más de 3.600 denuncias que afectan a 88 haciendas y han sido liberados 1.032 trabajadores. Numerosos testimonios recogidos por la CPT hablan de cómo hay trabajadores que llevan años en esta situación y que ni huyen, ni denuncian por que viven en el reino del miedo. En haciendas del noreste brasileño, cuyos dueños devastan la selva sin piedad, hay seres humanos que viven peor que animales. El último país en abolir la esclavitud la padece aún en tierras donde el Estado brilla por su ausencia e impera la ley del más fuerte. Engañados con la mentira de un trabajo pagado, prisioneros de hecho por quienes los contrataron y amenazados permanentemente por matones, miles de trabajadores viven un calvario. Para estos esclavos la libertad es una quimera. Sólo la recuperarán si consiguen escapar sin una bala en la cabeza.
«Podría pensarse que como ya no queda selva que devastar, no hay mano de obra esclava. ¡Pues no! El 70% de las denuncias viene de haciendas en tierras de pasto. Esto quiere decir que continúan con la práctica de esclavizar aún después de arrasar la selva», denuncia José Batista, abogado y coordinador de la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT), organización de la Iglesia fundada en plena dictadura para apoyar a la población rural que hoy encabeza la lucha contra el esclavismo. En los últimos dos años el número de denuncias ha aumentado gracias a su labor de concienciación entre los trabajadores, quienes ahora pueden comunicarse con alguien cuando huyen.
«Trabajaba en la hacienda Marajoá. Escapé con otros 12 compañeros y llegamos a Marabá, a 200 Km. El trabajo con la motosierra era muy duro, sin días de descanso: cortar árboles y deforestar la selva para abrir caminos. Los pistoleros nos controlaban todo el día». A Domingo Razende da Silva, de 26 años le tiembla la voz al recordar su cautiverio. «Comíamos frijoles y arroz con algún pedazo de carne, cuando cazábamos en la selva. Estuve desde el 30 de abril al 22 de octubre y no cobré un centavo. El dueño nos dijo que si le denunciábamos nos mataría». Razende lleva 24 horas en un local de la Iglesia católica, donde está refugiado junto con otros tres compañeros de fuga. Son hombres corpulentos, de piel oscura, curtidos en tareas duras y con una mirada profundamente triste. «Tengo miedo de volver por que me pueden matar».
Antonio Pereira de 44 años. «Trabajaba de siete de la mañana a cinco de la tarde. Hombres sólo, sin las familias. A veces podíamos llamar por teléfono, luego ni eso». El dueño les advirtió que no les pagaría, que no temía ni a las autoridades, ni al GERTRAF (Grupo ejecutivo de represión del trabajo forzado; de la policía) y que mataría a quien le denunciara.
Gibal Alves, de 32 años fue contratado por una promesa de 80 reales (22,5 $) por cada kilómetro deforestado. Trabajé 41 días sin cobrar, bajo la amenaza de un arma. La malaria, el dengue y otras enfermedades hacen estragos en estas haciendas donde no llegan ni médicos ni medicinas. «Si un hombre enferma, son los propios compañeros quienes te cuidan como pueden por que el amo no hace nada». Domingo, Antonio y Gibal ya saben lo que es la malaria. «Treinta días sin comer ni apenas dormir, pasándolo muy mal».
La media anual de trabajadores esclavizados en los Estados de Pará y Mato Grosso
supera los 2.000, según la CPT que estima en 15.000 los brasileños que viven en esclavitud. En el año 2002 se presentaron más de 3.600 denuncias que afectan a 88 haciendas y han sido liberados 1.032 trabajadores. Numerosos testimonios recogidos por la CPT hablan de cómo hay trabajadores que llevan años en esta situación y que ni huyen, ni denuncian por que viven en el reino del miedo. «Hay dueños muy violentos» dice Antonio. «De palabra y obra». Abundan las historias de pistoleros de gatillo fácil, de trabajadores asesinados y enterrados en las mismas haciendas.
¿Cómo definir el trabajo esclavo? Esencialmente por la falta de libertad y la explotación sin límites. Hay casos en los que los trabajadores no pueden ni salir físicamente de la hacienda. Otros casos de intimidación. Para seducir a los trabajadores el contratante, gato, adelanta una pequeña cantidad de dinero 20, 30, 50 reales. En la hacienda todo es más caro y las deudas del nuevo empleado se disparan. No cobra un centavo, y el endeudamiento acaba siendo el precio de su libertad. Trabajará hasta pagar. Las condiciones son lamentables: come mal, y duerme mal, pasa un calor insoportable de día y sufre un frío polar por la noche.
«Quienes esclavizan son los grandes propietarios que tienen poder económico e influencia política. Difícilmente un latifundista irá a la cárcel por practicar trabajo esclavo» dice el abogado José Batista, de la CPT, quien reclama mejores medidas para combatir la esclavitud. Él mismo salió en 1973 de Minas Gerais con su padre tras escuchar la propaganda de empleo en la deforestación. Crear indiscriminadamente pastos para el ganado en una «tierra sin hombres para hombres sin tierra», decía el lema de la campaña para atraer grandes contingentes de trabajadores a una zona, la Amazonia, que lejos de lo que se decía, no estaba vacía sino que ya contaba con indígenas, garimpeiros (buscadores de oro) y serengueiros (recolectores de caucho).
Muchos trabajadores llegan de lejos en un camino sin retorno. Han hecho viajes de días en camiones desvencijados, y muchos serán asesinados y enterrados en esas prisiones que son las haciendas. La CPT ha llegado a identificar en Marabá unos 500 cadáveres. «El trabajo esclavo comienza cuando el gran dueño llama al gato y le dice necesito tantos trabajadores para deforestar 800 hectáreas», dice José Batista.
Frei Xavier Plasta coordina la campaña contra el trabajo esclavo de la CPT. Este dominico francés no oculta su preocupación por la poca atención que todos los candidatos dedicaron al trabajo esclavo en la reciente campaña electoral. «Parece que es un asunto que no está en la agenda ni en la conciencia de los políticos». Diversos organismos internacionales han alzado la voz pero actúan con ineficacia. El relator de una de ellas, la OIT fue muy crítico con el gobierno: «Ustedes me presentan con mucha satisfacción la actuación del GERTRAF, pero no me dicen cuantas condenas han aplicado».
Mientras las burocracias discuten, miles de hombres, en Brasil, mueren sirviendo para que el ganado coma. Preguntamos: ¿Qué hacen los organismos internacionales, el señor Lula, los partidos y los sindicatos?