Naturaleza cooperativa. La pasión por la verdad.

1980

En este artículo vamos a adentrarnos en diversas áreas del conocimiento científico actual que apuntan, fuertemente, a que los fenómenos y movimientos de la cooperación en la naturaleza, las relaciones (pequeñas o grandes) de ayuda mutua, son intrínsecos, están en su propio ser.

Son además muy abundantes, y generan explicaciones clave en áreas diversas como la teoría de la evolución de la vida, la biodiversidad en la naturaleza e incluso la conciencia humana.

por José Antonio Langa Rosado, catedrático de matemáticas de la Universidad de Sevilla, miembro de Profesionales por el Bien Común. Militante del Movimiento Cultural Cristiano.

LA COOPERACIÓN EN LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN

Martin A. Nowak es profesor de Biología y Matemáticas en la Universidad de Harvard. Su aproximación a la Teoría de la Evolución de Darwin, desde principios de los años 90 del siglo pasado, ha sido desde las matemáticas, aprovechando la potencia computacional de los ordenadores a la hora de simular y analizar modelos matemáticos, en este caso del campo de la Biología. Su tesis principal es que la Teoría de la Evolución debe ser revisada, para incorporar las relaciones de mutualismo, cooperación, o ayuda mutua entre especies como el elemento que explica la riqueza de la vida y su permanente adaptación al devenir del mundo. Tomemos alguna de sus citas:

“Criaturas de todas las clases y de todos los niveles de complejidad cooperan para vivir (…) Por cooperación me refiero a que los competidores en potencia decidan ayudarse unos a otros (…) Esta extenuante capacidad de cooperar [de los humanos] explica en parte que hayamos conseguido sobrevivir en todos los ecosistemas de la Tierra (…). Nuestra manera de colaborar en tanto que humanos es descrita por las matemáticas con tanta precisión como la trayectoria de la manzana que una vez cayó en el jardín de Newton (…)

La cooperación –que no la competición- es lo que alimenta la innovación (…) La cooperación es el arquitecto  de la creatividad a través de la evolución, desde las células hasta los seres multicelulares, los hormigueros, los pueblos y las ciudades. Sin cooperación no puede haber ni construcción ni complejidad en la evolución.

Las implicaciones de esta nueva comprensión de la cooperación son profundas. Previamente no existían más que dos principios básicos de la evolución –mutación y selección-. Para que podamos entender los aspectos creativos de la evolución necesitamos la cooperación como un tercer principio. De la cooperación puede emerger el aspecto constructivo de la evolución, desde los genes hasta los organismos, y de ahí hasta el lenguaje y los comportamientos sociales complejos. La cooperación es el arquitecto jefe de la evolución”.

Desde otra área, pero en el mismo sentido, el Premio Nobel J.C. Eccles, en un magnífico libro explica con detalle la evolución del cerebro en los homínidos hasta desembocar en nuestra especie, capaz de tener consciencia (sin duda unos de los grandes misterios del conocimiento científico). Afirma que, para los primeros homínidos, la creación de lazos familiares, por tanto, de cooperación y servicio compartido, supuso un avance adaptativo fundamental de cara al aumento y robustez de la supervivencia. Es decir, “la estrategia evolutiva óptima para los homínidos fue el núcleo familiar (…); ello produjo un aumento considerable de aquellos núcleos del sistema límbico en el cerebro implicados en comportamientos de amistad y altruismo (…); es el núcleo familiar el comienzo (hace más de 60000 años) de una sociedad altruista” (pág. 106), lo cual fue clave para la superioridad evolutiva de nuestra especie.

EL VALOR DE LO PEQUEÑO

Una de las cualidades sorprendentes en la moderna teoría de los sistemas dinámicos es precisamente la importancia de lo pequeño, el valor de lo pequeño, de las realidades “que parecen que no importan” y que, sin embargo, determinan el acontecer de los fenómenos.  Esta especial atención por lo pequeño, que en épocas anteriores habría sido considerado como despreciable, como no válido, es a lo que conduce el estudio matemático de la Teoría del Caos en Sistemas Dinámicos regidos por Ecuaciones Diferenciales, y que supone un pilar fundamental en el área de las Ciencias de la Complejidad. En efecto, observamos que múltiples fenómenos vivos se mueven “en la frontera” de cambios permanentes, producidos simplemente por pequeñas alteraciones de sus condiciones. Y es ésta precisamente la manera en la que consiguen su estabilidad. Muchos ecosistemas, y el cerebro mismo, parecen trabajar “en la frontera del caos”, en el sentido de que su potencialidad de actuación se basa precisamente en estar preparados a múltiples sucesos, cuya realización depende de pequeñas, a veces insignificantes, variaciones en las condiciones.

Así, lo aparentemente grande a veces no es fruto, ni siquiera de muchas cosas pequeñas, sino simplemente de algunas cosas pequeñas. Es decir, es “la lógica de lo que no se ve”, “de lo que no cuenta”, “de lo aparentemente despreciable”, la que parece estar presentes en multitud de fenómenos, haciendo rica y potencialmente diversa la vida misma.

CREATIVIDAD EN LA NATURALEZA

Vamos a una tercera propiedad intrínseca de la naturaleza, y que nos habla de la creatividad interna que posee la materia (tanto inerte como viva): una especie de libertad organizacional. Por creatividad entendemos la facultad que alguien (o algo) tiene para crear.  Podemos afirmar que la naturaleza “se crea a sí misma” a medida que pasa el tiempo, como si de una ley se tratara. Es decir, la información de cómo será el futuro no está en el presente. Esto supone una revolución respecto a las concepciones del mundo en Galileo, Newton o Laplace, que describían el universo como un reloj perfecto en movimiento armónico, perfectamente predecible.

En lo microfísico, el principio de incertidumbre de Heisenberg, en la base de la Mecánica Cuántica, afirma que una partícula no puede tener bien definidos simultáneamente la posición y la cantidad de movimiento. Es decir, hay un umbral intrínseco en la determinación del mundo cuántico imposible de obviar o superar. La predicción del futuro se hace imposible, no por falta de herramientas de medición, sino por la manera en que el mundo de lo microscópico está constituido. 

Cada momento presente está abierto a escenarios futuros múltiples, y es en este sentido en el que afirmamos la identidad creativa de la naturaleza. Cada instante está preñado de posibilidades múltiples, que se concretan dependiendo de pequeñas realidades.

EL TODO ES MÁS QUE LAS PARTES

La Teoría de la Complejidad afirma, sin embargo, que estos escenarios futuros múltiples no están abiertos a todas las posibilidades; no hay aleatoriedad, sino que de la actuación de lo pequeño-creativo emergen nuevas formas, que no se explican además desde la suma del estudio de las partes del sistema. En efecto, misteriosamente, esta pluralidad de escenarios futuros, marcada por la importancia de lo pequeño, no construye un futuro indeterminado, sino que, por el contrario, normalmente aparece dibujado por una estructura muy precisa que determina su comportamiento. Lo importante ahora es observar la presencia de un objeto de naturaleza  informacional que actúa sobre el sistema completo, y que determina su dinámica futura de manera global, influyendo sobre las partes. Es como si la materia, además de libertad creativa, tuviera una cierta fidelidad en su propia autoorganización y dinamismo.   Estas estructuras de carácter informacional conectan de manera natural a todas las partes del sistema, formando una red de interconexiones, entrelazadas unas con otras de manera cooperativa.

LA FUERZA DE LA DEBILIDAD 

Jordi Bascompte es un biólogo catalán que trabaja en Zurich. Su grupo de investigación multidisciplinar está especializado en el estudio de sistemas mutualistas en Ecología. Es decir, sistemas donde aparecen dos grandes grupos de especies, existiendo relaciones de cooperación entre las especies de los dos grupos. 

La mayor parte de las especies de la red son no generalistas, es decir, tienen relaciones de cooperación “especializadas” solo con un número pequeño de especies del otro grupo. Las especies generalistas pueden ser interpretadas como “grandes servidores” de la comunidad. Es el mismo término además que se usan en las redes de Internet, que también poseen estas características como red compleja. El secreto de que la red sea robusta bajo perturbaciones es gracias a estas especies generalistas, capaces de “recomponer” las posibles crisis. Parece que para que un sistema sea robusto y abierto a la creación de vida (riqueza de la biodiversidad), necesitamos a grandes servidores, y ese es su secreto. Sin embargo, en sus estudios aparece un fenómeno que ellos describen como una “paradoja para la que no tienen aún explicación”. La descripción de este fenómeno le valió a Bascompte un premio nacional en el año 2012 de los tres mejores descubrimientos en todas las áreas en España. El fenómeno “paradójico” es el siguiente: las especies generalistas son propensas a morir, yo diría, a morir sirviendo. Son, en general, las más débiles de toda la red. Muchas otras especies que dependen de ellas, se extinguen con menos probabilidad. La fuerza de la cooperación, que era el secreto para la creación de vida, recae en las especies más débiles. Una vez más, no eran los grandes los que hacían cosas grandes, sino los pequeños, en este caso, los que son tan comunes que son capaces de relacionarse con todos, casi sin especificidades más allá de, por naturaleza, poder dar vida entregando la propia. 

LA RELACIÓN ENTRE LAS CRIATURAS, ESENCIA DE LO CREADO

Cualquier fenómeno real de la naturaleza puede ser descrito a partir de dos entidades: por un lado, las partes que lo constituyen; y, por el otro, las relaciones entre ellas. Ello genera un sistema, que adoptará normalmente la forma de una red compleja caracterizada por nodos (las partes) y aristas (las relaciones). Además, los nodos y las aristas están sometidos al cambio constante a lo largo del tiempo, lo que nos conduce a la descripción de los fenómenos naturales como un sistema dinámico; sobre él pueden fluir torrentes de información (como en internet), o energía (como en una red eléctrica), o materia (como puede ser el sistema de carreteras en Europa).

Vamos a detenernos precisamente en el concepto de relación. Ahí está la clave que lo hace todo nuevo. La ciencia clásica  ha ido adentrándose de manera muy exitosa en la descripción de los elementos y el comportamiento de los “nodos” de la red, pues éstos suelen ser tangibles, hechos de materia o energía, cuantificables, generadores de datos objetivos. Pensemos en una persona y su descripción, sus órganos, su anatomía. Podrían ser grandes nodos, los cuales podemos estudiar separadamente. Pero cada nodo está relacionado con los demás, con los que forma un sistema de interconexiones. Sin embargo, la naturaleza de esta conexiones, que es crucial, no es siempre tangible o fácilmente cuantificable. 

Es obvio, es un dato, que una persona, que en esencia es un ser relacional, está fuertemente influida por las relaciones con el entorno, las circunstancias y, principalmente, con otras personas. El amor hacia mi mujer o mis hijos, el desprecio a otros, mi amor por la patria, mi marco de relaciones con mis vecinos o compañeros de trabajo…  son probablemente las circunstancias que más influyen en lo que define y da explicación a la manera en que yo (el “nodo”) soy y me comporto. Esta determinación por las relaciones no es solo propia de las relaciones humanas, sino que constituye la base para la abstracción en forma de sistema de gran parte de la realidad puramente física, química o biológica. 

Pero, a pesar de ser clave, ¿Cómo se modela el concepto de relación? ¿Cuál es su naturaleza? Si se me permite, ¿de qué están hechas las relaciones?

Desde el punto de vista matemático, cuando tratamos de abstraer, formalizar, modelizar, las relaciones entre nodos, ésta se describe mediante  información,  por ejemplo un producto o una potencia entre nodos. Debemos notar que la relación no se traduce por algo material, o energético, sino que “solo” establece la manera en que los nodos actúan entre sí. Sin embargo, son estas relaciones (traducidas como información) las que determinan fundamentalmente el comportamiento global de los sistemas. ¿Cómo es posible que el comportamiento de un sistema dependa de algo tan intangible, algo que, de por sí, no produce datos científicos (peso, olor, altura, campo electromagnético, curvatura del espacio o del tiempo…)? ¿Hasta qué punto la materia y la energía, y su dinámica, están vinculadas a la información mediante la que hemos traducido sus relaciones?

Recapitulemos, pues tocamos un tema que, por novedoso, encontramos especialmente difícil de exponer. La información ha pasado a ser centro de la nueva revolución tecnológica. A su vez, la información intrínseca de los sistemas parece estar también en el centro de la revolución científica en este siglo XXI. Pero: ¿Qué naturaleza tiene esta información intrínseca? Básicamente, pretende describir del entramado íntimo que parece configurar todo lo real.  

Desde hace unos años un grupo interdisciplinar e internacional de investigadores trabajamos en una aproximación científica al problema de la consciencia humana. Tratamos de desarrollar el marco abstracto en el que una estructura de naturaleza informacional pueda tener cabida, pueda medirse, pueda moverse y, a la vez, explique, como razón causal, el comportamiento observado en la materia, en este caso, en la dinámica global de un cerebro en relación a la consciencia. Observamos, con asombro, que sobre un cerebro físico, tangible, gracias a la dinámica que imponen las relaciones entre sus distintas áreas (nodos), se levanta un universo informacional (descrito matemáticamente) repleto de estructuras extremadamente complejas, mucho más que el mismo cerebro en sí. De manera impresionante, estas estructuras, inobservables por los sentidos físicos, parecen determinan el comportamiento observable por instrumentos tecnológico de alto nivel (EEG, resonancia magnética funcional, tactografía…). A su vez, están encarnadas en los sistemas físicos. Empezamos a comprendemos la manera en que la información, que posee estructura, se entrelaza con la materia. Ello supone uno de los puntos más sorprendentes desde nuestro punto de vista, capaz de intuir la superación tanto de posturas materialistas como dualistas en la descripción mente-cerebro, o cuerpo-alma. El entrelazamiento entre estas dos realidades, de naturaleza distinta pero formando un solo ser indivisible, aparece ante nuestro ojos como algo sensible y razonable.

A MODO DE CONCLUSIÓN

En un magnífico libro, el matemático inglés John C. Lennox, plantea el diálogo entre ciencia y fe en su justa medida. No se trata solo de ver cuánto aporta la fe a una visión científica de la realidad, sino que el verdadero debate es la opción entre una visión simplemente naturalista de la realidad, o la introducción de lo sobrenatural como ontología de todo lo creado. 

El paradigma cientificista, que ha estrechado la concepción del mundo y la persona hasta ahogar a la razón misma, se está llenado de grietas, que anuncian una nueva era. El amor a la belleza, el amor a la bondad, el amor a lo verdadero, hoy pueden seguir siendo fuente de encuentro. La amorosa y contemplativa visión sobre lo creado, puede volver a unirnos, en nuestra responsabilidad común por el mundo y la vida en él. La cosmovisión científica con la que hemos comenzado el siglo XXI posee estas grietas, por donde se deja ver una nueva concepción del mundo y del hombre, que ha de generar nuevos entusiasmos, que habrán de conducir a nuevas creaciones ambientales e institucionales en los distintos campos del obrar humano.

El éxtasis, el placer sereno que experimentamos cuando observamos el universo, la naturaleza, a otros seres vivos y, cómo no, a otras personas, no es más, me parece, que el fruto de la huella que Dios ha impreso en todos nosotros y que nos hace compartir, como si de un eco profundo se tratara, la mirada misma de Dios. Por ello, en toda persona, y en cualquier época, la observación de lo real produce tal fascinación, tal empuje hacia querer descubrir la verdad más íntima de lo que aquello esconde. Porque intuimos que, si nuestros ojos fuesen traspasados por el Amor mismo, toda la penumbra, que aún así nos embelesa, podría transformarse en una esperanza y una alegría plenas aún no completamente experimentadas.