¿QUÉ NOS HACE CAMBIAR a la GENTE del CAMPO?

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La historia nos parece una cosa muy complicada de entender. Hace más de veinte años que un sociólogo escribió un libro titulado La Tercera Ola, en él anticipaba la nueva sociedad que nos iban a traer los ordenadores y todas la nuevas tecnologías de la comunicación. Hoy los hechos nos demuestran que acertó de lleno en su análisis…¿QUÉ NOS HACE CAMBIAR a la GENTE del CAMPO?

Por José Ramón Peláez : sacerdote Diocesano
CASTROVERDE DE CERRATO (Valladolid)

La historia nos parece una cosa muy complicada de entender; a los mayores porque en la escuela nos bombardearon con una cascada de nombres y de fechas (casi siempre los nombres de los poderosos y las fechas de las batallas) y a los más jóvenes porque nunca se la enseñaron. Sin embargo resulta fácil de entender de dónde venimos y a donde vamos si en sencillos esquemas nos explican lo que se llama Filosofía de la Historia. Es decir, una reflexión profunda sobre el sentido que tiene la evolución de los acontecimientos. Un ejemplo de ello nos puede ayudar a entender qué les está pasando a los pueblos y a la gente que vivimos en ellos, y por qué cambia tan deprisa nuestro modo de pensar y de vivir..

Hace más de veinte años que un sociólogo escribió un libro titulado La Tercera Ola, en él anticipaba la nueva sociedad que nos iban a traer los ordenadores y todas la nuevas tecnologías de la comunicación. Hoy los hechos nos demuestran que acertó de lleno en su análisis. Su esquema es sencillo, ve la historia como una sucesión de olas que van llegando a una playa, cada una supera a la anterior pero no la elimina totalmente sino que se sostiene sobre ella y, de alguna manera, la deja pervivir un tiempo en su interior.

Así, comenta como la humanidad ha ido pasando por tres grandes olas o civilizaciones. La primera es la civilización agraria, la segunda la civilización industrial y la tercera la civilización post-industrial o de la información. En España podemos decir que hemos pasado de la primera a la tercera en sólo cuarenta años, de modo que si comprendemos en qué consisten y a qué cambios nos han ido sometiendo, podemos entendernos a nosotros mismos y descubrir el sentido de la evolución que viven nuestros pueblos.

La primera ola es la civilización agraria, hasta ahora la mayor revolución que ha conocido la humanidad, pues consistió en que los hombres dejaron de ser depredadores que vagaban de aquí para allá buscando frutas y caza y comenzaron a ser agricultores y ganaderos, que se asientan en un lugar de modo estable y pueden así desarrollar la escritura y diferentes oficios, artes e instituciones. Esta civilización ha durado miles de años, durante los cuales la tecnología básicamente no ha cambiado (el arado romano, por ejemplo, se ha usado desde tiempos de Roma a nuestros días). La producción es de supervivencia, da para vivir un año y si hay sequía o mala cosecha sobrevienen cíclicamente el hambre y las pestes. Cada año las labores son las mismas y el resultado apenas varía. Esto ha generado una mentalidad estática y localista: normalmente uno nacía y moría en un mundo en el que nada había cambiado y pocos salían de su pueblo en toda su vida.

El desarrollo de la máquina de vapor, después de la electricidad y del petróleo, trajo el nacimiento de la civilización industrial que se caracteriza por la gran fábrica donde se produce mucho y en serie para un consumo de masas. La técnica evoluciona y cambia rápidamente el modo de producción y, por ello, la mentalidad se hace dinámica. Se hace evidente que las cosas se pueden cambiar, y la experiencia en las luchas sindicales del proletariado van a traer una mentalidad solidaria y universalista: los pobres podemos cambiar el mundo asociándonos. Al mismo tiempo, la burguesía capitalista, en su afán por controlar la política y de proteger la producción de sus empresas genera la mentalidad nacionalista (de hecho todos los nacionalismos que padecemos nacen en esta época y se hacen fuertes en las zonas industriales: Cataluña y País Vasco en el caso español).

Aunque en el lenguaje normal contraponemos campo y ciudad, civilización agraria e industrial, debemos notar que esta civilización industrial también la hemos vivido en nuestros pueblos. La hemos visto en tantos paisanos que emigraron dejando el pueblo para ser obreros en la industria. Pero también la agricultura y la ganadería que hemos practicado hasta ahora es de tipo industrial: tractores, cosechadoras, abonos químicos, hervicidas, variedades estándar,… ; grandes naves de pollos o cerdos; toneladas y toneladas de remolacha o miles de litros de leche,… como materia prima de la gran agro-industria.

La tercera ola es la civilización post-industrial en ella el capital más importante ya no son las máquinas, menos aún las materias primas, sino el conocimiento: las tecnología de la información y el diseño, los sistemas de gestión y el marketing para controlar la comercialización. La economía se globaliza: con el algodón que siembran en Perú, se hace un tejido en México, que luego se cose en Vietnam, según un diseño realizado en París, para una industria Gallega, que vende en todo el mundo. Unas pocas transnacionales impone su ley Imperialista en el mercado. Como vemos el mundo se convierte en una aldea global, donde las comunicaciones son en tiempo real y las fronteras se desvanecen. Sin embargo, cada uno pasa tantas horas delante de “su” Televisión o de la pantalla de “su” ordenador personal que la mentalidad se hace rabiosamente individualista; desconocemos todo sobre dónde y quién produce tanto como consumimos.

La producción varía, se impone la flexibilidad (el trabajo fijo es ahora indefinido) y ya no se produce mucho e igual, sino que se diversifica el producto: cada coche, cada nevera, cada móvil,… tienen múltiples variantes dentro de la gama para saciar el gusto de diversos perfiles de consumidores individualistas (pero en el fondo todos igual de consumistas). Las industrias temen los stocks (almacenar mucho producto que tarde más de tres meses en vender). Y esta nueva forma de producción se impone también en el campo. Por un lado cuatro Transnacionales se adueñan del conocimiento: patentes, semillas transgénicas, fitosanitarios, comercialización,… . Se lucha contra los stocks: cupos para evitar excedentes, incentivos para dejar de producir,… Y se desarrolla una producción más diversificada y selecta para unos consumidores que exigen calidad y muestran gustos diversos: denominaciones de origen, productos ecológicos, variedades autóctonas que estaban a punto de extinguiese, huevos sin colesterol,… .

De entre todos los productos el ocio empieza ser la estrella de la nueva civilización (en la primera lo era el pan y el la segunda el automóvil), se extienden los grandes macrocentros con sus multicines, parques temáticos, turismo, zonas de bares,… . Y el mundo rural se convierte en lugar privilegiado en la producción de ocio: senderismo, casas rurales, patrimonio, protección del paisaje, segundas residencias,… .

Como vemos este sencillo esquema nos ayuda a situar tantos cambios que nos hacen exclamar ¡Madre, esto no hay quien lo entienda! También sitúa muy bien que significa tanta casa rural, tanta reforma de la PAC, tanta agricultura ecológica, tanto rescatar las variedades autóctonas y las tradiciones de antaño para potegerlas con denominaciones de origen o declaraciones de interés turístico regional,…. Son signos que anticipan un nuevo mundo en el que ya nos vemos metidos. Son la llegada de la tercera ola. Lo que no parecen ser, así sin más, es alternativos al Imperialismo que la pilota, sino más bien la vanguardia de lo que la Unión Europea y el poder ha planificado una vez más para nosotros..


Un cuento para la reflexión sobre este artículo:

EL CARACOL TENÍA ESPERANZA

Aquel pequeño caracol emprendió la ascensión a un cerezo en un desapacible día de finales de primavera. Al verlo, unos gorriones de un árbol cercano estallaron en carcajadas:
– ¿No sabes que no hay cerezas en esta época del año?.
El caracol, sin detenerse, replicó:
– “No importa. Ya las habrá cuando llegue arriba”.

Moraleja:
“Si no evangelizamos futuro
estamos evangelizando el cementerio”

D. Felipe López, sacerdote burgalés,
miembro fundador del Movimiento Cultural Cristiano.