MONSEÑOR ROMERO nos HABLA de la NAVIDAD

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Este año se cumplirá el XXV aniversario del asesinato de Monseñor Romero. Te ofrecemos una homilia suya sobre la Navidad. El Obispo Mártir salvadoreño escribe: Nosotros, los cristianos, tomemos conciencia en esta noche que Cristo no nació hace veinte siglos, Cristo está naciendo hoy en nuestro pueblo, en nuestro corazón, en la medida en que cada cristiano trate de vivir a integridad el evangelio…´hemos tenido el gusto de recibir el texto íntegro del discurso que el Papa dirigió en la persona de nuestro Embajador ante la Santa Sede el saludo y el mensaje a todos los salvadoreños. Ya nuestra radio extrañó que se hayan publicado esas noticias parciales, tendenciosas, que no reflejan el pensamiento exacto del Papa; el próximo número de ´ORIENTACIÓN´ va a publicar el discurso íntegro y verán como yo he calificado para mí ese discurso, un verdadero regalo de Navidad a nuestra Iglesia, ya que el Papa se sitúa, hablando al gobierno y al pueblo salvadoreño, en la línea en que hemos tratado de situar nuestra predicación: El Concilio Vaticano II, la encíclica ´Populorum Progressio´ y todos los documentos del magisterio actual de la Iglesia´




HOLILIAS de MONSEÑOR ROMERO sobre la NAVIDAD

VIGILIA DE NAVIDAD


24 de Diciembre de 1977

Isaías 62, 1-5
Hechos 13, 16-17
Mateo 1, 1-25

En las lecturas que acaban de escuchar, yo encuentro estos tres pensamientos, que serán como el mensaje de la Navidad: Primero, es cuando el apóstol y evangelista San Lucas hablando de María dice: «se le llegó la hora». Segundo pensamiento, es recoger de las tres lecturas las maravillosas descripciones o calificativos que se hacen de ese niño que nace en Belén; tercera consideración es el llamamiento que la palabra de Dios hace a cada uno de nosotros como colaboradores en esta empresa que Dios ha mandado realizar a su propio hijo.

1º. POR QUÉ ESTA ALEGRÍA

El primer pensamiento, pues, se refiere a explicarnos el porqué de esta alegría de Navidad. Parece como si esta noche, 24 de diciembre de 1977, por primera vez los ángeles cantaran sobre todos nuestros pueblos: «Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres». Y parece como que los hombres escuchan por primera vez con la sorpresa de una buena noticia, lo que los ángeles anuncian en Belén: «Os anunciamos una buena nueva, hoy os ha nacido un Salvador».

Es una hora solemne, hermanos, la que el evangelista hablando de María dice: le llegó su hora, no solamente la hora que llega a cada mujer cuando va a dar a luz a su hijo, sino que ese hijo que va a brotar de las entrañas virginales de María marca una hora tan solemne en el momento de su nacimiento que desde ese punto el mundo se divide, y la historia, en un antes de Cristo y después de Cristo. Antes de Cristo todo era esperanza, promesa, profecía. ¿Tú eres el que ha de venir o esperamos a otro?, le decían a Cristo cuando ya le vieron presente; el esperado de las naciones. Era la esperanza de los viejos profetas y patriarcas la que hoy se hace realidad en el niño que nace y, a partir de Belén, toda aquella esperanza que ha llegado a la plenitud de los tiempos, a la realización de Dios, ya no puede vivir sin Cristo. Desde ese momento, se puede decir lo del Concilio «El Señor de la historia», y aún esa historia que era antes que Él, no ha habido un nacido de mujer del cual se haya hablado con tanta profundidad antes de nacer como de Cristo nuestro Señor. ¿Qué es lo que viene a marcar esa hora de Cristo? Viene a marcar el gran ideal de Dios sobre los hombres: «Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres que ama el Señor». No es que Dios espere de la benevolencia humana como el motivo para ser bueno con los hombres. En esto conocemos que nos ha amado tanto, en que siendo pecadores y viviendo de espaldas a Dios él nos ama y ha trazado un proyecto sobre nosotros los pecadores, el proyecto que el profeta Isaías nos ha descrito esta noche como un reino que va a ser construido por ese niño, un reino con una paz sin límites, un reino sostenido y consolidario con la justicia y el derecho, un reino que durará ahora y por siempre, o como San Pablo lo ha descrito en su carta a Tito que se ha leído, se trata de que este Cristo viene a formarse un pueblo purificado de sus pecados que será su gloria, no sólo en el tiempo sino en la eternidad.

CRISTO EN LA HISTORIA

Hermanos, con Cristo Dios se ha inyectado en la historia, con el nacimiento de Cristo el reino de Dios ya está inaugurado en el tiempo de los hombres. Desde hace veinte siglos todos los años esta noche recordamos que el reino de Dios ya está en este mundo y que este Cristo ha inaugurado la plenitud de los tiempos. Ya su nacimiento marca que Dios está marchando con los hombres en la historia, que no vamos solos y que la aspiración de los hombres por la paz, por la justicia, por un reino de derecho divino, por algo santo, está muy lejos de las realidades de la tierra; lo podemos esperar, no porque los hombres seamos capaces de construir esa bienaventuranza que anuncian las sagradas palabras de Dios, sino porque está ya en medio de los hombres el constructor de un reino de justicia, de amor y de paz.

RETORNARÁ

Estamos en la plenitud de los tiempos. Desde la primera venida de Cristo que marca el origen del cristianismo hasta la segunda venida, a la cual se refiere también San Pablo diciéndonos a los que estamos celebrando la Navidad que, si hoy hay alegría en el recuerdo de aquella espera de Cristo hace veinte siglos, los cristianos deben de vivir la gran alegría, la gran esperanza de que retornará para coronar la plenitud de los tiempos a recoger todo el trabajo de su Iglesia, a recoger toda la buena voluntad de los cristianos, todo lo que se ha sembrado en el sufrimiento, en el dolor, lo recogeremos convertido ya en el reino definitivo que no puede dejar de cumplirse. Vendrá ese reino de justicia, vendrá ese reino de paz, no nos desanimemos, aun cuando el horizonte de la historia como que se obscurece y se cierra, y como si las realidades humanas hicieran imposible la realización de los proyectos de Dios. Dios se vale hasta de los errores humanos, hasta de los pecados de los hombres, para hacer surgir sobre las tinieblas lo que ha dicho Isaías: «Un día se cantará también no solo el retorno de Babilonia sino la liberación plena de los hombres. El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz; habitaban tierras de sombras pero una luz ha brillado».

En esta noche Santa, hermanos, la luz que fulgura en Belén es el signo de nuestra esperanza, no nos desanimemos ante las pruebas de nuestra esperanza, esperemos contra toda esperanza, aferrémonos a esa plenitud de los tiempos, vivamos ese ideal de Dios que tiene que realizarse. La Navidad es un mensaje de optimismo que yo quisiera clavar muy adentro en el corazón de cada cristiano para que esta noche marcara, como la palabra divina nos lo está haciendo, una noche que marque el principio de un reino de Dios que se espera con seguridad.

2º. CRISTO, EL CONSTRUCTOR DEL REINO

¿Por qué? Este es mi segundo pensamiento; no lo vamos a hacer nosotros los hombres, ese reino ya lo está construyendo Cristo. Hemos oído con qué belleza nos ha descrito el profeta Isaías la bella figura de Cristo Nuestro Señor. Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, lleva al hombro el principado y es su nombre maravilla de consejero, Dios guerrero, padre perpetuo, príncipe de paz, para dilatar el principado con una paz sin límites, sobre el trono de David, y sobre su reino. Cuenta la historia que cada vez que un descendiente de David era ungido como sucesor en el trono que Dios había prometido mantener, se pronunciaban como un ritual estas palabras de Isaías, en las cuales no era propiamente el hombre que se coronaba en el trono de David el que iba a realizar este proyecto de Dios, sino que se pensaba en la profecía. Todos los reyes de la dinastía davídica tenían un ideal y se realizaría no con un simple hombre de la historia, sino cuando ese hombre fuera, al mismo tiempo, un Dios, Emmanuel, Dios con nosotros; de tal manera que los reyes de Israel y de Judá sabían que ellos eran muy limitados, pecadores, imperfectos, y que ningún rey, ningún gobernante, puede realizar la plenitud del proyecto de Dios. Y la Iglesia y el reino de Dios será el que le toca criticar, concientizar, analizar, que a los reinos de la tierra todavía les falta justicia, les falta paz, les falta eficiencia, y sólo cuando el rey verdadero anunciado por Dios, Cristo, sea verdaderamente el rey de todos los corazones, entonces habrá ese reinado que Dios proyecta. El rey ideal nunca se realizó en el trono de David hasta esta noche en que pudieron cantar los ángeles las palabras del profeta: «ha nacido ya el niño y sobre su hombro está ya un reinado de paz, de justicia y de amor».

JESUCRISTO, EL SEÑOR

Sólo Cristo lo puede dar, por eso también leemos en la segunda lectura, donde San Pablo define a este Cristo, esta Navidad, como la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo. En esta noche, hermanos, nos acercamos a una cuna que no es la de un niño, es la de un Niño Dios y, ante esa cuna, esta palabra de San Pablo debe ser la iluminación de nuestra fe, confesión de su divinidad: «Es el gran Dios y salvador nuestro que ha nacido: Jesucristo». Y por eso también en el evangelio, cuando los ángeles van a anunciar a los pastores al recién nacido en Belén lo describen así: «os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor». Miren que tres bellos nombres: «os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor». Mencionar «Señor» en aquellos tiempos en que se escribió el evangelio era dirigir un reto a los ídolos de la tierra. Para el cristiano no hay mas que un Señor, ha nacido hoy y hemos de adorarlo, al único Señor ante los hombres, ante el cual los hombres deben doblar las rodillas; ante ningún otro Señor de la historia ni del tiempo; Cristo es el Señor, Cristo es el Mesías, Cristo es el Salvador.

3º. LO QUE DIOS ESPERA DE LOS HOMBRES

Y finalmente, hermanos, si éste es el proyecto de Dios y su propio hijo es el artífice de ese proyecto, no quiere hacerlo solo. El tercer pensamiento de este mensaje navideño es traducir de la palabra divina lo que Dios espera de los hombres. Lo que Dios encuentra muchas veces es la oposición, es el desprecio de Dios; y aquí en la lectura de Isaías encontramos cómo las sombras que se cernían sobre aquella región de tinieblas era precisamente el fruto del atropello que los hombres hacían. Pero ya anuncia Isaías: «la vara del opresor, el yugo de carga, el bastón de su hombro los quebrantará como en día de Madián. La bota que pisa con estrépito y la túnica empapada de sangre serán combustible, pasto de fuego». No es el triunfo de la grosería ni de los hombres lo que va a prevalecer; está profetizado que los hombres también que se oponen al reino de Dios servirán para manifestar más el esplendor de la gloria de Dios y se convertirá en combustible de incendio todo aquello que se opone al reino de Dios.

TODOS, INSTRUMENTOS DE SU REINO

En cambio, encontramos en la lectura del Nuevo Testamento, el evangelio y San Pablo, cómo hasta los hombres que ignoraban a Cristo Dios los hace instrumentos de su reino. Oyeron cómo comenzó el evangelio de hoy: «Salió un decreto del emperador Augusto y un censo que hizo Cirino gobernador de Siria». Los gobernantes, los grandes de la tierra, son instrumentos de Dios. ¿Quién le iba a decir al imperio romano que toda su grandeza iba a terminar aquí, de rodillas ante la cuna del Niño Jesús? ¿Quién le iba a decir al emperador Augusto que su orden de irse a empadronar cada uno a su pueblo de origen iba a ser obedecida por José desde Nazaret y María para que Cristo cumpliera una profecía, nacer en Belén?. Los hombres, aún sin saberlo, somos instrumentos de Dios, pero, cuando el hombre no se opone a Dios y no ignora a Dios sino que se hace conscientemente instrumento de Dios, es María, es José, es el grupo de pastores, es Pablo apóstol, es la Iglesia, somos los cristianos, que habiendo recibido en el bautismo la incorporación a este pueblo santo que Cristo se está formando para hacerlo presente en todas las horas de la historia, tenemos que escribir estas consignas que nos da San Pablo hoy.

¿DE QUÉ GRUPO SOMOS?

Trae Dios la salvación y nos está enseñando a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos y a llevar desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dichosa esperanza. Hermanos, esta es la llamada de Dios en esta noche. Cómo quisiera yo ir acercándome a cada corazón para preguntarle: ¿a cuál de estos grupos humanos perteneces en esta noche santa? ¿a los que se oponen a Dios y siembran tinieblas en la tierra? ¿a los que desconociendo a Cristo le sirven sin saberlo de instrumento de su reino como el emperador y los grandes en tiempo de Cristo?. Ojalá sean mas bien como el tercer grupo, el de la Virgen, el de los pastores obedientes, el de los que acuden al llamamiento del Señor.

CRISTO ESTÁ NACIENDO HOY

Nosotros, los cristianos, tomemos conciencia en esta noche que Cristo no nació hace veinte siglos, Cristo está naciendo hoy en nuestro pueblo, en nuestro corazón, en la medida en que cada cristiano trate de vivir a integridad el evangelio, la vida cristiana, las consignas de la Iglesia verdadera de Dios, en esa medida cada uno de nosotros es como el apóstol, es como María, es como el pastor que da gloria a Dios, canta la alegría de haber conocido a Cristo y trata de llevar esa noticia a otros como los pastorcitos de Belén. Para esto es necesario convertirse sinceramente a Cristo, convertirse al amor que nos visita, hacer eco a la bondad infinita de Dios que nos trae la redención; no rechazarla, no ser tiniebla, ser corazón abierto como una cuna para que nazca Cristo en cada alma esta noche y desde entonces se inunde de luz cada corazón para cantar con los ángeles el anuncio que tenemos que llevar a todos los hombres, a toda la sociedad, a toda la patria: «Os ha nacido un salvador». Hermanos, desde este mensaje de la gloria de Dios, de la paz a los hombres, quiero decirles respaldado por la palabra divina: ¡FELIZ NAVIDAD!

Vamos a pronunciar ahora de manera especial nuestro Credo.




CRISTO, MANIFESTACIÓN DE DIOS Y EL HOMBRE.
LA IGLESIA, MANIFESTACION DE CRISTO
NAVIDAD

25 de diciembre de 1977
Isaías 52, 7-10
Hebreos 1, 1-6
Juan 1, 1-18

Hoy llega a nosotros la noticia del nacimiento de Cristo a través de su Iglesia. Cómo María, como nos cuenta el evangelio, al irse los pastorcitos que vinieron invitados por los ángeles a adorar al Niño Jesús, María se quedó reflexionando todo esto en su corazón. Para una comunidad cristiana la Navidad no tiene sentido si no es a base de una profunda reflexión, por eso para muchos cristianos la Navidad no es más que una fiesta que se espera y que luego pasa efímera, como la pólvora que se quema, y no deja más que basura en las calles. Para el cristiano es algo más que un cohetillo, es la gran noticia que debe reflexionarse y comprometer al hombre con este episodio en que Dios se hace hombre, no en una forma transitoria, sino para siempre, y el hombre debe también reflexionar ante el Señor.

Ese Cristo en Belén lo podemos representar hoy en esta homilía con este título: Cristo manifestación de Dios, Cristo manifestación del hombre y en tercer lugar, la Iglesia manifestación de Cristo.

PROLONGAR LA ENCARNACIÓN

Por eso la Iglesia, que prolonga la encarnación, o sea el Dios hecho hombre, no puede prescindir de la historia. Desde aquel momento Dios ha asumido la humanidad y ha dejado ese encargo de seguir asumiendo hacia Dios a todos los hombres, a la Iglesia, la cual, por tanto, peregrina en la historia, va recogiendo, no puede dejar de vivir las circunstancias en las cuales ella va prolongando esa encarnación. Por eso hermanos, estas noticias en las cuales yo reflejo lo más sobresaliente de la semana, no es con el afán de hacer aquí un noticiero. Lo hace mucho mejor cualquier instrumento de comunicación social, sino que es simplemente decirles a todos mis queridos hermanos, que vivimos en esta semana, en esta hora, que esta Navidad de 1977, siendo la eterna Navidad de Cristo, se ha vivido aquí en El Salvador en estas circunstancias de las cuales no podemos prescindir.

NAVIDADES TRISTES

Así es como tienen un sentido profundo, en medio de tarjetas y telegramas de Navidad, me hayan llegado cartas que son lamentos profundos, por ejemplo de aquellas madres y esposas que «en esta celebración de Navidad que con júbilo espera todo el pueblo cristiano, nosotras expresemos no una Navidad sino el profundo dolor de un calvario al albergar en nuestro corazón esa separación insuperable de nuestros hijos y esposos». En otra carta parecida dice: «Estamos angustiadas y tristes por el llanto de nuestros hijitos que a cada momento que se despiertan en la noche están llamando a sus padres y de ellos no nos dan ninguna razón en los cuerpos de seguridad». Y cartas de expresión así dolorosa, pues, son muchas las que llegan. Por nuestra parte hemos tratado de hacer todo lo que está a nuestro alcance recurriendo a recursos jurídicos y estamos dispuestos siempre, pues, a ayudar el dolor de la humanidad.

También cartas que llegan de los campos donde hoy se trabaja en cortas de café, etc. para denunciar anomalías, injusticias de mandadores, de caporales, etc. contra comida mala, a horas tardías, con la discriminación de los que van con ese nuevo título de ayuda, maltrato a quienes van a veces a buscar trabajo.

TAMBIÉN LOS TRABAJADORES

Tampoco queremos olvidar, hermanos, en estas injusticias la poca promoción de algunos trabajadores y queremos decir, pues, también a ellos, un reclamo de promoción. También ellos cometen injusticias entre ellos mismos, cuando se roban unos a otros, cuando malgastan su salario y descuidan sus deberes de familia; tanto unos como otros, en esta injusticia, tengan en cuenta esta voz de la iglesia pronunciada en el Concilio Vaticano II. «La Iglesia, a la vez que reconoce que el progreso puede servir a la verdadera felicidad humana, no puede dejar de hacer oír la voz del apóstol cuando dice: «No queráis vivir conforme a este mundo», es decir, conforme a aquel espíritu de vanidad y de malicia que transforma en instrumento de pecado la actividad humana ordenada al servicio de Dios y de los hombres».

Si tuviéramos siempre en cuenta, en todos los trabajos, tanto los patronos como los servidores, que todo hombre trabaja para gloria de Dios y para paz de los hombres, el canto de Belén, qué hermosa sería la humanidad, el trabajo; las diferencias mismas de pobres y ricos no serían barreras de odio ni de resentimiento sino que serían cadenas que aman en la fraternidad.

NOTICIAS OPTIMISTAS

Quiero también mencionar una serie de cartas de otro estilo, muy optimistas. Yo quiero agradecerles a quienes acogieron la invitación para celebrar una Navidad con un sentido de más caridad cristiana. Así tuvimos por ejemplo el gusto, ayer, de recibir de la comunidad cristiana de San Antonio Abad una colecta para los hogares donde han desaparecido los hombres que los sostenían. De la comunidad de San Marcos, un sobre con setenta colones diciendo que han hecho una cena más frugal para dejar a beneficio de más gente necesitada. Donativos para la viuda que quedó con nueve hijos en Dulce Nombre de María, grupos de empleados que entregaron parte de su sueldo y de su aguinaldo y reflexionan que el tiempo no está para lujos y gastos, sino para ayudar al necesitado. Me llenó mucho el corazón el haber estado en un grupo de jóvenes, muchos de ellos eran protestantes, muchos católicos, pero en una fraternidad en Cristo; dijeron que querían aprender a celebrar un nuevo estilo de Navidad, en que se reflexionara en el amor inmenso de Cristo y en el compromiso que pide a los jóvenes en esta hora de la historia. Esto, hermanos, es para que nos llenemos de júbilo de que hay sentimientos muy nobles y esto ha hecho ya posible la creación de un fondo de beneficencia en nuestra Arquidiócesis para necesidades de emergencia.

OTRO REGALO NAVIDEÑO

Finalmente, también en esta semana, hemos tenido el gusto de recibir el texto íntegro del discurso que el Papa dirigió en la persona de nuestro Embajador ante la Santa Sede el saludo y el mensaje a todos los salvadoreños. Ya nuestra radio extrañó que se hayan publicado esas noticias parciales, tendenciosas, que no reflejan el pensamiento exacto del Papa; el próximo número de «ORIENTACIÓN» va a publicar el discurso íntegro y verán como yo he calificado para mí ese discurso, un verdadero regalo de Navidad a nuestra Iglesia, ya que el Papa se sitúa, hablando al gobierno y al pueblo salvadoreño, en la línea en que hemos tratado de situar nuestra predicación: El Concilio Vaticano II, la encíclica «Populorum Progressio» y todos los documentos del magisterio actual de la Iglesia.

MANIFESTACIÓN DE UNIDAD

Así, en esta semana, la Iglesia ha tenido también consuelos, alegrías como son el esfuerzo edificante de unidad cristiana entre los católicos que estaban un poco divididos, allá en San Antonio Abad, y con gusto hemos sabido que celebraron ya juntos su Navidad en el templo parroquial.

También es un testimonio de solidaridad con la unidad eclesiástica la celebración del patrón San José en Quezaltepeque. Era todo un pueblo y peregrinaciones venidas de diversas partes, que repudian aquello que por desgracia están apoyando las autoridades del pueblo, el cisma, pero la Iglesia que no necesita de templos materiales ni de personerías jurídicas, sino que vive la realidad del cuerpo místico de Cristo, en la unidad con sus verdaderos pastores, demostró en Quezaltepeque que está muy fuerte esa unidad con su verdadero párroco, el padre Roberto.

En Cojutepeque tuvimos una reunión para laicos, donde tuvimos el gusto de ver como se va promoviendo este sector, el más populoso e importante de la Iglesia, que son los seglares, ustedes los laicos.

Ese mismo día, el martes, tuvimos el gusto de felicitar en su propia oficina al grupo de locutores y trabajadores de esta emisora Y.S.A.X. Es el día del locutor y quisimos expresarles nuestro cariño, nuestro agradecimiento, así como ellos nos expresaron su solidaridad y colaboración.

También en la parroquia de Santo Tomás, celebramos el 21 fiesta del patrono, sacando del evangelio el mensaje tan oportuno para nuestros tiempos que nos da Santo Tomás, como cuando dice a los otros apóstoles miedosos de ir con Cristo a Jerusalén: «vayamos con Él y si es necesario muramos con Él.»

El movimiento ecuménico celebró esta semana una reunión para estudiar un documento de solidaridad con la Iglesia Católica; yo les agradezco, lo mismo que para preparar los ocho días de oración, que por tradición se celebran del 18 al 25 de enero, por la unidad de todos los cristianos del mundo.

La vida religiosa también ha tenido una expresión muy bella en esta semana en la Arquidiócesis. Una comunidad de religiosas Betlemitas se prepara para ir el 6 de enero a tomar posesión de un pueblo sin párroco, El Paraíso, en Chalatenango.

Y quiero alegrarme también con las comunidades de Zacamil y Cantón San Roque de Ayutuxtepeque, donde unas dos noches de esta semana celebramos las alegrías navideñas y el mensaje de Cristo Dios y hombre. Finalmente, hermanos, quiero recordarles que el 4, 5 y 6 de enero, vamos a celebrar las jornadas por la paz que quiere el Papa; analizaremos su mensaje al mundo y celebraremos así en la Arquidiócésis y en el país el precioso lema: «No a la violencia, si a la paz». Y este no a la violencia queremos también decirlo en esta semana cuando hemos tenido las noticias de un nuevo secuestro en el señor Safie, y pedimos al Señor, pues, que cese toda violencia y que impere ese imperio de paz, de confianza, de justicia, por el cual aboga nuestra Iglesia. Y es que nuestra Iglesia, queridos hermanos, es precisamente la prolongación de Cristo encarnado en Belén.

Vivamos esta reflexión de esta mañana en estos tres puntos:

1º. CRISTO QUE NACE EN BELÉN ES LA MANIFESTACIÓN DE DIOS ANTE LOS HOMBRES

Nos ha dicho hoy San Juan en ese hermoso prólogo: «En el principio ya estaba la palabra en Dios, y por esa palabra fueron hechas todas las cosas». Toda la creación comenzó a existir, su existencia se la dio la palabra de Dios. De modo que esa palabra de Dios, que es Dios omnipotente hablando, ya existía, y él le dio el ser a las cosas, y en las cosas creadas, Dios se revela como cuando yo me revelo hablando, yo hoy estoy reflejando mi propio pensamiento y cuando ustedes hablan, dicen la palabra que refleja su propio ser. Y Cristo decía: «de la abundancia del corazón habla la boca». El hombre bueno habla cosas buenas, el hombre que tiene en su corazón abundancia de maldad habla solamente cosas malas. Dios, que es la bondad infinita, misterio escondido, nadie lo puede ver ni oír, habla, y dice: háganse las cosas. Se hace el sol, se hace la naturaleza y en la belleza de las cosas, en el orden, en la grandeza, en la hermosura de todo lo creado, sentimos una huella de Dios, una palabra, un eco de Dios. Por eso decía San Pablo: los Romanos que no quieren creer en Dios son imperdonables porque Dios se le descubre en la creación.

DIOS NOS HA DICHO TODO

La creación, pues, fue hecha por la Palabra, esa palabra eterna de Dios, cuando vino a hacerse hombre. Recuerdan cuando en el ángelus rezamos «El ángel del Señor anunció a María y el Verbo, la Palabra, se hizo carne y habitó entre nosotros». Entonces la palabra de Dios ya no es una palabra que se refleja en un mundo natural, es una palabra que viene a reflejarnos su vida más íntima, viene a decirnos que en Dios hay un hijo y que ese hijo, palabra eterna de Dios, toma forma humana. Y cuando lo vimos pasar por esa tierra, San Juan escribe: «Hemos visto la gloria de Dios en Él». Cristo es la Epifanía de Dios. Cuando en la última cena un apóstol le dice: «Señor, muéstranos al Padre», Cristo le dice, «Felipe, tanto tiempo he estado con ustedes y no me conocen. Quien me conoce a mí, conoce al Padre». Qué hermoso es pensar que en Cristo tenemos una revelación de la Verdad infinita, Dios nos ha dicho todo cuando nos ha dado toda su palabra. Por eso en la epístola de hoy de los hebreos, qué elocuente comienza diciéndonos: Dios que había hablado antes por los profetas, ahora nos ha hablado en su propio hijo, ya no tiene nada que decirnos, ya no son mensajeros separados como fueron los profetas, que venían a decir algún rasgo de la revelación de Dios: «esto dice el Señor».

LA IGLESIA POSEE A CRISTO

Ahora viene el mismo Señor, su misma palabra. Ya la verdad la poseemos en toda su integridad los cristianos que aceptamos a Cristo, aun sin comprenderlo, como cuando recibimos de un sabio una palabra que no la entendemos, pero decimos: la ha dicho él y basta. Así también, como cuando un niño recibe de su papá una palabra, es la suprema autoridad y dice: lo ha dicho mi papá, mi mamá lo ha dicho, y ésta es la máxima autoridad; el amor con que se lo dice, no le quiere engañar. Cuando Cristo aparece en Belén, la humanidad puede decir: nos la ha dicho nuestro Padre, en Cristo, que es su palabra eterna; nos lo ha dicho todo. Y cuando Cristo después de tres años de educar a sus discípulos se va a despedir, les dice: «Muchas cosas os he enseñado, pero tengo muchas otras cosas más que no las podéis captar, os enviaré el espíritu de la verdad para que os vaya diciendo todas estas cosas». Y así va la Iglesia por el mundo, ella posee a Cristo y ahí lo tiene todo, pero no lo usa todo porque no lo necesita todo de un solo golpe. A medida que van llegando las circunstancias, ese Verbo le dice a la Iglesia la palabra oportuna que hay que decir, ante los inventos modernos, ante los progresos de los hombres o ante los atropellos de la dignidad humana, ante las circunstancias difíciles de los tiempos, allí tenemos la palabra encerrada en la Iglesia y el espíritu de Dios nos lo revela: ¿qué hay que hacer? ¿qué hay que decir en esta circunstancia?.

CRISTO VIVE EN SU PUEBLO

Por eso, hermanos, yo les agradezco cuando en solidaridad con la Iglesia dicen: estamos pidiendo al Espíritu Santo que le ilumine, que diga lo que hay que decir, y cuando sentimos que en el pueblo hay un consenso, hay una alegría, hay un amor, hay una unidad, decimos nosotros: esto no puede ser otra cosa que la palabra de Dios que habla, Cristo que vive en su pueblo. Este es el gran misterio de ese Cristo que es palabra, que es vida de Dios y ha venido a hacernos su verdad, su vida, como dice el Concilio que «el misterio del Padre y del amor suyo se revela en Cristo». Sí, en Cristo se revela el misterio del amor, cómo nos ha amado. Cuando el apóstol escribe: «De tal manera amó Dios al mundo que le dio a su propio hijo». ¿Qué padre entrega a su hijo para que quede salvo un prisionero, un esclavo? Esto lo ha hecho el Padre Eterno, nos dio a su hijo, su Palabra, su vida, y en Cristo nosotros podemos recuperar esa vida de Dios. Se perdonan los pecados porque Cristo se hizo precio de nuestra deuda y todos podemos morir con la esperanza de un cielo, porque Cristo nos ha ofrecido abrirnos esa puerta del cielo aunque seamos pecadores, con tal que nos arrepintamos, que nos convirtamos y nos volvamos a Él: «yo soy el camino la verdad y la vida».

APRENDER DE MARÍA LA FE

Cristo, pues, es la Epifanía de Dios, la manifestación de Dios, la revelación de Dios. Cuando miramos al niño Jesús en los brazos de María, elevemos nuestra mente, necesitamos la gran virtud de la fe. María la necesitó para ver en aquel niño que alimentaba en sus propios pechos no un niño cualquiera, sino la encarnación de un Dios, y en su niño Jesús, María adoraba la verdad, la vida eterna, el Dios hecho hombre. Por eso María, la Virgen, tiene que ser el modelo de los cristianos que celebran la Navidad, si quieren de veras ahondar en el gran misterio del Dios, del Padre, del amor, de la vida, de la verdad, que se hicieron carne. Se hace carne, es como la antítesis más marcada, como lo más opuesto, Dios-la carne; Dios infinito, la carne limitada, y el Dios infinito se encierra en un hombre que pertenece a un pueblo y a una historia, y quiere continuar ese misterio como lo vamos a ver después en cada uno de nosotros.

2º. CRISTO, REVELACIÓN DEL HOMBRE

Pero antes quiero decirles mi segundo pensamiento: Cristo así como es la revelación de Dios, es la revelación del hombre. Oía cuando entrábamos a la misa que un seminarista les estaba leyendo el n. 22 del documento «Gaudium et Spes» o sea del diálogo de la Iglesia con el mundo actual, redactado por el Concilio Vaticano II. Y allí dice en ese número que el misterio del hombre ya no se puede descifrar si no es en Cristo. Cristo revela el hombre, al mismo hombre. Sin Cristo, el hombre es un absurdo. ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿de dónde vengo? ¿para dónde voy? ¿qué significa mi inteligencia, mi capacidad de amar, de ser libre? ¿qué significan todos estos bienes que Dios ha puesto bajo mis pies?. Cuando se olvida uno de Cristo, convierte todas esas capacidades humanas: inteligencia, libertad, amor, capacidad de dominar, de organizar la tierra, en un sistema de opresión, de esclavitud, de odio, de venganzas. Cuando lo mancha el pecado, este retrato de Dios que es el hombre, no hay cosa más horrible. Pero cuando en Cristo volvemos a descubrir que es hombre, comprendemos lo que nos ha dicho hoy San Pablo en la carta a los Hebreos.

EL HOMBRE SELLADO POR DIOS

Impronta. Impronta es el sello, un sello que se pone en un papel. Deja la misma figura del sello, esa figura del sello es Cristo, el sello es Dios. Él ha marcado, pues, la imagen de Dios, y cuando Dios dijo «hagamos al hombre a nuestra imagen» quiso decir «el hombre sea como nuestro sello en la creación». Ya ese sello solamente se descubrirá cuando vuelva la impronta, el sello auténtico, el original de Dios, el Verbo en el que se refleja la esencia divina hecha hombre, es el hombre perfecto, es el hombre de las virtudes humanas, cristianas, celestiales, en el cual cada hombre tiene que reflejarse a sí mismo si quiere ser digno a su dignidad de hijo de Dios. Ya el hombre no encuentra el sentido de su vocación sino es en Cristo, Cristo dijo: «Yo he venido, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de mi padre que me ha enviado». Y el hombre ya no encontrará otra razón de su felicidad y de su ser sino reflejando el canto de anoche de los ángeles: «Gloria a Dios». Mi vida tiene que ser para la gloria de Dios, yo no tengo que buscar mis ventajas políticas, sociales, económicas, esto es muy secundario; lo que tengo que buscar es que en este ambiente en que me toca desarrollar mi vida, con estas relaciones políticas o económicas o sociales, yo tengo que buscar la gloria de Dios. Y en medio de mi pobreza y de mi miseria, de mi opresión, de mi cautiverio, no debo de olvidarme nunca que soy impronta: imagen de Dios.

Ahora comprenden, hermanos, por qué la Iglesia es tan celosa de los derechos humanos, de la dignidad humana, de la libertad humana. Por qué grita como una madre que siente que le atropellan al hijo cuando ve que le atropellan las imágenes de Dios que ella tiene que volver a su original belleza. Por esto, porque Dios le ha encomendado a la Iglesia la prolongación de esa impronta de Dios, de ese sello del Señor. Comprendemos entonces, hermanos, nuestra propia dignidad. Se leía hoy en el precioso documento del Concilio que Dios hecho Cristo trabajó con manos de hombre, pensó con pensamiento de hombre, amó con corazón de hombre y desde entonces puedo decir yo: mi corazón de hombre ya es corazón de Dios, mi mente de hombre ya puede elevarse a categoría de Dios porque ese Dios que vino a traerme la vida de Dios cuando se hizo hombre quiso enseñarme cómo debo manejar mis manos, mis pies.

CANTAR DE ESPERANZA

Hermoso el pasaje que se ha leído hoy en la primera lectura: qué bellos los pies del que va evangelizando la paz sobre las montañas que vienen anunciando la libertad de los pueblos oprimidos. Es Cristo ese mensajero misterioso que, poniendo sus pies en la tierra, anuncia a los pueblos y a los hombres que ya Jerusalén será reconstruida y sobre las ruinas del pueblo, que al oír al mensajero con los pies benditos de la paz, se llena de alegría, de esperanza, de optimismo. Este es el canto de Navidad, el mensajero que viene con pies de hombre para posarse en la tierra y enseñarnos a caminar, con manecitas de niño que van a ser manos de un Divino Maestro que un día quedarán clavados en la cruz. Con corazón de hombre que aprendió a amar, en el amor virginal de María, las experiencias humanas del hogar de la tierra; y de su padre legal, San José, la honradez en el trabajo. Hombre que aprendió entre los hombres y vivió entre hombres y quiso hacerse en todo semejante a los hombres, menos en el pecado, dice claramente la Biblia. Todo lo demás que nosotros sentimos lo sintió Cristo; cansancio, tristeza, desaliento, soledad, alegría, ilusión, amistad, todo eso que siente el corazón humano, lo ha sentido Dios en Cristo. Por eso Cristo es la revelación del hombre al mismo hombre, démosle gracias, hermanos, a nuestro Padre Celestial y a la Virgen María que quiso ser colaboradora en esta gran empresa de hacer carne, de hacer hombre, de poner instrumento humano al amor infinito de Dios.

3º. LA IGLESIA MANIFESTACIÓN DE CRISTO

Finalmente quiero decirles este tercer pensamiento, porque estas cosas tan bellas no las hubiéramos aprendido nosotros ahora, a 20 siglos de distancia de Cristo, si no existiera una institución fundada por el mismo Cristo que se llama la Iglesia. La Iglesia es la manifestación de Cristo, así como Cristo es la manifestación de Dios. La Iglesia manifiesta a Cristo a los hombres de todos los pueblos; como mi Padre me envió, así yo os envío. Hay una conexión directa, en este envío secular, histórico, de la Iglesia hasta la consumación de los siglos. Gracias a la Iglesia se presentará a los hombres de todos los tiempos la impronta de Dios en Cristo, para que los hombres descubran y vivan su verdadera grandeza, su verdadera vocación. Si no fuera por la Iglesia, este destello de la gloria de Dios en la noche de Belén se hubiera quedado muerto en aquella noche. A lo más, en aquellos años, se contaría como un recuerdo que ya pasó. Pero lo hermoso es que esta liturgia de Navidad de 1977 está haciendo presente como si ahora hubiera sido la Navidad de Cristo en Belén. Hoy ya no es sólo Belén, es San Salvador, es todos los pueblos donde están sintonizando esta radio, es todas las comunidades, todos los cantoncitos, caseríos, casitas de enfermos donde están escuchando este mensaje de la Iglesia.

NINGÚN RESENTIMIENTO

Yo tengo el inmenso honor en esta mañana de ser la voz de la Iglesia, anunciando el nacimiento de Cristo a los hombres de 1977, y decirles que por encima de todas las alegrías, mejor dicho, dándoles razón a todas las alegrías de Navidad, está eso que muchos no comprenden, la alegría que hasta los incrédulos celebran en Navidad, hasta los enemigos de la Iglesia, los que han calumniado y difamado a la Iglesia en este año, se están valiendo de la Iglesia para esta alegría de Navidad. Por eso les dije en mi saludo de Navidad que en mi corazón de pastor no hay ningún resentimiento aún para las ofensas personales, sino que nadie me puede quitar la alegría de poderles decir a mis mismos enemigos, ¡feliz Navidad! porque no es mío este mensaje, sino que es de la Iglesia que desde Cristo está trayendo felicidad, alegría, aun sin comprenderla. Pero en esta mañana yo estoy haciendo lo posible por hacerla comprender, y es que esta Iglesia, prolongación de la encarnación de Cristo, tiene una parte humana y una parte divina. Como el Niño Jesús tiene unos miembros humanos que tomó de las entrañas de una mujer, pero tiene un elemento divino que no se lo dio la Virgen, el Padre eterno envió a su Verbo, a su palabra, para que se encarnara en esas expresiones humanas que la Virgen le dio al niño Jesús.

HUMANA Y DIVINA

Y así tenemos que la Iglesia, siendo como Cristo una parte humana que le damos los hombres y otra parte divina que no la damos los hombres sino Dios, tiene que ser la conjugación maravillosa de lo imperfecto y de lo divino, como Cristo que se cansa, que sufre, que tiene las deficiencias humanas; pero como Dios no se cansa, es infinito, es perfecto, la Iglesia también, como humana no tiene por qué avergonzarse de sus deficiencias humanas y cuando la crítica amarga de nuestros enemigos quiere sacar los trapos al sol, se queda corta, y eso es poco en comparación de lo mucho pecaminoso que tenemos en la Iglesia. Hay miserias, somos tan humanos como ustedes los enemigos de la Iglesia, capaces de odiar tanto. La Iglesia también es humana, y puede caer en el pecado también del desamor; en lo humano la Iglesia siente lo que siente todo hombre, siente el desprecio, siente el deseo, siente las cosas de tentación, es humana. No lo olvidemos, que prolonga la humanidad la carne de Cristo en la historia pero en cuanto divina, la Iglesia es impecable. El Niño Jesús como Dios puede enfrentarse a todos los hombres y decirles: ¿quién de ustedes me puede echar en cara un solo pecado?. Y la Iglesia también le puede decir a todos los hombres como encarnación de lo divino, si me pueden echar en cara muchos defectos y pecados humanos, reto a todo el mundo que me eche en cara un solo pecado como institución divina. Que un día haya enseñado la mentira, el odio, la violencia, jamás; porque el amor de Dios que ella encarna es impecable, es divina, es encarnación de Cristo.

Por eso la Iglesia, hermanos, seguirá proclamando su palabra de manifestación de Cristo en la historia, y por eso el Papa acaba de decir a los salvadoreños, en la persona de nuestro embajador, el Dr. Prudencio Llach, que aboga a esa Iglesia para que se dé plena libertad al mensaje del evangelio en El Salvador y que pueda predicar su doctrina social y moral sin ninguna traba. La Iglesia no tiene por qué ser temida, es el mensaje de Cristo el que vino en la noche de Belén.

LAS TINIEBLAS DE POR MEDIO

Pero una cosa, hermanos: esta Iglesia, como Cristo, se desarrolla también en una noche de tinieblas, y así dice la lectura del Evangelio de San Juan: «Vino a este mundo y este mundo no lo conoció». Las tinieblas no lo pudieron comprender. Qué triste pensar que esta luz, que esta vida de Dios, que este amor infinito que el Padre tiene en Cristo y que la Iglesia sigue ofreciendo a los hombres, los hombres no lo quieren comprender. No es que Dios haya hecho a unos capaces y a otros incapaces de comprender el mensaje de Cristo; el secreto está en la libertad de cada uno, el secreto está en la buena voluntad con que unos acogen y reciben, como María y los pastorcitos, al Jesús que nace en Belén; mientras que otros como Herodes, como el orgullo de Jerusalén, no se dieron cuenta que tan cerquita estaba pasando la fuente de la vida eterna. Cuando vinieron los magos del Oriente y preguntaron al rey en Jerusalén, dónde ha de nacer el rey y sus sabios no le supieron decir, pero una estrella los supo conducir a donde los pastores y los humildes encontraban al que buscaban también los sabios y los ricos cuando se hacen humildes y sencillos como los magos que venían del oriente para ofrecerles oro, incienso y mirra. Las riquezas también caben junto a la cuna del niño Jesús pero cuando son depositadas por las manos humildes de los pastores y de los magos.

REFLEXION CONCLUSIVA

Queridos hermanos, hemos reflexionado pidiéndole a la Virgen María que nos haga comprender el misterio de su niño y ella nos ha resumido a través de mi humilde palabra: Mi niño no es otra cosa, ni nada menos, que la manifestación de los hombres al hombre mismo: su dignidad, su grandeza de Dios, que llevan como imágenes de Dios. Sepan ser dignos de esa impronta que cada hombre lleva; y en tercer lugar, este niño en mis brazos, nos dice María, es la imagen bella de la Iglesia que se prolongará por los siglos llevando la vida de Dios entre deficiencias humanas, entre pobrezas de cuna de Belén. ¡Dichosos los que no se escandalizan!, dijo Jesucristo, sino que saben captar la belleza de la luz por encima de todas las bellezas de la tierra. Así sea.

Proclamemos ahora nuestro credo en ese Jesús que nace.