Una mujer negra, Rosa Parks. Cuarenta mil pancartas para boicotear los autobuses. Una lucha de resistencia y de compromiso. Un pastor baptista, Martin Luther King… Millares de personas en las calles de Washington. “Sueño que un día la violencia, la injusticia y la opresión se transformarán en un oasis de paz y de justicia”. Fue hace 40 años, pero el mensaje no podría ser más actual.
Por P. Carmine Curci
05/02/2004
En 1963, Luther King encabeza una campaña por los derechos civiles en Alabama y en diversos Estados del Sur. El objetivo es el fin de la segregación y la inscripción de los negros en las listas electorales. La campaña debería culminar en la capital, Washington.
Ya desde el amanecer del 28 de Agosto de 1963, Washington ve sus largas avenidas llenarse de hombres y mujeres que han respondido a la llamada de King y sus colaboradores. Venidos de todos los sitios, los manifestantes quieren dar vida a una jornada histórica, para recordar a América sus deberes para con sus hijos negros, sin derechos y víctimas de toda clase de discriminaciones. Muchos blancos deciden unirse a la manifestación. En este mar de gente que crece sin medida, gente normal, anónima se mezcla con celebridades del mundo del cine o de la música, tanto negros como blancos. En las pancartas brillantes empuñadas por los manifestantes se puede leer: “Marchamos por un trabajo para todos”; “Exigimos el derecho al voto”; “Llegó la hora de acabar con las leyes segregacionistas en las escuelas públicas”; “Dignidad y libertad para el pueblo negro”.
La marcha sobre Washington comienza con un momento de preocupación para los organizadores. La televisión informa que los participantes sonsólo 25.000. Una mala noticia, porque en sus cálculos preveían ser por lo menos 100.000 para que la iniciativa pudiese ser definida como un éxito y tuviese impacto en el Congreso. Martin Luther King y sus amigos Ralph Abernathy, Wyatt Tee Walk, Bayard Rustin, Walter Fauntroyr, Roy Wilkins –los verdaderos organizadores de la marcha- abandonan el Hotel Willard para unirse a los manifestantes reunidos detrás de la Casa Blanca. Allí, sorprendidos y casi incrédulos, encuentran una multitud de más de 250.000 personas que les espera. La marcha se pone en movimiento, con los lideres negros a la cabeza. Al ritmo de cánticos gospel, entonados con exaltación, la gran caravana se dirige hacia el monumento a Abraham Lincoln, padre de la emancipación de los esclavos. Son las 13:30. En el podio se alternaban oradores y cantantes de fama.
Un sueño improvisado
Llega el momento. Martin Luther King, después de ser presentado por Abernathy, se aproxima al microfóno. El pastor, verdadero mago de la palabra, arrastra al auditorio desde las primeras palabras. Constata con amargura que, cien años después de la proclamación de la emancipación por parte de Lincoln, el negro no tiene ninguna clase de libertad. Cien años después, la vida del negro se encuentra aún dolorosamente paralizada por las cadenas de la segregación y de la discriminación. Cien años después, vive en una isla solitaria de pobreza, en medio de un vasto océano de prosperidad material. Cien años después, el negro está cada vez más marginado por la sociedad americana y se siente extraño en su propio país. Luther King mira a la multitud y exclama: “Nos reunimos aquí, hoy, para exponer una situación intolerable”.
Las palabras del líder negro actúan como un resorte en la multitud, ya exaltada. Embriagadas por la palabra del pastor, las personas estallan de entusiasmo. Aplausos y gritos de alegría se alternan. Electrizado por aquella febril multitud, King se olvida de que tiene solamente ocho minutos para hablar. Deja de lado el discurso que había preparado y se lanza a una brillante improvisación. De sus labios, como de una fuente inagotable, brotan entonces palabras que conmueven a mucha gente y que pasarían a la historia. “Mi sueño es que un día esta nación resurja y viva según el verdadero sentido de su credo, asentado en la evidente verdad de que todos los hombres fueron creados iguales. Mi sueño es que un día, en las amarillentas colinas de Georgia, los descendientes de los esclavos de otrora y los de sus antiguos propietarios se encuentren juntos, sentados en la mesa de la fraternidad. Mi sueño es que también un día el Estado de Mississipi, hoy atormentado por la violencia de la injusticia y de la opresión, se transforme en un oasis de paz y de justicia”.
Con una tremenda salva de aplausos, ante la estatua de Lincoln como testigo, la multitud apoya las palabras de Luther King. Más tarde, el pastor y sus colaboradores en el movimiento por los derechos civiles son recibidos en la Casa Blanca por el Presidente John F. Kennedy. Y, cuando el telón cayó definitivamente sobre este día del 28 de agosto de 1963, una esperanza anima a la mayoría de los negros de Estados Unidos: su libertad y sus derechos civiles no son ya una ilusión.
Al año siguiente se concedió a Luther King el Premio Nobel de la Paz. El 10 de diciembre de 1964, al recibirlo ante el Parlamento sueco, King dirá: “Creo que la justicia herida, que hoy yace en las calles ensangrentadas de nuestros países, podrá ser levantada del polvo de la vergüenza y hecha soberana suprema entre los hijos de los hombres… Creo, además, que un día la humanidad se inclinará ante los altares de Dios y recibirá la corona del triunfo sobre la guerra y el derrramamiento de sangre, al mismo tiempo que la benevolencia redentora de la no violencia será proclamada ley general. Creo, además, que venceremos. Que esta fe que nos da valor para enfrentarnos a las incertidumbres del futuro pueda proporcionar nuevo vigor a nuestros pies cansados para seguir avanzando hacia la Ciudad de la Libertad…” Ese mismo año, Martin Luther King fue recibido en el Vaticano por Pablo VI.
Tres meses después de la marcha sobre Washington, el Presidente Kennedy fue asesinado. Su sucesor, Lyndon B. Johnson, promete acabar con la segregación y consigue la aprobación de la Ley sobre Derechos Civiles. El presidente americano la firmó el 2 de julio de 1964, en presencia de Martin Luther King. Pero, para el líder negro esta ley no ponía fin a la injusticia racial, porque era ambigua sobre el voto de los negros. La lucha prosigue. Terminará el 6 de agosto de 1965, cuando Johnson firme la Ley sobre el Derecho al Voto. Esta vez, el movimiento por los derechos civiles ha vencido.
En abril de 1968, King se desplazó a Memfis para participar en una marcha en favor de los barrenderos de la ciudad. Cuando se encontraba en la terraza del hotel con algunos de sus colaboradores, dispararon desde la casa de enfrente dos tiros de fusil. Dos horas más tarde fallecía. Eran las 17 horas del día 4 de abril. Días después se realizaron los funerales. En Atlanta, miles de personas dieron el último adiós al gran líder negro. Hoy sigue siendo un misterio quién ordenó su asesinato.
La segregación continúa
Según los datos publicados en septiembre del año pasado por el Census Bureau de Estados Unidos, hay casi un millón de negros con menos de 18 años que viven en condiciones de extrema pobreza. Un 50 por ciento más que hace cuatro años, cuando esa cifra fue la mayor del último cuarto del siglo pasado.
En la práctica, la cifra equivale al ocho por ciento de todos los niños y jóvenes negros americanos, el doble del porcentaje relativo a sus coetáneos de cualquier otra “raza”.
¿Qué se entiende por pobreza extrema en Estados Unidos? En 2001, la definición equivalía a un rendimiento anual de cerca de seis mil euros para una familia de tres personas. O sea, poco más de cinco euros al día por cabeza, una abundancia enorme si se compara con el nivel de vida de muchos países del Sur del mundo, pero de hecho una condición de dramática indigencia para quien tiene que sobrevivir en una ciudad norteamericana.
Si al porcentaje de jóvenes y adolescentes negros extremadamente pobres sumamos los porcentajes referentes a la exorbitante presencia de negros en el sistema carcelario americano, el sombrío cuadro de la condicción de vida de los negros estadounidenses se acrecienta con una pincelada aún más sombría y desconcertante.
Mientras que los negros norteamericanos son un 12,32 por ciento de la población (según el censo de 2000), en las penitenciarías federales y estatales los detenidos de color, según el informe Incarceled America (del Observatorio de Derechos Humanos), son un 43,91 por ciento.