“Nos duele más el expolio económico que la ablación”

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Aminata Traoré y los cinco ‘NO’ de África. Esta mujer de 56 años, ex ministra de Cultura y ex candidata a la Presidencia de Malí, dedica su vida a recorrer el mundo para defender los intereses de su pueblo y denunciar la dominación de Occidente sobre el África negra. Aminata Traoré señala con el dedo y nos obliga a todos a hacernos una pregunta que, no por infrecuente, deja de estar cargada de sentido común: ¿por qué yo soy rico y el otro no?…Una excelente entrevista para el DIA de la MUJER. Esperamos que el 8 de marzo no se silencie este grito de la mujer africana.

Dignidad, eso es lo que desprende el discurso y la presencia de Aminata Traoré. Esta mujer de 56 años, que fue ministra de Cultura en Malí y candidata a la Presidencia, huye de la imagen lastimera que convierte a su continente en inválido y reivindica un nuevo espacio de igualdad para las relaciones norte-sur. Es la voz de millones de seres humanos aplastados por el rodillo de la globalización.

P.- ¿Cree que el éxodo de los jóvenes hacia Europa es la derrota del futuro de África?

R.- El éxodo es el síntoma más elocuente y doloroso del nivel de desestructuración y de desmantelamiento de las economías de la sociedad africana. España conoce la humillación ligada a la emigración. España sabe, como cualquier pueblo africano, que la gente sólo sale de su pesar. No se nace con la necesidad de ir a Occidente, vamos a Occidente porque ya no tenemos la posibilidad de vivir dignamente en nuestros países. La reproducción social de África está en peligro. Los brazos se van, los cerebros se van y los que han estudiado en el norte no quieren volver. Pero a la vez que se produce esta fuga de jóvenes, Occidente nos manda a miles de europeos por el canal de la cooperación, médicos, maestros o ingenieros, que están 20 veces mejor pagados que los africanos si aceptaran trabajar en sus propios países. Paradojas de la globalización.

P.- ¿Qué opina de la globalización?

R.- Que es la voluntad de las naciones industrializadas de concluir su dominio sobre el resto del mundo. Sabe usted, las multinacionales no lo harán mejor que los Estados, así que yo no creo en esta globalización. Empiecen por reconocer que los africanos no son sub-hombres, sino pueblos mártires durante siglos. Los que han dedicado tanto dinero a la seguridad, si lo hubieran invertido en escuelas, en hospitales o en empleos para nuestros países, ahora no tendrían tanto miedo. Ahora es el miedo lo que se globaliza.

P.- Los medios de comunicación occidentales y sus gobiernos están muy preocupados por prácticas, como la ablación, que atentan contra la dignidad de la mujer…

R.- No hablaré de eso. No les concierne. Es un problema interno de África y África es la que debe resolverlo. La ablación se ha convertido en un negocio para algunos africanos porque Occidente está dispuesto a invertir en esas campañas sin preocuparse de que nada cambie tras ellas. El día en que se ofrezca a las mujeres la posibilidad de instruirse y de tener otras referencias culturales, esta práctica desaparecerá. Hoy sólo se añade desprecio por nuestro pueblo. Es un verdadero insulto para las mujeres africanas el que se las persiga para saber si les han practicado la ablación o no. El machaque económico de África es una ablación que nos duele más que la del clítoris. Que dejen la posibilidad a las mujeres africanas de organizarse, de llevar a cabo su combate, porque se están muriendo de tanto desprecio cultural.

P.- ¿Cuáles son las prioridades de la mujer africana?

R.- La condición de la mujer está directamente relacionada con su entorno económico y social. Su prioridad es no caer enferma, no morir en el parto y que su marido tenga trabajo. Las mujeres africanas salen adelante cuando se les da la posibilidad de ir a la escuela, pero el Banco Mundial llegó en los años 80 para quebrar el impulso de los Estados que estaban implantando la educación universal. Pregúntele al Banco Mundial su parte de responsabilidad en la dirección que han tomado las condiciones de vida de estas mujeres.

P.- Usted ha escrito que Europa le debe más a África que a la inversa. ¿A qué se refería?

R.- Es una deuda histórica. Para construir Europa, Europa fue primero a la conquista del mundo. El comercio global no es cosa de hoy. Ya entonces se les metió en la cabeza que los pueblos, tanto los de América del Sur como de África, eran pueblos sin historia ni cultura y que disponían de riquezas a las cuales no daban valor, como el oro. Todos los países que participaron en la esclavitud tienen una deuda con los africanos porque les arrebataron a sus hijos y se los llevaron a América. Fue el comercio triangular el que echó las bases de la industrialización. Nosotros les hemos colonizado, son ustedes los que han ido a buscar riqueza a nuestra tierra. Pero ustedes vinieron primero y entraron en nuestra casa ilícitamente.

P.- ¿Qué debe ocurrir para que las relaciones con África sean más justas?

R.- Hay que mirar al sur. Y para eso, para que estas relaciones cambien, hace falta que el europeo medio, en su apreciación del estado del mundo, se pregunte: “¿Por qué yo soy rico y el otro no? Si no somos arrogantes y pensamos que todos somos semejantes pese al color de la piel, ¿cómo puede ser que nosotros sigamos siendo ricos? ¿Acaso trabajo más? ¿Se debe a que nací con suerte?”. Esas son las preguntas que hay que plantearse. Y hoy la esperanza viene del hecho de que no hay una Europa, sino varias. Está la Europa de los intereses multinacionales y está la de los pueblos. Creo que el pueblo es perfectamente capaz de comprender que el planeta es un único barco. Y que si hay una primera clase que tiene derecho a todo mientras que otras personas están en la bodega, el barco terminará hundiéndose.

P.- Pero, ¿cómo se materializa esa actitud en las relaciones de poder?

R.- Cancelando la deuda. Y no decimos que sin condiciones, pero hay que cancelar la deuda favoreciendo que aparezca una nueva conciencia social y política en África para que localmente la gente, en vez de emigrar, tenga el derecho y la posibilidad de interrogar a sus dirigentes.

P.- La deuda externa es un lastre endémico del que nadie parece recordar las causas. ¿Puede recordarnos usted el por qué de la deuda?

R.- La deuda se produce cuando un país no puede comprar con sus divisas y necesita dólares para subsistir. Cuando las administraciones coloniales abandonaron África, nos hicieron creer que la única forma de desarrollo posible era producir para la exportación. Pero las potencias dejaron de comprar nuestros productos a un precio justo. Durante una época sí lo hicieron, y por eso un país como Costa de Marfil pudo conocer el desarrollo y una cierta prosperidad. Con la nueva situación nos vemos obligados a pedir préstamos a los mismos que nos vendían fábricas obsoletas a sabiendas de que dentro de pocos años no encontraremos repuestos. No eran los africanos los que iban en busca de dinero, sino los vendedores de dinero los que llegaban con sus ‘cheques en blanco’. Así nos hicieron tres veces dependientes: de los capitales, de la tecnología y de los expertos. Y con la crisis de los países latinoamericanos, en los 80 la deuda entra en la danza de unas políticas impuestas a todos los países. Los llamados ‘programas de reajuste estructural’, que consisten en decirnos: “Vuestro nivel de independencia ya no os permite seguir haciendo esto. Vamos a explicaros lo que hay que hacer”. A partir de este momento, invertir en el ser humano se volvió secundario y África quedó arrinconada.

P.- ¿Y qué tienen que hacer los países africanos según esos dictados?

R.- Cada dirigente tiene que hacer frente a la deuda con reformas económicas. No hay políticas económicas nacionales autónomas. El FMI, el Banco Mundial y la comunidad internacional se han puesto de acuerdo para que se privaticen todas las fábricas en nombre de la globalización. Las empresas públicas, que se vendieron a precio de saldo, se han convertido en empresas privadas con unos modos de funcionamiento que no permiten dar trabajo a los jóvenes. Pero el sector privado no existe porque no tenemos mercado.

P.- ¿Qué les impide competir en el sector agrícola?

R.- Le voy a poner el ejemplo de Malí. Hace años Francia decide que mi país va a dedicarse al algodón. Así que no nos prestan dinero para desarrollar nuestro nivel de vida, pero sí para lo que interesa al mercado mundial: el algodón. Malí lo apostó todo pensando que iba a tener divisas para reembolsar la deuda y se convirtió en el mayor productor del mundo. Pero Malí no decide el precio y Europa y Estados Unidos subvencionan su algodón para no tener problemas con sus propios agricultores. No podemos competir. Y mientras Europa habla de globalización y subvenciona a su agricultura, Malí ha dejado de producir mangos y tomates que podrían dar de comer a su gente porque el mercado ha decidido que comamos algodón.

P.- ¿Y qué ocurre con la corrupción de sus gobiernos? ¿Dónde queda su responsabilidad?

R.- África no tiene el monopolio de la corrupción, pero es fácil esconderse detrás de ella para no liberar recursos que los pueblos necesitan. Cuando yo era niña la mayoría de los dirigentes no eran corruptos. Procedían de la docencia y tenían un verdadero interés por su país. Pero fueron ferozmente combatidos por los europeos porque pensaban que eran satélites de la Unión Soviética y premiaron a los militares golpistas que les sustituyeron. Hoy los dirigentes son corruptos porque Washington y Bruselas les dan instrucciones y les piden cuentas para que no permitan al pueblo africano organizarse y gestionarse.

P.- ¿Cuál sería el papel de África en un mundo global?

R.- África no es pobre y tiene su dignidad. Los occidentales saben que pueden saquear, acusar y ridiculizar a los africanos. No les cuesta nada. Tienen medios de comunicación poderosos que difunden la imagen de una África decrépita que no sale adelante. Y la verdad es que podría si le tendiera la mano. La creatividad es nuestra esperanza, incluida la creatividad política. Cuando vemos los desastres de hoy, las proezas tecnológicas, pero también los daños que producen las tecnologías, nos damos cuenta, una vez más, de que África posee unos valores sociales y culturales que pueden salvar el mundo. Pero con la condición de que dejen de machacarnos, de humillarnos.

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