Entrevista a José Carlos Rodríguez Soto, misionero comboniano en Uganda. La matanza de más de 200 personas en un campo de refugiados en Uganda ha llevado de nuevo al “continente olvidado” a las primeras páginas de los periódicos. El misionero comboniano José Carlos Rodríguez Soto se queja de que tenga que suceder algo así para que las grandes potencias vuelvan su mirada hacia un conflicto que ha dejado miles de muertos, y más de un millón de desplazados.
Fuente AIS
Por Íñigo Herraiz
África ha vuelto a ser noticia. La matanza de más de 200 personas en un campo de refugiados en Uganda ha llevado de nuevo al “continente olvidado” a las primeras páginas de los periódicos. Desde una parroquia rural al sur de Gulu, a poco más de 100 kilómetros de Lira, donde tuvo lugar la masacre, el misionero comboniano José Carlos Rodríguez Soto se queja de que tenga que suceder algo así para que las grandes potencias vuelvan su mirada hacia un conflicto que, después de casi dos decenios, ha dejado miles de muertos, y más de un millón de desplazados. “Cuando hay recursos naturales de por medio, Occidente habla de injerencia humanitaria -denuncia-. Pero cuando no los hay, justifica su inmovilismo diciendo que se trata de un asunto interno”.
El padre Carlos, como se le conoce, lleva más de quince años en la zona. Hoy por hoy, concentra sus esfuerzos en la mediación entre el gobierno y la guerrilla, lo que le sitúa en una posición delicada. Acusado por unos de “difundir información perjudicial para la seguridad nacional” y por otros de “robarle” niños soldado, la amenaza de expulsión del país pesa desde hace tiempo sobre él. Asegura que no conseguirán que abandone su trabajo y trata de quitarle hierro al asunto: “Aquí hasta los niños reciben amenazas”.
Más allá de la reciente masacre, ¿qué sucede realmente en Uganda?
Lo que hay que preguntarse es qué está sucediendo desde hace 18 años. Mucha gente estará pensando que ha estallado una crisis en un país africano de repente, pero no sería justo pensar que esto es lo que ocurre. La masacre espantosa de 230 personas es una más de las que se vienen sucediendo desde hace casi veinte años. Tres semanas antes de ésta, murieron 60 personas en otra matanza similar a 10 kilómetros de allí, y dos días después murieron otras veinticinco personas. Se está desatando una especie de odio tribal de la etnia Lango -los que más sufren esta violencia- hacia los acholi. Dado que la mayoría de la guerrilla son Acholi, cuando ocurren estas matanzas, la gente busca enseguida alguien a quién echar la culpa y, por desgracia, algunos miembros de esta etnia están empezando a pagar las consecuencias.
¿De qué tipo de conflicto estamos hablando?
Desde mediados de los 90 hasta finales del año pasado, la guerrilla -el Ejército de Resistencia del Señor que recibe apoyo del gobierno sudanés- se dedica a secuestrar a niños, ya que no goza del apoyo de la población. Los líderes de la guerrilla son acholi, pero su gente no les apoya, quieren la paz. De modo que para disponer de efectivos secuestran a niños de nueve, diez y once años, a los que obligan a cometer todo tipo de atrocidades. Y hemos llegado a un punto en el que prácticamente el 90% de esta guerrilla son gente secuestrada.
¿Qué intereses hay detrás de esta guerra?
Es una guerra un poco atípica. Durante la Guerra Fría, muchos de los conflictos que había en África, como el de Angola o Etiopía, eran azuzados por las dos grandes potencias. A partir de finales de los 80, muchas de las guerras que ha habido en África han sido por el control de recursos naturales. Es el caso de Sierra Leona o de la República Democrática del Congo. Pero esta guerra es otra cosa. Empezó en 1986 como una lucha de poder entre efectivos del régimen saliente, y las tropas del nuevo gobierno, las del hoy todavía presidente Yoweri Museveni. Desde entonces, no ha existido voluntad para acabar con un conflicto localizado que, como un cáncer, ha desarrollado metástasis.
Durante este tiempo la guerrilla ha recibido el apoyo del gobierno islámico de Sudán para vengar el apoyo que Uganda ha prestado a la guerrilla sudista del SFLA, enfrentada al régimen de Jartúm. Todo ha terminado convirtiéndose en una locura, en la que bandas de jóvenes armados se dedican a sembrar el terror entre la población, a la que acusan de no apoyarles. Ya no hay motivos políticos, sino un odio y una irracionalidad que tienen que acabar. En la medida en que la mayoría de estos rebeldes son niños secuestrados, pensamos que la manera más ética de parar esta guerra es la negociación que, aún siendo difícil, nos parece que no es imposible.
Parece mentira que algo así haya podido permanecer silenciado…
Pues porque aquí no hay petróleo, no hay diamantes; no hay intereses económicos, comerciales, ni estratégicos. Las grandes potencias son muy hipócritas. Cuando hay recursos naturales de por medio dicen que hay que hacer una injerencia humanitaria, pero cuando no los hay, justifican su inmovilismo diciendo que se trata de un asunto interno. Cuando las cosas llegan a estas proporciones de cientos de muertos, cuando existen un millón y medio de desplazados en condiciones infrahumanas, no estamos hablando de un asunto interno. Es un asunto de la humanidad, y de la misma manera que el Consejo de Seguridad se ha ocupado de otros temas que no son ni una cuarta parte de importantes de lo que ocurre aquí, tendría que ocuparse también de esto.
¿En qué consiste su labor sobre el terreno?
La mayor parte de mi tiempo lo invierto en una asociación de paz formada por católicos, protestantes y musulmanes que se llama Iniciativa Religiosa Acholi de Paz, desde la que llevamos a cabo una labor de intermediación entre el gobierno y la guerrilla. Hemos tenido unos veinte encuentros con la guerrilla en la selva. Tal y como están las cosas se trata de una actividad, porque las partes en conflicto no se fían en absoluto el uno del otro. Nos ha pasado de estar reunidos con la guerrilla y ser atacados por el gobierno. Yo mismo resulté herido en un ataque a finales de agosto de 2002, y luego estuve detenido dos días. Aquí no nos limitamos a decir a la comunidad internacional que vengan a hacer algo. Nosotros ya hemos dado los primeros pasos, y decimos que hay que seguir con la negociación por difícil que sea. No obstante, somos conscientes de que sin un apoyo internacional va a ser muy difícil que esto siga adelante.
Desde hace semanas se habla de que el gobierno ugandés le quiere fuera del país ¿Ha recibido algún tipo de amenaza?
Y quién no recibe amenazas aquí. Si hasta los niños las reciben. Las amenazas son para amedrentarnos y que nos vayamos, pero eso no vamos a hacerlo.