Comunicado: «Más desplazados y refugiados que después de la II Guerra Mundial»

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Con motivo de la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado del 5 de octubre de 2025.

Si el mundo fuera un único cuerpo vivo se encontraría desangrándose por cincuenta y cuatro heridas mortales. Sería muy difícil entender que siga vivo. Cincuenta y cuatro guerras armadas asolan, en este momento, el planeta tierra. Y ninguna la han decidido los pueblos, sino los poderosos. Y no se pueden levantar muros para los millones de personas, de familias y pueblos que sufren a diario en sus carnes esta guerra. Guerra y migraciones forzosas, guerra y desplazados en busca de refugio y asilo son binomios inseparables.

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A finales de 2024, la cifra de personas desplazadas por la fuerza a nivel mundial, incluyendo refugiados, solicitantes de asilo y desplazados internos, superó los 123 millones de personas. El número de personas que viven hoy en esta situación a causa de la guerra ha superado con creces el número de personas que, en idéntica condición, tuvo la II Guerra Mundial. Si las guerras se han convertido en auténticos genocidios traspasando todas las frágiles y tenues líneas que había trazado el Derecho Internacional para contenerlas, las rutas migratorias, o la vida en los campos de refugiados cronificados, son igualmente exponentes de la perversión a la que puede llegar el maltrato a la dignidad humana. Todo el que quiera puede acceder a imágenes terribles que nos hablan de seres humanos humillados, explotados, violados en su dignidad, que comparten hoy, con nosotros, este momento de la historia.

La injusticia estructural es la violencia primera

Pero no podemos entender estas guerras sino como el resultado de una espiral inexorable y execrable de violencia. La espiral de la violencia, que es la espiral de la lucha encarnizada por la existencia, tiene su matriz original en la injusticia estructural, una violencia que condena a la inmensa mayoría de la humanidad al hambre, a su miseria. Los migrantes forzosos a causa de la miseria son aún muchos más, cerca de 300 millones de personas.

Si ponemos la lupa en cada una de las guerras podemos observar cómo los intereses económicos, comerciales y políticos de grandes empresas y de las grandes potencias siempre están entre sus causas.

Millones de personas se ven obligadas a migrar de tierras que nos son pobres, sino todo lo contrario, que son tremendamente ricas. Ricas en recursos naturales de todo tipo que hoy resultan estratégicos para la transición en la que está el capitalismo. La tremenda desgracia de estas personas es que ellos no cuentan como su principal riqueza para los poderosos, sino como un residuo descartable.

La mayoría de las poblaciones empobrecidas del planeta viven en grandes regiones en un estado de caos, incertidumbre y violencia permanente. En ellas “gobiernan” con total impunidad las mafias (incluidos Estados- mafias) apoyadas en bandas armadas, guerrillas, grupos paramilitares y mercenarios. En otros territorios del planeta se actúa bajo una dictadura o autocracia de partido único, valiéndose de toda la tecnología que ha proporcionado el capitalismo de la vigilancia. Mafias, corrupción y dictaduras (algunas con apariencia de democracias) constituyen hoy el perverso hábitat donde apenas sobreviven las poblaciones más empobrecidas.

Se produce así un cuadrilátero mortífero compuesto por recursos naturales, guerra, dictadura o autocracia, y migración forzosa. El armamentismo, el comercio legal e ilegal de armas, aparece de nuevo en el horizonte de la historia como el “gran salvador” de una economía que no para de matar. Unas veces, la mayoría, de forma silenciosa y con la complicidad de la indiferencia. Otras, sólo unas pocas, bajo el foco de la atención de todos los medios de comunicación oficiales, que también juegan un papel crucial en las guerras. Un papel, no pocas veces, interesado.

Sólo una paz desarmada y desarmante garantiza el derecho a no tener que emigrar

Una paz armada, que se sostiene en el miedo, la amenaza disuasoria, la explotación y la esclavitud, el descarte, y los cementerios de millones de víctimas sin nombre, no es nada más que el resultado de un frágil y precario equilibrio de poderes en pugna. Nosotros nos decantamos claramente por una Paz desarmada y desarmante.

Desarmar la paz requerirá transformar completamente este sistema económico y financiero que se alimenta del conflicto, la discordia, la rapiña y la expoliación de la Tierra y de los empobrecidos de la Tierra. No habrá paz desarmada si no emprendemos el camino de la justicia. Desarmar la paz exige, de primeras, un compromiso por la justicia que pide acciones concretas: condonar la deuda ilegítima y el mecanismo de usura en la que se sostiene, acabar con el hambre y la miseria, abolir y erradicar todas las formas de esclavitud, poner voluntad política y recursos para detener todas las guerras, … ¡Que nadie diga que no hay medios para esto teniendo en cuenta los colosales recursos empleados en las guerras!

Desarmar la paz requiere, además, el compromiso por transformar completamente la lógica de este sistema que ha anidado en nuestro cuerpo, en nuestra conciencia y en nuestra alma (desalmada que no desarmada).  No habrá paz desarmada si no emprendemos el camino de una profunda transformación de nuestro ser, sin una recuperación de una dignidad y una libertad que nunca puede ser ajena a los demás, porque somos seres solidarios. La paz desarmada y desarmante es una labor artesana que implica a todos y cada uno de nosotros, que implica nuestra promoción personal y colectiva y nuestro protagonismo.

Desarmar la paz significa ensayar gestos de paz y de reconciliación en lo pequeño de nuestra vida cotidiana y en las relaciones entre vecinos, barrios, ciudades, regiones, pueblos y Estados. Ensayar la acogida, el encuentro físico- cara a cara-, el diálogo y el acuerdo, el perdón que permita la reconciliación. Nada fácil en este mundo del sálvese quien pueda, del todos contra todos, del hiperindividualismo. La paz es el camino.  No es un sendero rosa, sino un camino arduo que requiere avivar la llama de la fraternidad, de la confianza y de la esperanza. Es una apuesta por la vida buena, verdadera, bella. Un camino que no se recorre sin ensayos ni errores, sin familia, sin grupo de amigos, sin “escuelas” de paz, sin “islas” de paz donde experimentarla y vivirla.

A Somali girl walks down a road at sunset in an IDP camp near the town of Jowhar. Original public domain image from Flickr

El grito de paz no puede ser silenciado por la retórica de la guerra, el odio o la indiferencia. La paz desarmada y desarmante se construye al reconocer la humanidad común que une a todos los seres humanos. Sólo una paz desarmada y desarmante garantizará el derecho a no tener que emigrar, a vivir EN PAZ. Si queremos la paz desarmada y desarmante, debemos construir una paz desarmada y desarmante, no preparar la guerra. Es un desafío personal y un desafío político. Los dos juntos.

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