Concordia Domi Foris Pax

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En la famosa puerta medieval de Holsten de la ciudad báltica de Lübeck figura, como recordatorio para todos los que entran a la ciudad, el lema CONCORDIA DOMI FORIS PAX (Harmonía dentro, fuera paz). El premio Nobel de literatura lubecense Thomas Mann describe en su propia saga familiar, Los Buddenbrook, un cambio de época: cómo la ciudad, su sociedad y su propia familia se corrompen en el siglo XIX, terminando con casi mil años de esplendor como “Ciudad Libre y Hanseática”, hasta convertirse en parte irrelevante de Alemania, incluso perdiendo su idioma, el plattdüütsch, antaño lengua franca de la liga hanseática. La corrupción social se paga caro.

Todas las guerras se preparan rompiendo primero los equilibrios internos de las personas y sociedades cargándolas de dolor, polarización y tensión, hasta descargarse de forma compensatoria contra un enemigo inventado.

Actualmente, estamos en otro cambio de época. Nuestro mundo “de fuera” está en guerra y en la sociedad “en casa” no hay concordia. La relación entre la armonía social (basada en una cultura de sentido común dificilmente relativizable, construída sobre “lo bueno, lo bello y lo verdadero”) y la paz universal se ha perdido. Todas las guerras se preparan rompiendo primero los equilibrios internos de las personas y sociedades cargándolas de dolor, polarización y tensión, hasta descargarse de forma compensatoria contra un enemigo inventado.

Una sociedad relativamente equilibrada como (hasta hace poco) la europea “necesitó” un rediseño antropológico profundo para recuperar su “capacidad guerrera” (expresión usada sin tapujos por parte de políticos centroeuropeos). La intencionalidad de los grandes sucesos sociopolíticos de la última década no es difícil de averiguar: formar una juventud en permanente crisis identitaria, emocional, con miedo al futuro. Cuando lleva dando demasiadas vueltas desesperadas sin saber salir del laberinto existencial construido a su alrededor, no preguntará por las intenciones de quien le ofrece una salida.
Las grandes humillaciones narcisistas del ser humano indicadas por Freud, la cosmológica, la biológica y la psicológica, abrieron las puertas al nihilismo. Ahora se añade una cuarta humillación: la de la inteligencia artificial, una tecnología que se apropia del saber humano colectivo para negocio y arma de dominio privados.

El antropocentrismo de la edad moderna se ha deconstruído por completo en la postmoderna para dar paso a una nueva ¿civilización?

Nuestro cambio de época no es sólo generacional sino civilizatorio. Los sistemas políticos y económicos montados en occidente después de 1945 están vaciándose a gran velocidad. El antropocentrismo de la edad moderna se ha deconstruído por completo en la postmoderna para dar paso a una nueva ¿civilización?.

Estamos en medio de una gran guerra mundial con combates antropológicos, económicos, tecnológicos, militares… Los sistemas de las democracias liberales (de las que España nunca llegó a formar parte plenamente ) se están cayendo a pedazos: el parlamentarismo, el poder mediático tradicional, la justicia, el aparato académico-científico… Todo se virtualiza, todo se algoritmiza. Cada nueva vuelta de tuerca de control obligatorio (desde el QR de COVID como garante de la “libertad de movimiento” hasta las monedas digitales) transforman a los ciudadanos en objetos de un poder cada vez menos visible, a las personas en mercancía.

Las ideologías identitarias y de género han roto planificadamente la cohesión social, familiar y hasta individual. La reducción del hombre a pura materia, sin espíritu, propósito, alma, raíces ni voluntad propia real, lo prepara para aceptar no sólo someterse incondicionalmente a los planes de quien le saca de su laberinto existencial, sino para normalizar y aceptar cada vez más integrarnos en sistemas hombre-máquina, programados siguiendo los intereses de sus dueños privados..

Hemos sido testigos de cómo en los últimos 100 años se ha ido reduciendo la familia como pilar de la sociedad: primero aboliendo la función del padre, después de la madre (antropológicamente más centrada en la familia biológica) y finalmente la propia persona como ser social. Este proceso impulsó la desestructuración social masiva, permitiendo el retroceso de la “familia natural” frente a la “familia sucedánea política” en la que el estado se arroga el derecho de educar y determinar la función de “sus” hijos, incluso el de decidir quiénes y cuántos nacen.

Esta transición socio-política está llegando a su fin. Aceptamos cada vez más canjear nuestra libertad por seguridad en un ambiente de creciente miedo, normalizamos el derecho “del estado” (que no es de “todos” sino existe para dominar a “todos”) sobre cada vez más ámbitos previamente considerados sagradamente privados, sexualidad incluida. Nos imponen su agenda (clima, género, guerras, migración…) y ya no tenemos (como familia de familias, es decir, la red social que debería conformar al estado) discernimiento, ni fuerza, para imponer nuestra agenda, la del Bien Común.

En el curso Norte-Sur del Aula Malagón-Rovirosa del MCC que algunos llaman “la universidad de los Pobres” se analizaron diversos aspectos y consecuencias de esta situación histórica, cómo la mercantilización del ser humano (el negocio de los abusos infantiles, los vientres de alquiler, los niños esclavos…), las implicaciones geoestratégicas globales pero también aspectos de esperanza, aplicando la ciencia, no el cientificismo, a cuidar de los débiles y los descartados.

No es demasiado tarde. Podemos organizarnos todavía como familia de familias, pasar a la resistencia activa contra los que destruyen la sociedad para llevarnos a la guerra y construir espacios de libertad y convivencia que irradien esperanza y ayuden a encontrar una salida humana del laberinto existencial.

El buenismo blando ya no es opción: ante el mal organizado no podemos responder con la banalidad del bien, sino luchando asociada y pacíficamente por reconstruir nuestras sociedades y familias.

Editorial de la revista solidaria Autogestión. Suscríbete