PONER la OTRA MEJILLA. La MANSEDUMBRE de JESÚS

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Uno de los dichos de Jesús más conocidos es aquel que dice: A quien te abofetee la mejilla derecha, ofrécele también la otra (Mt 5, 39). Suele interpretarse comúnmente esta frase como una invitación a sufrir, sin rebeliones, ofensas e injurias. Esta lectura supone que la persona religiosa y buena debe evitar toda reacción violenta, y padecer con resignación las agresiones.


Alberto de Mingo, Redentorista
Profesor de N.T
Revista Id y evangelizad , nº 42 Enero 2005

Uno de los dichos de Jesús más conocidos es aquel que dice: A quien te abofetee la mejilla derecha, ofrécele también la otra (Mt 5, 39). Suele interpretarse comúnmente esta frase como una invitación a sufrir, sin rebeliones, ofensas e injurias. Esta lectura supone que la persona religiosa y buena debe evitar toda reacción violenta, y padecer con resignación las agresiones.

Interpretado así, estas palabras resultan intolerables para una sensibilidad moderna consciente de los derechos humanos. La dignidad de la persona agredida requeriría, al menos, una protesta, una reacción de denuncia que afirmase el valor del ofendido. Una canción de moda hace algunos años, de la cantautora Ana Belén, decía: Solo le pido a Dios/que lo injusto no me sea indiferente/que no me abofetee la otra mejilla/después de que una garra me arañó esta suerte.

El objeto de este artículo es demostrar que, bien entendido en su contexto original, el dicho de Jesús sobre ofrecer la otra mejilla y los otros dichos contiguos que se refieren a la misma actitud de noviolencia activa no son una conminación a la pasividad, sino bien al contrario, una llamada a la defensa de la dignidad de los más desprotegidos.

El dicho de la mejilla

A quien te abofetee en la mejilla derecha, vuélvele también la otra (Mt 5, 3 9).

En la versión de Mt, la mejilla golpeada es la derecha. Esto supone, o bien que la mano con que el agresor ha golpeado es la izquierda, o bien que la bofetada ha sido propinada con el revés de la mano derecha.
La Misná conserva un texto que viene a ilustrarnos sobre el significado social de la bofetada en el contexto de aquella cultura. Dice en su tratado Babá Qammá (BQ): Si uno da un puñetazo a su prójimo, ha de indemnizarle con una selá. R. Yehudá dice en nombre de R. Yosé el galileo: una mina. Si le da una bofetada, ha de darle doscientos sús. Si le abofetea con el reverso de la mano, ha de indemnizarle con cuatrocientos sús. (BQ 8,6).
Antes de nada, aclaremos el valor de las multas prescritas: una selá son cuatro sús, y un sús es el salario de un día de trabajo, el equivalente a un denario romano. Una mina son cien sús.
El tratado Babá Qammá pertenece al cuarto orden de la Misná, llamada Nesiquín (Daños), que versa sobre las indemnizaciones que han de abonarse en casos de daños y perjuicios cometidos tanto accidental como intencionadamente. En el caso de la agresión física a las personas, la indemnización se ha de pagar por el daño, por el dolor, por la curación, por la pérdida de tiempo y por la injuria (BQ 8,1).
Por daño se entiende las secuelas que deja la agresión; por dolor el sufrimiento físico causado; por curación los costes de los remedios terapéuticos. La pérdida de tiempo es la indemnización correspondiente al tiempo que el agredido ha tenido que sustraer de sus obligaciones por la convalecencia. El quinto motivo, la injuria, hace referencia a los aspectos no-físicos del daño causado. Es lo que hoy llamaríamos daño moral y que en aquella sociedad era el nombre que se daba al menoscabo del honor.
Bruce Malina y el Context Group han realizado una importante contribución a la ciencia bíblica al poner de relieve la importancia del honor en la interpretación de los textos del Nuevo Testamento. En las sociedades mediterráneas tradicionales, el honor ocupaba el centro del sistema de valores socialmente relevantes. Según Malina, el buen nombre de uno, es decir, la buena reputación, constituye la preocupación central de la gente en todo contexto de acción pública y confiere sentido y significado a sus vidas, lo mismo que el dinero en nuestra sociedad.
El antropólogo John Peristiany ha definido el honor como el valor que una persona tiene ante sí misma, pero también ante la sociedad a la que pertenece. Es la estimación de su propia valía, aquello de lo que cree poder enorgullecerse, pero también el reconocimiento de esa creencia, el reconocimiento de su excelencia por parte de la sociedad, aquello de lo que tiene derecho a enorgullecerse.
En la sentencia de BQ 8,6 sorprende la gravedad con que se castiga la bofetada, el agresor ha de abonar 200 sús, equivalente al salario de casi un año de trabajo, una cantidad

El que presenta la otra mejilla desmonta los presupuestos sociales que confieren al agresor el poder de humillar y someter. Su gesto es un desafío. La iniciativa ha cambiado de bando y está ahora en manos de quien era considerado menos que un ser humano. Ha demostrado que su dignidad como persona no se desmorona con un bofetón.

exorbitante, sobre todo, si lo comparamos a los sólo 4 sús con que se castiga un puñetazo. El honor nos da la clave para entender la gravedad de esta ofensa. El que abofetea ha de indemnizar por la injuria, el menoscabo de honor que ha infringido en el ofendido.
La Misná es tolerante con el puñetazo. Aunque punible, la levedad del castigo, equivalente aproximadamente a una semana de sueldo, nos revela que, en la mente del legislador, darse de puñetazos es una manera tolerable de resolver las diferencias entre hombres. La bofetada, sin embargo, se penaliza con una multa 50 veces superior. La humillación que conlleva el gesto, la injuria que produce, es intolerable entre prójimos, es decir, personas con el mismo rango social. De ahí la gravedad de la indemnización. La situación es aún más grave si la bofetada se da con el revés de la mano, por ser éste un gesto más humillante.
Pero esta legislación es aplicable sólo cuando agredido y agresores son hombres libres. Babá Qammá recoge una sentencia de Rabí Yehudá que dice: Por los esclavos no hay que indemnizar el concepto de injuria (BQ 8,3). Y es que en cuestiones de injuria: Esta es la regla: todo depende de la dignidad de la persona (ofendida) (BQ 8,6). En la lógica del honor, cuando unsuperior abofetea a un inferior: el amo al esclavo, el marido a la mujer, el padre al hijo, no está sino haciendo una demostración de cuál es el orden de dignidades entre las personas. El abofeteado debe, en estos casos, agachar la cabeza y aceptar la humillación con resignación.
Imaginemos el contexto en el que colocar el dicho de Jesús: A quien te abofetee en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Pienso que la escena corresponde a la de una persona socialmente superior que abofetea a un inferior. Para el caso de bofetadas entre iguales había en aquella sociedad, como atestigua la Misná, medios para resolver el conflicto. Pero ¿qué sucedía cuando alguien, arropado por su posición social superior, humillaba a un campesino, a una mujer o a un esclavo abofeteándole en público? El gesto iba dirigido a afirmar la relación de subordinación, basada en el mayor honor del agresor, y obtener así la sumisión del agredido.
Jesús propone para este escenario que el abofeteado o la abofeteada vuelva la otra mejilla. Imaginemos el gesto: ¿qué reacciones suscitaría tanto en el agresor como en los que contemplan la agresión? En primer lugar, sorpresa. Que el abofeteado ofrezca la otra mejilla no era lo esperado. El agredido toma la iniciativa para negarle a su agresor lo que se había propuesto: reafirmar el desigual orden que le coloca por encima y obtener la sumisión del inferior en dignidad.
El que presenta la otra mejilla desmonta los presupuestos sociales que confieren al agresor el poder de humillar y someter. Su gesto es un desafío. Incluso en el caso de que el agresor opte por darle un puñetazo, estaría de este modo reconociéndole como igual. En cualquier caso, la iniciativa ha cambiado de bando y está ahora en manos de quien era considerado menos que un ser humano. Ha demostrado que su dignidad como persona no se desmorona con un bofetón.

El dicho de la milla

Al que te exija ir cargado durante una milla, ve con él dos (Mt).

La situación a la que se refiere el dicho es la de una angareia. El verbo griego que hemos traducido aquí como exigir ir cargado es angareuô, una palabra técnica del ámbito militar que significa forzar a alguien a realizar un servicio.
La situación típica que representa es la de una persona, por ejemplo un campesino, forzado por el ejército romano a transportar material. Las legiones romanas se desplazaban por el Imperio con una pesada impedimenta. Josefo describe así el equipo de un legionario típico: El resto de la infantería usa venablos, escudo, una sierra, una cesta, una piqueta, un hacha, una correa y un garfio, con provisiones para tres días, de suerte que hay poca diferencia entre ellos y un jumento cargado (Guerra 3.5.5). Wink estima el peso del equipaje de un legionario en 30 a 40 kilos, sin incluir armas.
Los legionarios no transportaban ellos mismos este pesado equipo, sino que recurrían para ello al trabajo forzado de los civiles que encontraban en su camino. Tenemos, así, el escenario correspondiente al dicho de Jesús: un campesino es obligado por un soldado a llevar su impedimenta durante una milla, un trabajo no sólo gravoso, sino humillante. Jesús propone responder a una situación así, no con una resistencia violenta o con el resentimiento, sino con una generosidad que asombra.

Mê antistênai tô ponerô no es, por tanto, no resistáis al mal sino no os opongáis al mal con la violencia

Wink nos invita a representarnos así la escena propuesta por el dicho de Jesús:
Imaginen la sorpresa del soldado, cuando a la siguiente piedra miliar, al aprestarse a tomar con desgana su paquete, el civil dice: `Oh, no, déjame llevarlo otra milla´. ¿Por qué lo hace? ¿Qué trama? Normalmente los soldados tienen que obligar a la gente a llevar su impedimenta, pero este judío lo hace tan alegremente, ¡y no para!. El humor de esta escena puede que se nos escape a nosotros, pero difícilmente hubiera pasado desapercibido para la audiencia de Jesús.
Wink no aporta evidencias sólidas sobre esta presunta normativa. El mismo reconoce que no se ha conservado hasta hoy, que yo sepa, una ley romana que limitara la ‘angareia’ a una milla. Personalmente, no encuentro motivos suficientes para presuponer que haya existido tal reglamento.
Pero comparto con Wink que el gesto propuesto por Jesús está destinado a sorprender al soldado. Devuelve al agraviado la iniciativa moral y crea una situación sorprendente que hace interrogarse al agresor. A partir de este momento, al militar le resultará más difícil pensar en los civiles sometidos como simple mano de obra disponible.

No «resistir» el mal con la violencia

Volvamos a la frase que sirve de introducción a los cuatro dichos de Mt 5, 39-42: No resistáis al mal En el original griego suena así: Mê antistênai tô ponerô. La dificultad para la traducción radica en el verbo antistênai, que suele traducirse simplemente como resistir. Pero esta palabra tiene más matices. Según el Diccionario Liddell-Scott, anthistêmi significa oponerse, especialmente en la batalla. Wright comenta que antistênai es casi un término técnico para la resistencia revolucionaria del tipo específicamente militar. Para demostrar esta afirmación el autor argumenta convincentemente que Flavio Josefo de las 17 veces que usa la palabra, 15 lo hace con el sentido de «lucha violenta».
Mê antistênai tô ponerô no es, por tanto, no resistáis al mal sino no os opongáis al mal con la violencia. El significado de los dichos de esta sección ilustra perfectamente que lo que se pide no es la pasividad de los creyentes, sino superar la violencia como forma de oponerse al mal. En este sentido, no estoy de acuerdo con la opinión que Ulrich Luz expresaba en su comentario al Evangelio según san Mateo: Se advierte en Mateo un cierto desplazamiento hacia una pasividad cristiana.
La resistencia noviolenta como el modo propiamente cristiano de enfrentarse al mal es uno de los pilares de la ética del cristianismo más primitivo, y está atestado en distintos documentos del Nuevo Testamento.
Así Pablo: Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis (Rom 12, 14).
Nunca devolváis a nadie mal por mal (Rom. 12, 17).
Mirad que ninguno devuelva a otro mal por mal (1 Tes. 5,15)
En la Primera Carta de Pedro: En conclusión, sed todos de un mismo sentir, compasivos, fraternales, misericordiosos y de espíritu humilde, no devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, sino más bien bendiciendo, porque fuisteis llamados con el propósito de heredar bendición. ( 1 Pe 3,8-9).
En el Apocalipsis: Si alguno es destinado a la cautividad, a la cautividad va; si alguno ha de morir a espada, a espada ha de morir. Esta es la resistencia y la fe de los santos (Ap. 13,10).

También la Didajé, un antiguo documento cristiano compuesto en la segunda mitad del siglo I, probablemente en torno al año 70, inicia su catequesis ética con esta misma tradición: Bendecid a los que os maldicen, rogad por vuestros enemigos y ayunad por los que os persiguen. Pues ¿qué generosidad tenéis si amáis a los que os aman? ¿Acaso no hacen esto también los paganos? Vosotros amad a los que os odian y no tendréis enemigo. Apártate de las pasiones carnales y corporales. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra y serás perfecto. Si alguien te fuerza a acompañarle (angareusé) una milla, ve con él dos. Si alguien te quita tu manto, dale también la túnica. Si alguien se apodera de lo tuyo, no se lo reclames, pues tampoco puedes. A todo el que te pida, dale y no se lo reclames, pues el Padre quiere que todos reciban de sus propios dones ( Didajé I,3-5)