Para dar solución a tan preocupante problema, la Ministra de Educación considera clave la implantación de una nueva asignatura: «Educación para la ciudadanía». Es decir, pretende dar clases teóricas a los niños y jóvenes de cómo convivir en paz y armonía, cuando la realidad es que sin ir al origen y causas de la violencia escolar ésta no podrá ser extirpada…
María Calvo Charro.
Profesora Titular de Derecho Administrativo. Carlos III
Analisis Digital 10-06-2005
Las cifras actuales de actos de violencia en los colegios españoles son realmente escalofriantes. Según el informe del Defensor del Pueblo del año 2000, este tipo de abusos «están presentes en todos los centros de secundaria y son sufridos, presenciados o ejercidos por elevados porcentajes de alumnos que, de un modo u otro, padecerán sus consecuencias». Sin olvidar otro tipo de violencia aún más grave: la de los alumnos hacia los profesores.
Para dar solución a tan preocupante problema, la Ministra de Educación considera clave la implantación de una nueva asignatura: «Educación para la ciudadanía». Es decir, pretende dar clases teóricas a los niños y jóvenes de cómo convivir en paz y armonía, cuando la realidad es que sin ir al origen y causas de la violencia escolar ésta no podrá ser extirpada. La crisis de la familia; el desprestigio del esfuerzo personal y la falta de autoridad, son tres de los factores que se encuentran enraizados en esta problemática.
Mientras la instrucción y formación intelectual es un objetivo que se debe conseguir primordialmente en la escuela, la educación y desarrollo de la persona corresponde sobre todo y en primer lugar al ámbito familiar. La familia es insustituible desde el punto de vista de la pedagogía social. Virtudes como la justicia, la igualdad, la tolerancia o el respeto a los demás se aprenden en su seno y también el ejercicio humano de la autoridad y su acatamiento. Como dijera Juan Pablo II, «la familia es la mejor escuela natural de convivencia pacífica».
Actualmente los colegios se inclinan por ser centros de socialización y de expresión más que una institución donde aprender. El niño no va a esforzarse y trabajar a la escuela, sino a divertirse. Estamos ante lo que García Morente denominaba «pedagogías infantilistas», a las que consideraba «técnicas totalmente perjudiciales que lejos de favorecer la educación –la conducción de la infancia a la hombría- la obstaculizan, haciendo perdurar indebidamente la vida pueril». Las consecuencias comienzan a ser especialmente evidentes a partir de la adolescencia. Como afirma Nicolas Revol (Sale prof. París. 1999), «el desarrollo físico, social y psíquico de los alumnos semeja el de un niño de preescolar, mientras que sus cuerpos poseen ya la fuerza física del adulto. Hablan constantemente de sus derechos sin respetar los de sus propios compañeros. Este infantilismo provocado por la falta de esfuerzo hace del joven un ser incapaz de soportar situaciones en las que no consigue una satisfacción inmediata, reaccionando en muchos casos con violencia si no obtiene lo que quiere, cuando quiere y como quiere».
La falta de autoridad, basada en la idea roussoniana de que el niño es bueno por naturaleza, es otro de los dogmas actuales. La imposición de reglas de comportamiento y el control de la adquisición de conocimientos son considerados ejercicios de autoritarismo intolerable. La total permisividad ha provocado toda una generación de hijos «tiranos» que creen tener todos los derechos y rechazan cualquier tipo de deber u obligación.
En Francia, en el año 2002, fueron denunciados 81.000 casos de violencia escolar que hubieran llegado a los Tribunales mereciendo penas de cárcel de haber involucrado a adultos. Estas conductas inadaptadas, como señala Bui Trong, son pasos hacia la descomposición social, hacia la negativa a aceptar cualquier tipo de autoridad.
Querida Ministra, el estudio de la «Educación para la ciudadanía» no va a tener el efecto mágico de transformar a nuestros jóvenes en personas equilibradas capaces de obrar con libertad responsable. Para esto es necesario liberarnos del miedo a ser demagógicamente tachados de autoritarios o represores y devolver a la familia y a los docentes la dignidad que les otorgaba en el pasado el ejercicio cariñoso de su autoridad.