«El Gulag está ocurriendo de nuevo»

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ENTREVISTA: Anne Applebaum. La periodista estadounidense obtuvo el Pulitzer 2004 por su historia de los campos de concentración soviéticos, iniciados tras la revolución en 1917. De ese sistema de esclavitud han quedado testimonios como los de Alexandr Solzhenitsin o Evgenia Ginzburg -reeditados ahora-, pero pocas imágenes. Por eso, el fotógrafo Tomasz Kizny ha tratado de reconstruir esta tragedia en un libro.

J. M. CALVO

Anne Applebaum, en su despacho de «The Washington Post», en abril de 2004, después de ser galardonada con el Premio Pulitzer. (AP)
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«Hay fotos de los campos nazis, pero casi no hay de los rusos. La ausencia de imágenes del Gulag es muy importante para explicar que el sistema carcelario soviético haya merecido menos atención»

«Parte de la explicación del nuevo autoritarismo en Rusia es que la gente no recuerda el pasado. Putin acaba de decir que la caída de la URSS fue una gran tragedia»

Anne Applebaum (Washington DC, 1964), columnista de The Washington Post, ganó el Premio Pulitzer de ensayo 2004 con su obra Gulag: una historia, la de los más de 18 millones de personas que pasaron por «la vasta red de campos de trabajo que se extendía a lo largo y ancho de la antigua Unión Soviética, desde las islas del mar Blanco hasta la orillas del mar Negro, desde el círculo ártico hasta las llanuras de Asia Central, desde Murmansk y Vorkuta hasta Kazajistán, desde el centro de Moscú hasta los alrededores de Leningrado».

Gulag es el acrónimo de Glavnoié Upravlenie Lagueréi (Administración Superior de los Campos), pero es, sobre todo, el término que evoca todo un sistema de represión y esclavitud, no sólo de campos de concentración, sino de la organización soviética. Applebaum documenta en su libro -con los testimonios de premios Nobel como Alexandr Solzhenitsin y Joseph Brodski, pero también con los de miles de víctimas desconocidas- los horrores del sufrimiento de millones de personas: una catástrofe a la que los rusos no se han enfrentado aún, mal conocida y en ocasiones despreciada por intelectuales occidentales, una tragedia a la que no se ha prestado un interés comparable al Holocausto o al nazismo, a pesar de sus muchos puntos en común.

PREGUNTA. En la manifestación del Primero de Mayo en Moscú volvió a verse a jóvenes con retratos de Stalin. Hay, en Rusia, un proceso de reivindicación de lo soviético. ¿Por qué ocurre eso, con lo que se sabe hoy?

RESPUESTA. Porque esa gente no conoce la historia. Y la que conocen, la conocen de una manera completamente manipulada. A diferencia de lo ocurrido en Alemania después de la guerra, los rusos nunca se vieron forzados a abordar nada de lo malo que había sucedido en el pasado. Y a diferencia de lo que hicieron los alemanes en los sesenta, setenta y ochenta, los rusos nunca han mantenido un gran debate nacional sobre lo que ocurrió, cómo pasó y qué efectos tuvo. El hecho de que pueda haber jóvenes con retratos de Stalin, mientras que no hay jóvenes alemanes que paseen con retratos de Hitler, explica el resultado de esa ausencia de historia.

P. En sus viajes a Rusia para escribir el libro se encontró con cuatro tipos de reacciones: «Esto no es asunto suyo», «esto que usted quiere saber es irrelevante», el silencio y la colaboración.

R. En Rusia se puede encontrar a gente muy preocupada por el pasado y dispuesta a hablar, pero también hay muchos que reaccionan con enorme hostilidad, especialmente con extranjeros. Dicen que Rusia fue un gran país y que ya no lo es y que por eso no quieren criticar nada del pasado. Hay otros que piensan que sus vidas ya son difíciles y que no les va a suponer ninguna ventaja recordar el pasado: «¿Qué sentido tiene hablar de todo aquello?». Y hay muchos que simplemente no piensan en ello y aseguran que no tienen nada que decir. Conocí también a bibliotecarios de pequeñas ciudades que me ayudaban cuando les explicaba lo que estaba haciendo, y me facilitaban materiales o viejos periódicos que yo no sabía ni que existían. Y no faltó lo opuesto, responsables de archivos que me dijeron: «No vuelva por aquí, no le vamos a ayudar, no le vamos a enseñar nada de nada».

P. ¿Es peligroso ignorar la historia reciente?

R. Creo que es algo muy importante, y parte de la explicación del nuevo autoritarismo en Rusia es que la gente no recuerda el pasado. Cuando el Gobierno permite a la policía secreta el acceso al correo electrónico de cualquiera, no hay un clamor público en contra; cuando se cerró el canal de televisión privada independiente, muchos dijeron, «bien hecho». No hay sentido de libertades democráticas, de la necesidad de defender la sociedad civil, y creo que eso está muy relacionado con la ausencia de historia: no preocupa la repetición de lo ocurrido, porque no se conoce o no se recuerda.

P. ¿Y el hecho de que muchos de los actuales dirigentes, empezando por Vladímir Putin, fueran burócratas soviéticos?

R. Claro, es un factor muy importante. No sólo es que los que mandan en Rusia procedan de la jerarquía del Partido Comunista, es que muchos vienen de la dirección del viejo KGB. No tienen ningún interés en que se hable de los terribles crímenes cometidos por el KGB. Es cierto que Putin no fue responsable de ningún campo, pero tampoco él queda bien cuando se habla de lo que hizo su antigua organización. Me consta que la decisión de anular el debate histórico viene de arriba. Y no hay más que recordar lo que Putin acaba de decir: que la caída de la URSS fue una gran tragedia. Es un intento de recuperar la visión soviética de la historia. Un mal mensaje para todo el mundo, especialmente para la democracia en Rusia.

P. ¿Por qué la tragedia de millones de personas en un sistema carcelario como el soviético ha merecido menos atención que la brutalidad de los fascismos?

R. La ausencia de imágenes del Gulag es muy importante a la hora de explicar esa diferencia. Hay fotos y películas de los campos nazis y de otras tragedias contemporáneas, pero casi no hay de los campos soviéticos. Y en estos tiempos, para mucha gente, lo que no se ve no es real. Es posible que exista ese material y que no lo conozcamos, aunque no es fácil; en la URSS había mucha fotografía y filmografía oficiales, pero muy pocas cámaras en manos privadas, como ocurría en Alemania. Hay trabajos, como el de Tomasz Kizny, muy interesantes: los archivos que visitó y las fotos que tomó… pero lo que no se conocen son fotos de ejecuciones masivas, de miles de personas famélicas, de todas las cosas que han sido descritas por las víctimas. Sabemos que ocurrieron, pero no hay fotos de todo aquello.

P. ¿Ha habido además una actitud distinta de intelectuales occidentales ante el Gulag, si se compara con la reacción ante este tipo de hechos?

R. Depende de los países. En Estados Unidos está el problema de nuestra memoria de la guerra: la recordamos como «la guerra buena», la que peleamos y ganamos por una buena causa. Fue difícil aceptar que uno de nuestros aliados era tan malo como nuestro enemigo, fue difícil explicar que liberamos los campos de concentración de Hitler, pero que no impedimos que Stalin abriera aún más de los que ya tenía… Ha sido incómodo afrontar esta situación. También hay una cuestión ideológica: parte de la izquierda, no toda, pero sí parte, no criticó a la URSS, porque era criticar su propio proyecto. Sartre dijo aquello de que los campos soviéticos eran intolerables, pero que también era intolerable el uso que hacía de ello la burguesía, y que no quería dar munición hablando de «los errores de los nuestros». Después, todo se mezcló con la política nacional: yo recuerdo que en la Universidad no se hablaba del Gulag, no porque se fuera prosoviético, sino porque se era antiReagan…

P. ¿Cómo cuenta en su libro qué era el Gulag?

R. Hay dos cosas: la historia cronológica, desde los primeros campos, nada más triunfar la revolución, hasta su expansión con Stalin, que pone a millones de personas en ellos por razones ideológicas y económicas, en la línea esclavista que había avanzado ya el zar Pedro el Grande, hasta la muerte de Stalin y la etapa final, con el deshielo y los disidentes. En medio está la historia documental, los testimonios: las detenciones, el transporte masivo de presos, la vida en los campos, la vida de las mujeres y los niños, los tipos de prisioneros, sus guardianes, las estrategias para sobrevivir, los intentos de fuga… las historias de todos los que pasaron y murieron allí.

P. ¿Cuántos fueron?

R. Los cálculos que yo he manejado, que creo que son de fiar, indican que pasaron 18 millones de personas en el momento de mayor actividad, entre 1929 y 1953, a los que hay que añadir otros seis millones de desterrados. Es más difícil saber cuántas personas murieron, porque no hay datos fiables y porque es complicado separar las muertes en el Gulag -cerca de tres millones- y las muertes causadas por Stalin: hubo continuas ejecuciones masivas antes de que los deportados llegaran a los campos; hubo gente que murió de hambre o de frío, en los trenes que les llevaban a los campos, en los interrogatorios tras ser detenidos, en las cárceles…

Es difícil concretar un número, pero hablamos de muchos millones, en todo caso.

P. ¿Qué es lo que aún no sabemos sobre el Gulag?

R. No sabemos la historia de campos concretos, las historias personales de muchas víctimas. Habría que saber más sobre Stalin, porque no hay acceso a todos sus papeles personales ni a todos los documentos internos del Politburó. Pero, aunque falten piezas, conocemos el panorama general.

P. ¿Cuáles son los malentendidos más habituales sobre el Gulag?

R. Muchos creen que empezó en los años treinta, pero los campos funcionaron desde el principio de la URSS; se comprende mal también la dimensión del Gulag, los millones de personas a los que afectó, y su geografía: había campos por todas partes. Tampoco se tiene en cuenta el papel económico de los prisioneros: la construcción de fábricas, de carreteras, de presas


P. «Los que habían pasado por el Gulag eran a menudo capaces de reconocerse en la calle simplemente por la mirada», escribe usted. ¿Cómo hacía la gente para sobrevivir y volver a la vida normal?

R. Cuanta más gente conozco, más creo que cada experiencia es distinta, que cada superviviente es distinto. Todos ellos, desde luego, tuvieron terribles problemas para adaptarse a la vida normal. Unos se recuperaron mejor que otros. Y la existencia de los campos, el terror que crearon, la mentalidad de preso que forjaron, se mantienen en la Rusia de hoy. Es decir, el daño fue más allá de lo que sufrieron personas individuales; es un daño que ha causado miedo a las instituciones, a ser detenido porque sí… Lo que se creó, y aún se puede encontrar en Rusia, fue una «mentalidad Gulag» sobre la que habría que actuar, para que la gente que la sufre se liberara de ella.

P. Y para que la sociedad pueda encontrar héroes y víctimas de verdad…

R. Hay muchos héroes relacionados con el Gulag. Rusia tiene una tradición fantástica de militantes de derechos humanos. Imagine lo que sería si los niños rusos pudieran estudiar la vida de todos ellos: tendrían auténticos héroes de los que sentirse orgullosos. Hay excelentes escritores e impresionantes descripciones de gente muy valiente. Pero no aprenden esa historia, y lo único que se les ofrece como motivo de orgullo es la idea falsa de un imperio, este esfuerzo de Putin por recuperar la era soviética. No hay héroes, ni víctimas tampoco, no se conocen los nombres de los hombres y mujeres que tantos esfuerzos han hecho para defender los derechos humanos en su país. Es triste.

P. Usted es pesimista y dice que ha escrito este libro no porque confíe, como dice la frase hecha, en que no se repita lo ocurrido, sino porque cree, casi con certeza, que volverá a ocurrir…

R. ¡Es que está ocurriendo! Mire lo que pasa en Corea del Norte. No es algo similar, es lo mismo. Los campos de concentración de Corea del Norte tienen como modelo el Gulag, se crearon bajo la asesoría del estalinismo. Es el mismo sistema. Y lo que conocemos de Cuba, ha habido casos similares. China es diferente, pero ayer estuve tres horas con militantes chinos de derechos humanos y me hablaron del sistema de prisiones y de los campos que hay allí, con unos 300.000 internados… Es un sistema que está vivo. No es que quizá vuelva a ocurrir, es que está ocurriendo.