La responsabilidad política del Grupo Prisa, albacea y cocina ideológica del PSOE y del Gobierno en el huracán político en el que el presidente Zapatero está metiendo a España, es casi tan grande como la del Partido Socialista, política y humanamente descapitalizado a favor de la acumulación de todo el poder en manos del jefe del Gobierno
La responsabilidad política del Grupo Prisa, albacea y cocina ideológica del PSOE y del Gobierno en el huracán político en el que el presidente Zapatero está metiendo a España, es casi tan grande como la del Partido Socialista, política y humanamente descapitalizado a favor de la acumulación de todo el poder en manos del jefe del Gobierno que, en muy poco tiempo, en apenas dos años, ha dejado tras de sí un reguero llamativo de cadáveres políticos: Bono, Maragall, Vázquez, Ibarra, Rosa Díez, Nicolás Redondo, Solana y González. Aunque estos dos últimos están aún activos y por “enterrar”. Sobre todo González, que mantiene una especial relación con el Grupo Prisa y que en un momento dado se podría rebelar.
Prisa, en sus relaciones con los gobiernos del PSOE, y vistas sus experiencias pasadas, tiene un lema principal: conservar el poder a cualquier precio. Pero a la vez quieren que el Gobierno de Zapatero no lo pierda como lo perdió González, a pesar del amparo y de la vista gorda del Grupo Prisa ante los desmanes del felipismo —GAL, corrupción, etc.—, y sobre todo que no ponga patas arriba el Estado, como lo está poniendo Zapatero sin saber hacia dónde va, y si lo sabe, pues peor, a la vista de la derrota que está sufriendo la nave del Estado.
De hecho, se ha dicho que, vía Rubalcaba —el tercer hombre del triángulo en el que se integran Polanco y González—, se pudo reconducir en algo o bastante, según se mire, el Estatuto catalán que salió del Parlamento catalán, o desde ese manicomio que regenta Maragall y que se llama Generalitat. El pacto del PSOE con CiU se coció en el triángulo de Prisa, donde no ganan para sustos, a la vista de lo que ahora ocurre con la negociación con ETA y con la bronca nacional organizada, sin que Zapatero escuche a nadie salvo a sí mismo, confiado en su baraka, su intuición y su capacidad para liquidar adversarios de todo pelaje, internos o externos. Desde el buque insignia, El País, se le hacen a Zapatero señales con banderas para advertirle de los peligros que acechan su alocada navegación. Le pidieron que no se rompiera el consenso con el PP en lo del Estatuto catalán, pero Zapatero se mofó y se fue hacia delante con CiU, tras la mediación del triángulo de Prisa (los recordamos: Polanco, González, Rubalcaba).
Lo mismo le está pasando a El País con la negociación del Gobierno con ETA —bailando con lobos—, con continuas llamadas del diario para que no se rompa el consenso con el PP que Zapatero escucha como quien oye llover, mientras los más notorios columnistas del diario —Gil Calvo, Ramoneda o Unzueta— se echan las manos a la cabeza, porque saben que lo que está ocurriendo ni es democrático, ni legal, ni de izquierda, ni sensato, aunque sus lamentos se hacen con la boca chica y mirando todos ellos de reojo al patrón, por si acaso se pasan en la dosis crítica. Los otros columnistas, los Pradera y sus escoltas, están dedicados, pase lo que pase, a insultar al PP sin la menor capacidad de análisis y convencidos de que así se ganan el sueldo.
Por si algo faltara, la dirección, la nueva como la anterior, cada vez que aparece una noticia molesta para el Gobierno o para el PSOE la sacan de los titulares de la portada y, como mucho, la meten en el rataplán, el cajón de sastre del ocultismo calculado, como en los tiempos de la corrupción y de los GAL. Acompañados en la acción ofensiva por la SER y la Cuatro, con Gabilondo en el papel de capitán del somatén.
Pero si González truena ante los micrófonos con la mirada furiosa y la indignación a flor de piel, y si llegan a Moncloa comentarios de Polanco diciendo que “esto no es esto”, entonces Zapatero estira el talante y manda a El País mensajes con azúcar por la boca y la pluma de su portavoz en dicho periódico, Azpiolea, que no es el corresponsal de El País en Moncloa, sino al revés.
Sin embargo, en el Grupo Prisa están asustados con la deriva del Gobierno, por más que lo disimulen mientras reciben bajo cuerda los regalos habituales del poder. Aunque da la impresión de que todavía no se han encendido las alarmas, porque siempre les quedarán las elecciones anticipadas como cortafuegos si la cosa se pone muy mal.
Ahora bien, mientras Zapatero baila con lobos, el Grupo Prisa juega con fuego y asume la responsabilidad de amparar el rumbo que el capitán Zapatero le ha dado a la nave del Estado con la proa puesta en el ojo del huracán, donde se esconde el triángulo de las Bermudas, que en algo recuerda al triángulo de Prisa, donde aparecen y desaparecen los ideales, los compromisos democráticos y constitucionales, la izquierda y la libertad con suma facilidad.
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