Casa África se erige como una escenografía más en el baile siniestro que dio con la fórmula del Plan África. Un ejemplo de inercia colonial a pesar de que a menudo se pretenda zanjar el tema, como si el colonialismo ya hubiera pasado…
Dídac P. Lagarriga | 16 08 2007
Suma y sigue. En el baile de máscaras, la política y la economía se funden en el terreno militar y salen a escena avalados por la cooperación. La máscara del desarrollo engulle y digiere de forma tan obscena que alguien, en algún rincón de algún despacho de alguna sede del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, no aguanta la mirada. No todo el mundo es capaz de limpiarse la conciencia a tanta velocidad. A tanta depravación.
En el 2006 asistimos a la aprobación del Plan de Acción para el África Subsahariana, o Plan África, elaborado por el Gobierno bajo el pretexto de la cooperación pero con unos objetivos reales muy diferentes. Los Astutos Exteriores, en versión original y sin remordimientos: “El objetivo es reforzar y diversificar los intercambios económicos, así como fomentar las inversiones, sin olvidar la creciente importancia estratégica de la región subsahariana, y en particular el Golfo de Guinea, para nuestra seguridad energética y las oportunidades de negocio en el sector de hidrocarburos para las empresas españolas” [1].
El 12 de junio del 2007 se inauguró la Casa África en Las Canarias, otro de los puntos propuestos en el Plan África. Hubo cava, canapés y, como no, baile de máscaras.
En la puerta, muchas organizaciones sociales canarias leyeron un manifiesto donde se advierte: “El ente público Casa África puede constituirse en el epicentro de Canarias y del Estado español para avanzar hacia el desarrollo del conocimiento mutuo, el respeto, el intercambio cultural, formativo e informativo con nuestros vecinos africanos, alejados de cualquier actitud colonial o paternalista. Pero también puede suceder lo contrario, que su orientación gire en torno a la misma política que arruina a nuestros vecinos provocando entre otros males el fenómeno migratorio. Nos referimos a esa forma de capitalismo salvaje que se ha dado en llamar neoliberalismo, utilizando Casa África como rampa de lanzamiento destinada a la internacionalización africana del capital europeo, norteamericano, español y canario, en colaboración con algunas autoridades africanas, dándole apariencia de cooperación al desarrollo y así obtener consenso social. […] El único convenio de calado firmado hasta ahora por Casa África ha sido con la Cámara de Comercio de Las Palmas. […] No es válido usar esta institución recién nacida para justificar un proyecto que obedece a intereses privados muy alejados de la solidaridad y la lucha contra la pobreza. En la práctica, significa otorgarle protagonismo como actor de la cooperación a las empresas. […] Si la Cámara de Comercio Canaria, en alianza con la Cámara de Comercio norteamericana, quiere internacionalizar la economía canaria, que no sea a costa de los fondos de cooperación y sin subordinar Casa África, ni directa ni indirectamente, al desarrollo de tales planes”. El manifiesto concluye: «Quien pretenda conciliar estos dos caminos, el de la solidaridad y el de los negocios privados, simplemente se pondrá al servicio del dinero que sangra a los africanos. No hay enjuague posible”.
Mientras, en el interior de sus burbujas, alguien desde el Gobierno pudo haber pronunciado: “El colonialismo es la explotación del débil por el fuerte, del ignorante por el avisado; es la utilización injusta de las energías del país dominado para beneficiar al país dominante. La labor civilizadora es, precisamente, todo lo contrario. Es la ayuda del mejor situado al que lo está menos para hacerle avanzar en la búsqueda de su propio destino”». Pero esta cita, tan actual viendo y padeciendo el Plan África, la pronunció el dictador Franco en uno de sus discursos africanistas [2].
Pocas décadas después, Casa África se erige como una escenografía más en el baile siniestro que dio con la fórmula del Plan África. Un ejemplo de inercia colonial a pesar de que a menudo se pretenda zanjar el tema, como si el colonialismo ya hubiera pasado… Pero tildar de colonial la ayuda al desarrollo, el Plan África y su casita, o la actitud de complicidad entre la legalidad pública y el lucro privado, no implica redimir racialmente a nadie (en especial la élite africana). Además, no hacerlo sería divagar por el mar de lo relativo mientras nos cruzamos con un mercante de Pescanova expoliando los fondos africanos, o con un cayuco a la deriva repleto de pasajeros extorsionados y estafados. La corrupción no es endémica en África, sino que supone la base de la economía moderna y, por consiguiente, el pilar de nuestro modo de vida. Las máscaras, cada vez más baratas, resultan imprescindibles.
[1] Ver el artículo: «A propósito del libro Quién invade a quién. El Plan África y la inmigración, de Eduardo Romero», mayo 2007.
[2] Citado en G. Nerín: Guinea Equatorial, història en blanc i negre, Empúries, 1998, p. 22.