Sólo tres meses tienen la culpa de que la oferta electoral de Zapatero, 400 euros por contribuyente, no sea un calco de las compras masivas de voto en los tiempos de la Restauración.
Entonces los caciques retribuían el favor electoral en el mismo momento. Ahora hemos de esperar a junio -tres meses después del 9-M-, para que el Fisco nos devuelva 400 euros, sólo si el ganador de las elecciones generales es el PSOE.
La vinculación del regalo al triunfo de Zapatero en las urnas lleva un condicional perverso. Pero así se ha escenificado. No en un Consejo de Ministros sino en un mitin de partido. Es uno de los aspectos criticables de la oferta formulada ayer por el presidente en la clausura de la conferencia política de los socialistas. Otro es su linealidad: 400 euros de deducción a cada declarante del IRPF, al margen de sus ingresos, sea más rico o más pobre.
¿Y por qué no 800 a los más pobres y cero a los más ricos? Es impropio de un partido de izquierdas su falta de progresividad. «El ahorro es de todos», dice Zapatero ¿Y dónde queda la fiscalidad como instrumento de solidaria redistribución? Tampoco parece muy eficaz desde el punto de vista estrictamente económico, como devolución de recursos a los ciudadanos. Si se trata de evitar un desplome del consumo, uno de los motores del crecimiento, es obvio que los 800 euros al pobre sí aumentarían su capacidad de consumo, mientras que los 400 al rico la dejan como estaba.
En definitiva, una oferta eminentemente electoralista que, de aplicarse -es decir, si las elecciones las gana Zapatero-, afectaría a 13 millones de españoles y supondría un coste de 5.000 millones de euros a las arcas públicas. El Estado tiene llena la cesta del pan, con un superávit presupuestario por encima del 2 % del PIB. Es verdad. Pero eso no justifica la tentación de romper la hucha, que es de todos, no del PSOE, para seguir en el poder. Sobre todo si se avecinan tiempos de vacas flacas.
Para inculcarnos la virtud del ahorro, nos enseñaron de niños que debíamos guardar ante la llegada del invierno. Guardar cuando había por si luego venían mal dadas. Inolvidable fábula de Samaniego contada en verso: «Cantando la cigarra, pasó el verano entero, sin hacer provisiones, allá para el invierno/ Los fríos la obligaron a guardar el silencio.», etc.
Como Zapatero fue un niño precoz, deslumbrado desde muy joven por Borges y Gamoneda -lo de Petit vino mucho después, cuando ya pasilleaba por el Congreso-, a lo mejor pasó de largo de aquellas lecturas infantiles donde Perrault y los hermanos Grimm alternaban con las fábulas de Iriarte y Samaniego, inculcadas a varias generaciones de posguerra. No las leyó o no se las leyeron. Eso explica su desprecio al aforismo que aconseja trabajar como las hormigas y no cantar como las cigarras cuando se avecinan tiempos de escasez. Y ahora creo que ha dado un mal paso.