A Holanda la «buena muerte», se le va de las manos…

2633

Las violaciones del consentimiento crecen a medida que el valor de la vida
humana ha ido decreciendo. En algunos casos, ni se pregunta o se actúa a
conciencia de que ese consentimiento no existe.

En 2017, casi una cuarta parte de los decesos en Holanda fueron inducidos
por el hombre. Cada vez más personas piensan que «quizás hemos traspasado
el límite con la muerte a demanda», como recoge Leone Grotti en un
reportaje en Tempi:

Bert Keizer es uno de los 60 médicos de Levenseindekliniek, la clínica
holandesa para el final de la vida que, en 2017, practicó la eutanasia a
750 personas. Está acostumbrado a ir a casa de los pacientes que quieren
morir, pero la escena a la cual asistió el año pasado es inédita incluso
para él. Cuando llegó, con una enfermera, a la cabecera del hombre al que
tenía que matar, se encontró ante 35 personas «que estaban bebiendo,
gritando y riéndose. Había mucho ruido y pensé : ‘Muy bien, ¿y ahora cómo
lo hago?’. Gracias a Dios, el hombre que tenía que morir sabía exactamente
qué hacer y de repente dijo: ‘Muy bien, chicos’ y todos le entendieron. Se
callaron, sacaron a los niños de la habitación y le puse la inyección».

El momento final en una escena de un documental sobre la clínica
Levensenidekliniek.

Hablando con Christopher de Bellaigue, enviado de The Guardian, que ha
escrito un largo artículo para explicar que, «quizás, Holanda ha traspasado
el límite con la muerte a demanda», Keizer usa este ejemplo para ilustrar
que «la eutanasia se ha convertido en algo normal». En 2002, cuando se
legalizó la «buena muerte», la solicitaron 1882 personas; la cifra aumentó
en 2017 a 6585. Si a este dato se le añade que en 2017 se suicidaron 1900
holandeses y a 32.000 personas se les aceleró la muerte mediante la
utilización de una sedación terminal muy anticipada, la «impresionante»
conclusión que obtenemos es que más de una cuarta parte de las muertes en
Holanda en 2017 (casi 150.000) fueron inducidas.

Nunca fue tan fácil morir en Holanda: la eutanasia estaba inicialmente
reservada para los mayores de edad, pero ahora se ha ampliado también a los
niños; no hace falta una enfermedad terminal para recibir la inyección
letal, basta sufrir de un modo subjetivamente «insoportable» de cualquier
malestar, que puede ir desde la demencia a la depresión; si el propio
médico es reacio a conceder la autorización, basta dirigirse a la
Levenseindekliniek. The Guardian está seguro de que pronto se aprobará en
el Parlamento la «píldora para el final de la vida», disponible para
cualquiera que encuentre insoportable la propia vida.

El negocio de la compasión

La eutanasia es un servicio sanitario básico cubierto por la prima mensual
que cada ciudadano holandés paga a su aseguradora. Es un negocio muy
lucrativo: por cada inyección letal practicada por un médico de la
Levenseindekliniek, las compañías de seguros pagan a la clínica 3000 euros.
La compensación se da incluso cuando el paciente cambia de idea en el
último momento.

Steven Pleiter: empatía y compasión… y dos millones de euros.

Obviamente Steven Pleiter, director de la clínica, afirma que no es una
cuestión de dinero, sino de «empatía, ética y compasión»: una compasión
que, en 2017, hizo ganar a la Levenseindekliniek más de dos millones de
euros. Observa The Guardian: «Evidentemente, las compañías de seguros
prefieren pagar una cifra una tantum por matar a alguien, y no gastar una
enorme cantidad de dinero para curar a una persona viva, pero no
productiva».

Menos del 8% de los médicos se niegan a practicar la eutanasia por razones
de conciencia; sin embargo, muchos empiezan a recuperarse de la borrachera
letal. Algunos se preocuparon cuando en noviembre de 2018 los fiscales
holandeses anunciaron que, por primera vez, una doctora sería procesada por
homicidio: había matado a una paciente a pesar de que ésta le había dado a
entender claramente que no quería morir. «Había firmado las voluntades
anticipadas», se justifica la doctora, a pesar de lo cual la llevaron a
juicio.

«¿Cómo puedo seguir así?»

Otros, en cambio, han tenido experiencias desestabilizadoras. Como
Marie-Louise (nombre ficticio), médico de cabecera, que se negó a matar con
eutanasia a un hombre con demencia que había firmado un testamento
biológico, con el que pedía la inyección letal cuando sus condiciones
fueran a peor. A lo largo de los años «cambió de idea por lo menos 20
veces»; también porque «era la mujer la que quería obligarle». Un día,
después de que el marido hubiese cambiado de idea por enésima vez, la mujer
entró en el estudio de Marie-Louise y, golpeando los puños sobre la mesa,
dijo: «¡Si encontrara el valor! ¡Ese cobarde!».

Hoy, Marie-Louise ha decidido abandonar la profesión: ese hombre, al final,
fue asesinado con eutanasia por el doctor que la sustituyó mientras ella
estaba de vacaciones. Marie-Louise sabía que su sustituto era fan de la
«buena muerte», pero no pensaba que llegaría hasta ese extremo. Ahora se
siente culpable, no hace otra cosa que preguntarse qué habría pasado si no
se hubiese ido de vacaciones. «¿Cómo puedo seguir así? Soy médico y no
puedo ni siquiera garantizar la seguridad de mis pacientes más vulnerables».

«Lo siento, su madre ha muerto hace media hora»

Como ella, también Marc Veld, que no es totalmente contrario al principio
de la eutanasia, se siente culpable. La pasada primavera empezó a sospechar
de su madre, Marijke: aunque no era una enferma terminal, daba señales de
querer acabar con todo. Marc intentó hablar con su médico en más de una
ocasión, sin resultado, para explicarle por qué el sufrimiento de su madre
no era insoportable ni imposible de aliviar. El 9 de junio recibió una
llamada de su médico: «Lo siento, su madre ha muerto hace media hora». La
había matado él y ni siquiera le había avisado, tal como establece la ley.
«Podría haber vivido aún muchos años», sacude la cabeza Marc, carcomido por
el remordimiento y la rabia.

También está el caso de Berna van Baarsen. Favorable a la «buena muerte»,
había decidido construir activamente la ley, haciéndose nombrar miembro de
una de las comisiones de control de la eutanasia, encargada de valorar los
dossiers que los médicos están obligados a enviar después de matar a sus
pacientes.

En enero se fue dando un portazo, acusando a sus compañeros de haber
traspasado el límite. Seguían juzgando como legales los casos de pacientes
que recibían la eutanasia en base al testamento biológico, aunque ya no
estuviesen en disposición de entender y de querer. «Es fundamentalmente
imposible establecer qué quieren estos pacientes, porque ya no pueden
expresarse. El tema del consentimiento es ambiguo. En las comisiones se
esconden detrás la ley, y ya no se preguntan si es moralmente justo matar a
personas en determinadas condiciones».

«Todos quieren a la madre»

No es fácil prever si Holanda ha llegado al fondo del plano inclinado, o si
llegará hasta la aprobación de la píldora eutanásica a demanda. Lo que es
seguro, afirma The Guardian, en su viaje al reino de la «buena muerte»
pregonada en nombre de la autonomía y la autodeterminación, es que se
percibe una paradoja: «A muchos médicos con los que he hablado le gusta la
idea de la píldora, porque les permitiría volver a salvar vidas como antes.
Pero si bien es cierto que algunos de los solicitantes de la eutanasia se
enfadan con los médicos cuando estos se niegan a concedérsela, también es
verdad que la gente no quiere suicidarse con sus propias manos. El 95% de
los que solicitan la eutanasia en Holanda quiere que sea un médico el que
los mate, prefieren no tomarse ellos solos el cocktail letal. En una
sociedad que presume de rechazar cualquier forma de autoridad establecida,
cuando se trata de la muerte todos quieren a la madre».

Es decir, todos desean que sea el Estado quien les autorice y les apruebe.
Quieren que alguien les diga: no te estás matando, no estás haciendo nada
malo, estás actuando bien.

Fuente