Un artículo de prensa no es el lugar más adecuado para discurrir serenamente sobre la complejidad de un fenómeno como el llamado fracaso escolar, pero sin duda puede sugerir algunas vías de reflexión.
Hay muchos estudios que ponen de manifiesto los diferentes niveles desde dónde cabe analizar este fenómeno (contexto social, familia, sistema educativo, centro docente, aula escolar, condicionantes del propio alumno,…) pero conozco muy pocos en dónde se establezca una interrelación, un cruce de datos, que nos permita una radiografía de qué está pasando con los niños y los jóvenes en su relación con la Escuela (en el sentido más amplio y formal del término).
No puedo prescindir de algunos hechos que han aparecido casi simultáneamente en varios estudios sobre estos temas:
– Relacionados con su situación escolar: un incontestable 31% de adolescentes que no aprueba la ESO. En 30 años de Reformas Educativas sucesivas el problema permanece igual de grave o más (la tendencia ha sido la de aumentar) que hace 30 años. El 69% de alumnos restantes continúa los estudios pero, de ellos, otro 28% no conseguirá ni título de Bachiller ni título de FP grado medio. Además, la tasa de repetición anual media de los alumnos de la ESO se sitúa en más del 16%. Esto ha significado y significa que más del 40% de los alumnos menores de 15 años han repetido alguna vez (no deja de ser un «fracaso» encubierto). Diremos algo más: que el abandono entre chicos es 18 puntos mas que entre chicas, que están a la cabeza del abandono de secundaria las Comunidades autónomas de Canarias y el Mediterráneo ( que ofrecían mucho trabajo poco cualificado en Servicios y Turismo), y que estos datos doblan la media europea.
– Relacionados con los otros dos grandes agentes educativos, familia y «calle» (también en un sentido amplio: medios de comunicación, nuevas tecnologías, ocio,…) se puede leer en estos meses: Que cerca del 20% de los niños entre 6 y 14 años no tienen otros niños o hermanos con los que convivir en su espacio familiar porque viven únicamente con sus padres o con otros adultos; que el 27% de ellos (alrededor de un millón) dicen sentirse solos al volver del colegio. Nos aseguran que 300.000 niños pasan la tarde de los días laborables absolutamente solos en el hogar. Que evidentemente se han disparado las «dependencias» de actividades extraescolares, de los móviles, de la televisión, de los videojuegos y de Internet (dotaciones habituales ya de cualquier niño o niña que sobrepase los 11 años y muy extendidas desde antes). Que el espacio urbano es cada vez más inseguro como para que dentro del mismo los niños puedan tener lugares compartidos de juegos con total autonomía de los adultos. Que no han dejado de aparecer, en la sociedad «mejor y más comunicada», nuevas patologías y adicciones relacionadas con la soledad y la incomunicación, incluidas las adicciones a las nuevas tenconologías. Y que el suicidio es una de las primeras causas de muerte entre los jóvenes.
Haría falta cruzar, como hemos dicho, muchos más factores y datos relacionados con cualquiera de estos tres grandes ámbitos (Familia, Escuela, Calle) que configuran la vida de nuestros niños y jóvenes, aunque nos podemos hacer una idea de las consecuencias que los hechos aquí mencionados suponen ya en sí mismos.
Si además somos capaces de dibujar el cuarto gran espacio de integración y de identidad social clásico, el mundo del trabajo, el panorama no deja de ensombrecerse. La «economía del conocimiento» y de la máxima consecución de competitividad y beneficios lucrativos, les viene reservando a los sectores «menos competentes y menos cualificados», a los que no acrediten ser un «buen recurso» o un «buen capital humano», toda la gama de opresiones, esclavitudes y explotaciones que se han inventado: paro, precariedad, jornadas laborales que superan las 60 horas semanales, «movilidad» y «retornos», despido libre y gratuito, «flexibilidad», viviendas inaccesibles, … Eso si, aderezadas y gratinadas con «subvenciones», asisten-cialismo a todo pasto, y una dosis aumentada de «sexo, drogas (loterías incluidas) y música», o sea, lo de siempre: Pan y Circo.
Estamos ante la primera generación de nuestra historia en la que los jóvenes tendrán (ya tienen) peores niveles de vida que los de sus padres. Estamos ante una generación que amenaza «estallar» con ira y con violencia descontrolada allá donde prenda la más mínima chispa o conflicto social. Desestructuración familiar, adicciones «caras» a todo tipo de «drogas» y evasiones (y el consumismo impulsivo no deja de ser algo de ambas), dependencia de los «adultos» hasta más allá de los 35 años, combinado con paro, explotación laboral, desarraigo patrio, e incapacidad de establecer relaciones personales serias (incomunicación y soledad) son un auténtico cóctel impredecible.
El «fracaso escolar» no hace sino poner de manifiesto un «modelo de escuela» que no dice ni significa nada para una inmensa mayoría de jóvenes que no ve razones para esforzarse por lo que ya tiene sin esforzarse o para posponer la consecución de la supuesta valía de sus «títulos» a un futuro en el que no creen. Estamos pues ante una crisis que va más allá de un diagnóstico cortoplacista, economicista o tecnicista, tan propio de los que creen más en la burocracia que en la promoción del pueblo. Posiblemente estamos, como ya muchos han señalado, ante una profunda crisis de raíces culturales y morales. Este sería el tema a tratar.
Sabemos que se han puesto en marcha medidas para seguir reformando la Escuela. Y que lo transversal a todas las medidas tiene la misma cantinela que ya conocemos: En primer lugar, más Escuela. Esto viene a ser lo mismo que más control del Estado y más burocracia. Por supuesto, con los debidos ajustes. El grueso de las medidas aprobadas en el Gobierno y las Comunidades Autónomas están destinadas a «repescar» para el sistema educativo a un porcentaje de estos chicos y chicas que la abandonan. Para ello proponen que el sistema tenga «nuevas entradas» (caso de que ya se haya salido de él) y que las «salidas» que ofrezca no acaben en «vías muertas». Nos gustaría saber para qué más Escuela. Pero no hace falta que nos contesten. La respuesta está por un lado en la «gobernabilidad» de una ciudadanía que con estas tasas amenaza la estabilidad y la seguridad de los «razonablemente satisfechos» (razones de Estado) y por el otro, en el intocable Mercado. Europa no puede permitirse, en un momento de reajuste mundial del poder, quedarse a la zaga. Y el Espacio Europeo de Educación Superior necesita abrirse camino para formar el capital humano que le proporcione esta ventaja. Y España tiene que hacer sus deberes si quiere pintar algo en Europa o seguir estando de invitado en el G- 20.
Nada se dice de «repescar» la Sociedad. Es decir, de que pueda ser ésta la que asuma el auténtico protagonismo en la educación de sus hijos. Nada se dice de qué medidas se van a tomar para fortalecer a una familia estable y solidaria, lo que más necesitan sin ninguna duda nuestros jóvenes. No se oye decir nada de trabajos dignos para todos, con jornadas dignas y salarios dignos. Nada se dice de cómo podrían las familias acceder a viviendas y barrios hechos a la medida de las personas viviendo en comunidad. Nada de cómo es posible fortalecer la vocación educadora, la competencia profesional y la autonomía de las comunidades educativas, ni de cómo podrían asumir ellas la gestión de sus Escuelas. Nada de cómo fomentar una cultura de la vida y la gratuidad que acoja a los jóvenes en su seno incondicionalmente y los valore en su dignidad total (y no sólo como meros «ciudadanos» conformistas o como «mercado»). Una sociedad fuerte se convertiria en una comunidad educativa cualitativamente distinta. De una sociedad así cabe esperar que salgan unos educadores entusiasmados y responsables, creativos e innovadores, y que disminuyan a pasos agigantados los meros burócratas y los mercenarios de la enseñanza.