A vueltas con la cruz y Estrasburgo

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No cabe rasgarse las vestiduras ante la sentencia dada sobre el crucifijo en uno de los tribunales de Estrasburgo. Quienes rechazaron la referencia explícita de la expresión Humanismo cristiano en el borrador del proyecto de Constitución europea, aprovecharon toda ocasión para que cualquier referencia a Jesús de Nazaret, incluso colgado del patíbulo de la cruz y muerto, sea borrada

Anda que si el símbolo elegido hubiera sido el de la resurrección, no te digo lo que hubieran argüido. A Cristo no lo quieren ver ni en pintura, ni vivo ni muerto. Contienda es y recia la que se está dando. Viene de lejos y durará en el empeño sin importarles las consecuencias. Debemos resaltar que la sentencia se apoya en una legislación italiana que ha quedado anticuada, y que no supone que España ni otras naciones de la Unión Europea se vean incluidas en la sentencia.


Hoy le toca a la cruz. No es de extrañar que la despojen de su presencia pública quienes han abandonado la fe cristiana. Se les llena la boca con lo de Estado aconfesional, y parecen exigirnos que si habló Blas, punto redondo, chitón, y ya se sabe, al buen callar llaman Sancho.


Pues no. Hay que hablar y decir las cosas por su nombre. Si el Estado es aconfesional debemos entender lo que al pie de la letra se enuncia. Ya sabemos que el Estado es aconfesional, que no tiene confesión propia. Pero eso no implica que la sociedad sea aconfesional. La sociedad española sigue confesándose mayoritariamente católica. Algo tendría que suponer en una organización democrática y en su representación política. Por desgracia, en las cuestiones religiosas y educativas la voz del Estado está por encima del derecho de cada persona y del derecho de la sociedad.


En España, y en Europa en general, la presencia pública de la cruz caló tanto a lo largo de los siglos que su presencia o desaparición no puede reducirse a cuestión de mayorías o minorías oscilantes como las modas y los tiempos, o a voluntad política de los estados. No hay encrucijada que no levante una cruz por los viejos caminos de Europa ni que señale la iglesia del lugar o sus calvarios.







En España, y en Europa en general, la presencia pública de la cruz caló tanto a lo largo de los siglos que su presencia o desaparición no puede reducirse a cuestión de mayorías o minorías oscilantes como las modas y los tiempos, o a voluntad política de los estados. No hay encrucijada que no levante una cruz por los viejos caminos de Europa ni que señale la iglesia del lugar o sus calvarios.


No provienen las guerras de las contiendas religiosas. Recuérdense las guerras desde la paz de Wesfalia y verán cómo las ambiciones de los estados y la ampliación de las soberanías, a pesar de la proclamación de los bienintencionados equilibrios entre las naciones, sirvieron de poco. Que se lo pregunten a Polonia. ¿Y las terribles guerras europeas del XIX? Ni Napoleón, ni Bismark, ni las guerras de expansión colonial fueron religiosas. En todo caso la religión amparó el anhelo de libertad en sus heroicas resistencias contra los tiranos, como en nuestra Guerra de la Independencia de 1808. ¿Las guerras coloniales del siglo XX son religiosas? ¿La primera y segunda guerra mundial lo son también?


Como he expresado en otras ocasiones, ¿me quieren decir qué recuerda a jueces y magistrados el reo pendiendo en una cruz condenado por el proceso más injusto de la tierra? ¿Qué trae a la memoria de un encarcelado un crucifijo? ¿No recuerda a los gobernantes el dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios? ¿O acaso se acusa de injerencia porque también al Estado se le debe dar lo que pertenece a Dios? Cuando cuelga en las habitaciones de un hospital, ¿no está diciendo a los que sufren que el dolor y el sufrimiento no es inútil y el venid a mí que yo os aliviaré? ¿Es que acaso se ofrece como remedio alternativo de la medicina o como placebo? El sufrimiento, el dolor, la adversidad no lo ha inventado el cristianismo, pero los llena de esperanza. Suprimir el crucifijo no elimina el sufrimiento, pero lo aboca a la desesperación.


¿Qué valor humano conculca el crucifijo que pende en las paredes de las aulas? ¿Acaso persuade a un ateo a recuperar la fe en Dios ver a Dios en un hombre fracasado hasta la muerte en cruz? ¡Locura y escándalo para griegos y judíos! ¿Ofende a los musulmanes que lo consideran un profeta elegido por Alá el único Dios? ¿Ofende recordar que la señal más grande del amor es dar la vida por los amigos? En el acontecer de los días, ¿no hemos aprendido que el que sólo vive para sí mismo, se pierde; y el que da su vida por los demás la encuentra centuplicada?


Quitemos los ideales de las aulas, que nadie hable de abnegación, entrega, obediencia, constancia, generosidad, respeto, reverencia, deber, responsabilidad, orden, disciplina, etcétera, y sólo se escuchará, sin tener en cuenta la nostalgia misteriosa del corazón, como única verdad monocorde, el tarareo ¡dos por dos son cuatro! Si quitamos la cruz, como símbolo de inmensa humanidad, ¿qué esvástica inventarán para que represente al omnipoderoso Estado, sacerdote sagrado y auríspice divino en la ciudad desacralizada? La cruz habla a los alumnos del misterio, de la trascendencia, de la libertad, de la muerte que da vida. Lo expone con su presencia muda, pero ni exige ni impone.


Unamuno, en 1931, entró en esta vieja polémica en defensa de los crucifijos. Se preguntó entonces ¿colocarán el compás y la escuadra de los masones o la hoz y el martillo de los comunistas? Escribió estas palabras: «¡La presencia del crucifijo en las escuelas no ofende a ningún sentimiento ni aún al de los racionalistas y ateos; y el quitarlo ofende al sentimiento popular hasta el de los que carecen de creencias confesionales. ¿Qué se va a poner donde estaba el tradicional Cristo agonizante? ¿Una hoz y un martillo? ¿Un compás y una escuadra? ¿O qué otro emblema confesional? Porque hay que decirlo claro y de ello tendremos que ocuparnos: la campaña es de origen confesional. Claro que de confesión anticatólica y anticristiana. Porque lo de la neutralidad es una engañifa».


 


Catedrático jubilado de instituto, ex director general de Educación, miembro del Foro Desarrollo y Progreso