Era una noche negra, sin luna. El viento, que soplaba a más de 100 kilómetros por hora, levantaba olas de más de 10 metros que, con un estruendo infernal, se estrellaban contra la frágil embarcación de madera que había partido…
Jean Ziegler / Traducido por Caty R. / Le Monde Diplomatique / Mar-2008
Era una noche negra, sin luna. El viento, que soplaba a más de 100 kilómetros por hora, levantaba olas de más de 10 metros que, con un estruendo infernal, se estrellaban contra la frágil embarcación de madera que había partido, hacía diez días, de una cala de la costa de Mauritania con 101 refugiados del hambre africanos a bordo. Gracias a un milagro inesperado, la tormenta lanzó la barca a un arrecife de la playa de El Medano, en la isla de Tenerife, del archipiélago de las Canarias. En el fondo de la barca, los guardias civiles españoles encontraron los cadáveres de tres adolescentes y una mujer muertos de hambre y sed.
En la misma noche, algunos kilómetros más allá, en una playa de la isla del Hierro, encalló otra barca destartalada que llevaba a bordo 60 hombres, 17 niños y 7 mujeres, espectros vacilantes al borde de la agonía (1).
Por las mismas fechas, pero esta vez en el Mediterráneo, estallaba otra tragedia: a 150 kilómetros al sur de Malta, un avión de observación de la organización Frontex localizaba una zodiac atestada con 53 pasajeros que -probablemente como consecuencia de una avería del motor- zozobraba en el mar agitado. A bordo de la zodiac, las cámaras del avión identificaron a niños pequeños y mujeres. De regreso a su base, en La Valette, el piloto informó a las autoridades maltesas, que se negaron a actuar con el pretexto de que los náufragos estaban en la «zona de investigación y auxilio de Libia». La delegada del Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los refugiados, Laura Boldini, intervino pidiendo a los malteses que enviasen un barco de auxilio. No se hizo nada. Europa no se movió y se perdió todo rastro de los náufragos.
Algunas semanas antes, una embarcación en la que se hacinaba un centenar de refugiados del hambre africanos, que pretendía llegar a las Canarias, se hundió en el mar frente a la costa de Senegal. Hubo dos supervivientes (2).
Miles de africanos, incluidos mujeres y niños, acampan frente a las barreras de los enclaves españoles de Ceuta y Melilla, en el árido Rif. Por prescripción de los comisarios de Bruselas, los policías marroquíes rechazan a los africanos en el Sahara (3). Sin provisiones ni agua. Cientos, quizá miles, perecen en las rocas y las arenas del desierto (4).
¿Cuánto jóvenes africanos dejan su país arriesgando su vida para intentar llegar a Europa? Se considera que, cada año, aproximadamente 2 millones de personas intentan entrar ilegalmente en el territorio de la Unión Europea y que, de este número, alrededor de 2.000 perecen en el Mediterráneo y otros tantos en aguas del Atlántico. Su objetivo es alcanzar las Islas Canarias a partir de Mauritania o Senegal, o cruzar el estrecho de Gibraltar desde Marruecos.
Según el gobierno español, 47.685 emigrantes africanos llegaron a las costas en 2006. Hay que añadir otros 23.151 emigrantes que desembarcaron en las islas italianas o en Malta partiendo de Libia o Túnez. Otros intentan llegar a Grecia pasando por Turquía o Egipto. El Secretario General de la Federación internacional de las sociedades de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, Markku Niskala, declara: «Esta crisis se silencia totalmente. No sólo nadie ayuda a estas personas acorraladas, sino que ni siquiera hay una organización que elabore las estadísticas que den cuenta de esta tragedia cotidiana» (5).
Para defender a Europa de estos emigrantes, la Unión Europea ha creado una organización militar semiclandestina que lleva el nombre de «Frontex». Esta agencia administra las «fronteras exteriores de Europa».
Dicha agencia dispone de buques rápidos (y armados) de interceptación en alta mar, helicópteros de combate, una flota de aviones de vigilancia provistos de cámaras ultrasensibles y de visión nocturna, radares, satélites y medios sofisticados de vigilancia electrónica a larga distancia.
Frontex mantiene además, en territorio africano, los «campos de acogida» donde aparcan a los refugiados del hambre que vienen de África central, oriental o meridional, de Chad, República Democrática del Congo, Burundi, Camerún, Eritrea, Malawi, Zimbabwe… A menudo avanzan a través del continente durante uno o dos años, malviviendo, cruzando las fronteras e intentando acercarse progresivamente a una costa. Entonces son interceptados por los guardias de Frontex o sus auxiliares locales que les impiden alcanzar los puertos del Mediterráneo o el Atlántico. A la vista de las grandes sumas de dinero en efectivo que entrega el Frontex a los dirigentes africanos, pocos de ellos rechazan el establecimiento de estos campos. Argelia se libra. El presidente Abdelaziz Bouteflika ha dicho: «Rechazamos estos campos. No seremos los carceleros de nuestros hermanos».
INSTAURAR EL HAMBRE Y CRIMINALIZAR A QUIENES HUYEN DE ELLA
La fuga de los africanos por el mar está originada, en gran medida, por una circunstancia particular: la rápida destrucción de las comunidades de pescadores en las costas atlánticas y mediterráneas del continente. Algunas cifras:
En el mundo, 35 millones de personas viven directa y exclusivamente de la pesca, de ellos 9 millones en África (6). El pescado supone el 23,1% de la contribución total de proteínas animales en Asia y el 19% en África; el 66% de todo el pescado que se consume se pesca en alta mar, el 77% en aguas interiores; la crianza de pescados en acuicultura representa el 27% de la producción mundial. La gestión de las existencias de pescado que se mueven, tanto dentro como fuera de las zonas económicas nacionales, reviste por lo tanto una importancia vital para el empleo y la seguridad alimentaria de las poblaciones concernidas.
La mayoría de los Estados del África subsahariana están exageradamente endeudados. Venden sus derechos de pesca a empresas industriales de Japón, Europa y Canadá, cuyos barcos-fábricas devastan la riqueza pesquera de las comunidades de pescadores, incluso en las aguas territoriales. Al utilizar redes de malla pequeña (prohibidas en principio), operan frecuentemente fuera de las temporadas en que se autoriza la pesca. La mayoría de los gobiernos africanos signatarios de estas concesiones no poseen flotas de guerra. No tienen ningún medio para hacer que se respeten los acuerdos. La piratería es la reina. Los pueblos costeros se mueren.
Los barcos-fábricas clasifican el pescado, lo transforman en congelados, harina o conservas y los envían del barco a los mercados, por ejemplo en Guinea Bissau, cuya zona económica alberga un formidable patrimonio pesquero. En la actualidad, la supervivencia de los habitantes de Bissau, tradicional pueblo pesquero, se reduce a comprar en el mercado de Bissau –a precios exorbitantes- las conservas de pescado danesas, canadienses o portuguesas.
Hundidos en la miseria y la desesperación, desarmados frente a los depredadores, los pescadores arruinados venden a bajo precio sus barcas a pasadores de fronteras mafiosos o se reciclan ellos mismos como pasadores de fronteras. Construidas para la pesca costera en aguas territoriales, estas barcas, generalmente, no son adecuadas para navegar en alta mar.
Y además… Casi mil millones de seres humanos viven en África. Entre 1972 y 2002, el número de africanos grave y permanentemente subalimentados aumentó de 81 a 203 millones. Las razones son múltiples. La principal es la política agraria común (PAC) de la Unión Europea.
Los Estados industrializados de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) pagaron a sus agricultores y ganaderos, en 2006, más de 350.000 millones de dólares, con cargo a subvenciones, para la producción y la exportación. La Unión Europea, en particular, practica el dumping agrícola con un cinismo descarado. Resultado: la destrucción sistemática de la agricultura de supervivencia africana.
Tomemos el ejemplo del Sandaga, el mayor mercado de bienes de consumo corriente del África occidental. El Sandaga es un universo ruidoso, colorido, oloroso, maravilloso, situado en el corazón de Dakar. Se pueden compran, según las estaciones, verduras y frutas portuguesas, francesas, españolas, italianas, griegas, etc., a un tercio o la mitad del precio de los productos autóctonos similares.
Algunos kilómetros más allá, bajo un sol de justicia, un campesino wolof (grupo étnico que se localiza en Senegal, Gambia y Mauritania, N. de T.), con sus hijos y su mujer, trabaja hasta quince horas al día… y no tiene la menor oportunidad de conseguir un mínimo vital decente.
De los 52 países africanos, 37 son casi exclusivamente agrícolas.
Pocos seres humanos de la tierra trabajan tanto y en condiciones tan duras como los campesinos wolof de Senegal, los bambarg de Malí, los mossi de Burkina o los bashi de Kivu. La política del dumping agrícola europeo destruye su vida y la de sus hijos.
Volvamos al Frontex. La hipocresía de los Comisarios de Bruselas es detestable: por una parte instauran el hambre en África y, por otro lado, criminalizan a los refugiados del hambre.
Aminata Traoré resume perfectamente la situación: «Los medios humanos, económicos y tecnológicos que la Europa de los veintisiete despliega contra los flujos migratorios africanos son, en realidad, una guerra pura y dura que esta potencia mundial libra contra los jóvenes africanos rurales y urbanos sin defensa, después de haberse burlado de su derecho a la educación, a la información económica, al trabajo y a la alimentación en sus países de origen, por medio de los ajustes estructurales. Víctimas de decisiones y opciones macroeconómicas de las que no son responsables en absoluto, los africanos son expulsados, perseguidos y humillados cuando intentan buscar una salida en la emigración. Los muertos, heridos e inválidos de los sucesos sangrientos de Ceuta y Melilla de 2005, así como los miles de cadáveres que llegan todos los meses a las playas de Mauritania, Canarias, Lampedusa y otras son, por lo tanto, víctimas de la emigración forzosa y criminalizada» (7).
(1) EL País, Madrid, 13 de mayo de 2007; la noche es la del 11 de mayo.
(2) Le Courrier, Ginebra, 10 de diciembre de 2006.
(3) El 28 de septiembre de 2005, los soldados españoles mataron a cinco jóvenes africanos que intentaban escalar la valla electrificada que rodeaba el enclave de Ceuta. Ocho días después murieron otros seis jóvenes negros en circunstancias similares.
(4) Human Rights Watch, 13 de octubre de 2005.
(5) La Tribune de Genève, 14 de diciembre de 2006.
(6) Esta cifra excluye a las personas empleadas en la acuicultura. Organización para la alimentación y la agricultura (FAO): La situación mundial de la pesca y la acuicultura, Roma, 2007.
(7) Aminata Traoré, intervención en el Foro social mundial de Nairobi, 20 de enero de 2007