Colección de pequeñas anécdotas y parábolas recogidas y redactadas por Fr. Eusebio Gómez Navarro. Por una cultura solidaria al servicio de los más débiles.
UN ASNO ES MÁS BARATO
Un hombre llegó donde Sócrates con su hijo, y le pidió que se encargara de la educación del muchacho. El filósofo le dijo que le cobraría quinientas dracmas. Al rico le pareció mucho dinero:
–– «¡Es mucho dinero! Por esa cantidad podría comprarme un asno».
–– «Efectivamente, le aconsejo que lo compre –dijo Sócrates. Así tendrá dos».
MIRAR EL CIELO Y LA TIERRA
Un astrónomo salía de noche a observar las estrellas. Una vez, cuando estaba absorto viendo el firmamento, no miró dónde ponía los pies y acabó en una zanja.
Uno que pasaba oyó sus gritos y corrió a sacarlo.
¿Cómo quieres descubrir lo que hay en el cielo si no eres capaz ni de ver lo que tienes ante tus narices?
UNA REUNIÓN ODIOSA
Hubo un día terrible en que el odio convocó a una reunión a todos los sentimientos nefastos del mundo. Y cuando todos estaban reunidos, dijo el odio:
«Los he reunido aquí porque quiero con todas las fuerzas matar al amor». Y trataron de matarlo el mal carácter, la ambición, los celos, la frialdad, el egoísmo, la indiferencia, la enfermedad. Ninguno logró el propósito.
Pero alguien dijo: «Yo mataré el amor». Y lo logró: fue la rutina
NECESITABA POCO
A Sócrates también le tocó vivir en una sociedad de consumo, pero no se dejó llevar por la corriente. Él era pobre y desprendido, no tomaba más de lo que necesitaba. Un día, paseando por el mercado de Atenas, exclamó: «¡Cuántas cosas hay de las que no necesito!».
NO FIJARSE EN EL ASPECTO
Se encontraba una familia de cinco personas pasando el día en la playa. Los niños estaban haciendo castillos de arena junto al agua cuando, a lo lejos, apareció una anciana, con sus vestidos sucios y harapientos, que recogía cosas del suelo y las introducía en una bolsa.
Los padres llamaron junto a sí a los niños y les dijeron que no se acercaran a la anciana. Cuando ésta pasó junto a ellos, inclinándose una y otra vez para recoger cosas del suelo, dirigió una sonrisa a la familia. Pero no le devolvieron el saludo.
Muchas semanas más tarde supieron que la anciana llevaba toda su vida limpiando la playa de cristales para que los niños no se hirieran los pies.
UN HOMBRE EJEMPLAR
Querían saber cuál era el hombre más virtuoso de los Estados Unidos. Y un día, los encargados del concurso recibieron esta carta: «Soy un hombre que hace quince años no entro en una cantina. Desde hace quince años no voy a un baile (aunque me dan muchas ganas), no he pisado un teatro en este largo tiempo, por más que deseo mucho ir al cine. Y en estos tres lustros nunca me he emborrachado».
Los jueces del concurso iban a colocar el nombre de este señor entre los ganadores del premio «Mejor hombre de la nación», pero tropezaron luego con una nota de la carta, que decía: «Dentro de cinco años saldré de la cárcel».
NO LO VEO
Cierto día, el Cardenal Weisman discutía con un inglés utilitarista sobre la existencia de Dios. A los argumentos del gran sabio, respondía el inglés con mucha flema: «No lo veo, no lo veo».
Entonces, el Cardenal tuvo un rasgo ingenioso. Escribió en un papel la palabra «Dios», y colocó sobre ella una moneda:
–– «¿Qué ves?» –le preguntó.
–– «Una moneda» –respondió el inglés.
–– «¿Nada más?» –insistió el Cardenal.
Muy tranquilo, el Cardenal quitó la moneda, y preguntó:
–– «Y ahora, ¿qué ves?».
–– «Veo a Dios» –respondió el inglés.
–– «¿Y qué es lo que te impedía ver a Dios?» –le preguntó de nuevo el Cardenal.
Y el inglés se calló como un muerto.
DISFRUTAR LA VIDA
Cuenta L. Tolstoi que un hombre rico y emprendedor se horrorizó cuando vio a un pescador tranquilamente recostado junto a su barca, contemplando el mar y fumando apaciblemente su pipa, después de haber vendido el pescado.
–– «¿Por qué no has salido a pescar?» –le preguntó el hombre emprendedor.
–– «Porque ya he pescado bastante por hoy» –respondió el apacible pescador.
–– «¿Por qué no pescas más de lo que necesitas?» –insistió el industrial.
–– «¿Y qué iba a hacer con ello?» –preguntó a su vez el pescador.
–– «Ganarías más dinero –fue la respuesta– y podrías poner un motor nuevo y más potente a tu barca. Y podrías ir a aguas más profundas y pescar más peces. Ganarías lo suficiente para comprarte unas redes de nylon, con las que sacarías más peces y más dinero. Pronto ganarías para tener dos barcas… Y hasta una verdadera flota. Entonces serías rico y poderoso como yo».
–– «¿Y que haría entonces?» –preguntó de nuevo el pescador.
–– «Podrías sentarte y disfrutar de la vida» –respondió el hombre emprendedor.
–– «¿Y qué crees que estoy haciendo en este preciso momento?» –respondió sonriendo el apacible pescador.
NO ADULAR
Estaba Diógenes comiendo lentejas, cuando le vio el filósofo Aristipo, quien le dijo:
–– «Si aprendieras a ser sumiso al rey, no tendrías que comer lentejas».
A lo que Diógenes replicó:
–– «Si hubieras tú aprendido a comer lentejas, no tendrías que adular al rey».
ALGUIEN NOS ESTÁ VIGILANDO
Un policía de tráfico se dirigió a un conductor y le dijo:
–– «¿Qué le sucede amigo? ¿No vio usted la luz roja del semáforo?».
–– «¡Oh, sí!» –le contestó el conductor–. «Yo vi la luz roja del semáforo, pero a quien no vi fue a usted».
UN METRO CUADRADO DE TIERRA
Un latifundista llamó a uno de sus pobres y le dijo: «Toda la tierra que pises mañana, desde el alba a la puesta del sol, será tuya».
El pobre empezó a correr, sin detenerse durante todo el día.
El sol se ponía cuando sus ojos dejaron de ver y su corazón de palpitar. El día siguiente, el pobre hombre, dueño de tanta tierra, fue sepultado en un metro cuadrado
QUERÍA SER TELEVISOR
La profesora había pedido a los niños que le explicasen qué animal o cosa les gustaría ser y por qué.
Un niño respondió: «Quiero ser televisión para que mis padres me pongan atención».
HE AHÍ EL HOMBRE
Habiendo definido Platón al hombre como un bípedo implume, Diógenes, para subrayar irónicamente tal definición, adquirió un gallo, lo desplumó y, arrojándolo un día en el aula de Platón, exclamó: ¡He ahí el hombre de Platón…!
UNA PENITENCIA UN POCO RARA
San Felipe Neri era un santo con gran sentido común. Trataba a sus penitentes de una manera muy práctica.
Una señora tenía la costumbre de irse a confesar donde él y casi siempre tenía el mismo cuento que decir: el de calumniar a sus vecinos. Por ello, san Felipe, le dijo:
–– «De penitencia vas a ir al mercado, compras un pollo y me lo traes a mí. Pero de regreso lo vas desplumando, botando las plumas en las calles conforme caminas».
La señora pensó que ésta era una penitencia rara, pero deseando recibir la absolución, hizo conforme se le había indicado y por fin regresó donde san Felipe.
–– «Bueno, Padre, he completado mi penitencia». Y le mostró el pollo desplumado.
–– «Oh, de ningún modo la has completado –le dijo el santo. Ahora regresarás al mercado y en el camino recoges todas las plumas y las pones en una bolsa. Entonces regresas donde mí con la bolsa».
–– «¡Pero eso es imposible! –lloró la señora–, ¡esas plumas deben de estar ahora por toda la ciudad!».
–– «Es cierto –replicó el santo–, pero tienes aún menor oportunidad de recoger todos los cuentos que has dicho sobre tus vecinos».
COMPRENDIÓ LA LECCIÓN
En 1935 era elegido Papa Benedicto XII, hijo de una lavandera. Ésta se vistió lujosamente para visitar a su hijo; pero el nuevo Papa, al enterarse de cómo venía ataviada, observó: «Si se viste así, entonces no puede ser mi madre, pues mi madre es una humilde lavandera».
Su madre, que se enteró, comprendió la lección. Al día siguiente se presentaba sencillamente vestida, y el Papa, su hijo, la abrazaba y honraba como madre.
DOBLE TRABAJO, DOBLE PAGA
Una vez se le acercó a Isócrates un joven que, con gran derroche de palabras vanas, pidió ser admitido como discípulo.
Se dice que Isócrates lo admitió, pero quiso cobrarle el doble que al resto de los alumnos. Ante las protestas del candidato, el maestro repuso: «Contigo el trabajo es doble: a ti debo enseñarte primero a callar y, cuando hayas aprendido esto, a hablar correctamente».
ESCLAVOS Y SEÑORES
Diógenes fue apresado y llevado al mercado de esclavos para ser vendido. Cuando llegó, se subió al estrado del subastador y gritó: «¡Un señor ha venido aquí a ser vendido! ¿Hay algún esclavo entre ustedes que quiera comprarlo?».
GANÓ LA APUESTA
Quevedo apostó con unos amigos a que era capaz de mencionar la cojera de la reina.
Aprovechó una recepción que se ofrecía en el palacio y le ofreció a la esposa de Felipe IV dos hermosas flores, mientras le decía: «Entre el clavel y la rosa, Su majestad escoja».
TEN CONFIANZA EN MÍ
Era un político prepotente que en vez de rezar: «Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío», rezaba: «Sagrado Corazón de Jesús, ten confianza en mí».
BEBER COMO BESTIAS
Se dice que Richard Sheridan, el famoso dramaturgo inglés del siglo XVIII, preguntó una noche a un grupo de amigos:
–– «¿Vamos a beber como hombres o como bestias?».
–– «Por supuesto que como hombres» –replicó el grupo.
«Entonces, nos vamos a poner una borrachera tremenda, ya que las bestias nunca beben más de lo necesario» –comentó Sheridan.