Armenia: El primer genocidio del siglo XX

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Entre 1915 y 1923, 1.500.000 de armenios fueron víctimas del primer genocidio del siglo XX.

La estratégica posición de la meseta de Armenia, cruce de caminos de las caravanas comerciales entre Oriente y Occidente, fomentó el interés de los pueblos que la rodeaban, y fue determinante para que haya sido conquistada sucesivamente por persas, macedonios, romanos bizantinos y árabes. Hacia mediados del siglo XI aparecen en la región los selyúcidas, nómades mongoles del Asia Central, luego los tártaros y más tarde los turcomanos.


Entre fines del siglo XVI y comienzos del XVII la región este de Armenia, se convirtió en área de conflicto entre los turcos otomanos, los persas y los rusos quienes a partir de entonces comienzan a tener presencia en la geopolítica de la región.


 


El Genocidio Armenio


En 1908, a través de un Golpe de Estado, el gobierno del Imperio Otomano fue ocupado por los integrantes de un movimiento nacionalista antimonárquico proveniente de la burguesía terrateniente, conocidos como Jóvenes Turcos. Su objetivo era la reimplantación de la constitución, a través del lema «libertad, igualdad y fraternidad de todos los pueblos del Imperio Otomano», logrando así el apoyo de los pueblos que padecían el yugo del sultán Abdul Hamid II. Sin embargo, al asumir el gobierno, desarrollaron una política donde el panturquismo y el panislamismo fueron los ejes ideológicos de su política.


El panislamismo fue una ideología político-religiosa originada en el siglo XIX que tuvo amplia difusión en los países musulmanes, según la cual todos los ciudadanos del Imperio Otomano debían pertenecer a la religión islámica. El panturquismo representaba el nacionalismo fanático exacerbado, cuyo objetivo era la unión de todos los pueblos turcófonos, a través de la conversión forzada de los pueblos cristianos del Imperio Otomano. 


Los Jóvenes Turcos adoptaron la sanguinaria política armenófoba de Abdul Hamid II y la superaron en atrocidades. El primer paso fue el aniquilamiento en masa de los armenios de Adana, a finales del siglo XIX, que en el transcurso de pocos días produjo 30.000 víctimas.


En Octubre de 1914, en una reunión presidida por el Ministro del Interior Talaat, con la participación de los cabecillas de los Jóvenes Turcos, se organizó el exterminio de la población armenia, aprovechando la situación caótica causada por el inicio de la Primera Guerra Mundial y la negligencia de las grandes potencias.


En febrero de 1915, el Ministro de Guerra Enver ordenó el exterminio de todos los armenios que servían en el ejército turco; las instrucciones enviadas al comando militar rezaban: «El gobierno ha ordenado el exterminio de todo el pueblo armenio … de todos los armenios que sirven en los ejércitos imperiales. Sin violar la disciplina ordinaria, separarlos de sus regimientos, llevarlos a lugares aislados lejos de miradas extrañas y fusilarlos».


El 24 de abril de 1915 se considera como fecha simbólica del Genocidio Armenio; ese día fueron atrozmente eliminados más de 2.000 dirigentes comunitarios, intelectuales, científicos, escritores, artistas, pedagogos, médicos y religiosos.


En mayo de 1915 comenzó la deportación masiva de la población. Los armenios eran desterrados por todos los medios inhumanos posibles de su patria ancestral hacia los desiertos de la Mesopotamia; eran masacrados tanto en sus lugares de residencia como en las rutas de deportación; obligados a caminar cientos de kilómetros, morían víctimas del hambre, de las torturas, violaciones, de las enfermedades ó asaltados por bandoleros turcos y kurdos.


Der-el-Zor y su entorno desértico, el río Eufrates y sus brazos, se convirtieron en los centros infernales del crimen. Pruebas irrefutables demuestran que el gobierno de los Jóvenes Turcos tenía asimismo por objetivo la destrucción meditada y programada de los testimonios materiales de la civilización armenia. Conscientes del papel de la Iglesia, fueron masacrados eclesiásticos y se destruyeron iglesias, monasterios y registros manuscritos. Junto con el exterminio del pueblo armenio, se imponía la necesidad de eliminar sus valores espirituales.


Los hechos descriptos fueron encuadrados dentro del concepto de GENOCIDIO. Este término fue creado por Raphael Lemkin y aplicado por primera vez durante el juicio a los principales responsables del crimen contra los judíos, durante la Segunda Guerra Mundial.


A partir de entonces, la emigración de los armenios fue casi total. De 2.100.000 almas en el Imperio Otomano, en 1912, de acuerdo con las estadísticas del Patriarcado Armenio de Constantinopla se pasó a 77.435, en 1927, concentradas especialmente en Estambul y aproximadamente  50.000 en 1993.


A pesar de la política de negación que encaro desde entonces el gobierno turco, sobre todo a partir de 1920, los archivos europeos y americanos, así como el análisis de los hechos a partir de testimonios de los sobrevivientes, demuestran que el Genocidio armenio fue un hecho premeditado, destinado a la eliminación del pueblo armenio por no renunciar a la preservación de su cultura.


El Genocidio nacional-cultural continúa en la Turquía contemporánea, con la destrucción programada de los monumentos arquitectónicos y religiosos, la discriminación de los programas educativos en las escuelas de la comunidad armenia de Estambul, además de la prohibición de enseñar la historia, la geografía y la literatura.


En 1914 el número de instituciones eclesiásticas armenias era de 2.549. Según los datos proporcionados por la UNESCO en 1974, de los 913 edificios aun existentes en 1923, 464 habían desaparecido totalmente, 252 eran ruinas y 197 requerían grandes refacciones. Muchas iglesias habían sido convertidas en mezquitas o corrales.


Las matanzas de armenios continuaron hasta 1923, incluso después de la creación de la República de Turquía en 1920 fundada por Kemal Ataturk.


El genocidio, hecho traumático en la historia armenia, determinó la conformación de la gran diáspora, origen de las diversas comunidades armenias de Europa y América.


El reconocimiento del genocidio armeno tiene por dueña a la humanidad en su conjunto, es la misma humanidad su beneficiaria.


Pero tiene un enemigo concreto: la barbarie, el salvajismo y la irracionalidad encarnadas en aquellos Jóvenes Turcos que mutilaron, exterminaron, usurparon y blandieron su hacha contra la razón misma. Hoy nuestra obligación es, no olvidar. 


Sabemos que el camino es largo, pero lo hemos emprendido con entereza porque la moral esta de nuestra parte y porque el Derecho –el universal, el consuetudinario y el positivo internacional- nos sostiene.


No proponemos caminos equívoco ni soluciones utópicas, solamente exigimos la aplicación plena y efectiva del derecho y el reconocimiento por parte del actual estado turco, legítimo sucesor de aquel imperio otomano, del sultán Hamid, de los Jóvenes turcos, de Kemal Ataturk.