Aunque el capitalismo se vista de verde… sigue siendo depredador.
Editorial
Basta con echar una mirada al mundo para reconocer un sinfín de problemas que caracterizan el deterioro ambiental actual: producción de residuos, pérdida de biodiversidad, deforestación, polución atmosférica, contaminación de recursos hídricos, exposición a multitud de sustancias químicas, crecimiento urbanístico incontrolado, aumento de la desigualdad, guerras, hambre…
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La presentación de esta realidad en las sociedades capitalistas, y en particular todo aquello relativo al cambio climático, se ha hecho más visible y permanente que nunca. Tanto el discurso político, como los mensajes desde los medios de comunicación, son utilizados para condicionar las decisiones legislativas y económicas, además de generar un sentimiento de desasosiego, que sirve para sensibilizar y dirigir a la población hacia la adopción de nuevos estilos de vida.
Los grandes actores internacionales, los organismos dependientes de la ONU, las empresas transnacionales, los fondos de inversión, las instituciones (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, Organización Mundial del Comercio), organizaciones de todo tipo, sindicatos, grupos políticos de cualquier color, ONGs… han posicionado en sus agendas, como una de sus prioridades, el abordaje de la crisis ambiental. Es más, no hay iniciativa legislativa, económica, política, cultural, educativa… que no hable de ella, de la sostenibilidad, del desarrollo verde, de conservación… y de otras estrategias como los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Un verdadero caballo de Troya.
Más aún, todas ellas han asumido, en sus discursos y logos corporativos, un sello verde para lavar su imagen. Y decimos todas, desde las industrias energéticas a la automovilísticas, desde la banca a las organizaciones sociales, desde la industria minera hasta las empresas transformadoras, todas se han convertido, como por arte de magia, de la noche a la mañana, en entidades responsables, sostenibles, verdes y respetuosas con el medio ambiente. Todas, además, han sido capaces de ofrecer soluciones (negocios) para remontar esta crisis que ellos mismos han generado durante décadas.
En este contexto, el ecologismo político, surgido a finales de los años 60 del siglo pasado como contrapoder al modelo neoliberal, ha ido perdiendo fuelle. Aquel movimiento que cuestionaba el modelo de desarrollo basado en la acumulación de riqueza a través del saqueo de recursos a los países del sur y la destrucción de los ecosistemas, que llegó a advertir incluso del riesgo de supervivencia del propio ser humano, quedó diluido y absorbido por los partidos verdes europeos primero y, después, por el resto de partidos y sindicatos socialdemócratas que asumieron el atractivo discurso verde.
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Es cierto que se han promovido cambios legislativos que perseguían una mejor protección territorial y ambiental. Pero al mismo tiempo fueron surgiendo otras políticas públicas que pivotaban sobre distintos modelos de fiscalidad “verde”. Se han diseñado nuevas propuestas de inversión, empleo y desarrollo (negocio) basadas, fundamentalmente, en la transición energética y la descarbonización de la economía (por ejemplo, la cínica compra de huella ecológica a los países empobrecidos). Este nuevo modelo de desarrollo ha servido para reconvertir al capitalismo en un capitalismo verde, que no cuestiona el consumo (al contrario, lo justifica y fomenta) y promueve estilos de vida más sostenibles, concienciando y dirigiendo a los consumidores para que elijamos unos determinados productos. El discurso “verde”, vende.
También el sistema financiero ha sido capaz de situar en los mercados la transición ecológica y el capitalismo verde como valores y activos a negociar. Son conscientes de los ingentes beneficios que, por ejemplo, los Fondos Next Generation van a generar en el ámbito de la transición ecológica. O como la mayor gestora de activos del mundo, BlackRock, postula que invertir en capitalismo verde generará beneficios para el accionariado.
ESG (Environmental -medio ambiente-, Social -sociedad- y Governance -gobierno corporativo) es el nombre que las finanzas han dado a este nuevo enfoque verde de sus actividades para seguir obteniendo beneficios. Lo llaman inversión sostenible y responsable, aunque también podríamos llamarlo blanqueamiento ecológico, greenwashing o lavado verde: estrategias de marketing que presentan iniciativas que transmiten una falsa impresión o proporcionan información engañosa.
Resulta evidente que no interesa tener ciudadanos conscientes esta realidad, que cuestionen el hiperconsumo en los países enriquecidos, el derroche de recursos, el incesante consumo energético,… y se oculte, al mismo tiempo, que las principales víctimas del deterioro del planeta son los empobrecidos. Las propuestas del Estado, las noticias en las redes sociales… van por otro lado. Seguimos sin ver voluntad política para cambiar este modelo económico depredador que genera, cada día, nuevos excluidos. Como hemos repetido muchas veces, el tigre nunca fue vegetariano…