Autoritarismo y sectarismo en la Universidad de Asturias

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¿Qué pasa en la universidad en Asturias? Antes, durante y después de las elecciones, se dieron varios hechos que denotan un substrato de autoritarismo y sectarismo muy preocupante, sobre todo teniendo en cuenta la pasividad de unos y el aliento de otros.

 Reproducimos este artículo de una de las víctimas de estos hechos:


Durante tres años, en una fachada de uno de los edificios del Campus del Milán de la Universidad de Oviedo, se pudo leer una pintada que decía: «Muerte a la cultura y a la Iglesia». Si era difícil de entender que alguien hubiera escrito algo así, no lo era menos que la pintada aguantara desafiante ese tiempo.


Este año, en el transcurso de las elecciones al claustro, aparecieron carteles en el campus con el nombre mío y de otro chico que, con insultos y calumnias, pretendían humillarnos utilizando nuestras creencias religiosas. A todo ello se sumaron amenazas, «mobing» y un intento de agresión.


Mientras que algunos profesores radicales quitaban importancia al hecho, la autoridad del centro, por su parte, reaccionó pasivamente a la hora de quitar dichos carteles y sin decisión a la hora de condenar dichos actos. Esto, favoreció que se desarrollara un ambiente favorable hacia los violentos, que en cierta manera les legitimaba y, que a su vez, a nosotros nos desamparaba. Lo único que habíamos hecho era ejercer nuestro derecho a presentarnos a las elecciones. Pero el ser creyentes era una auténtica desventaja que, los violentos, iban a saber utilizar muy bien con fines políticos.


Una parte del alumnado, poco informado y muy manipulado, simpatizó con los violentos sin darse cuenta que eso suponía legitimar cualquier acción violenta a cualquier persona, incluido ellos. Todo fue preparado con alevosía y, quién lo hizo, sabía que nos perjudicaría. ¿Por qué? Mis tres primeros años de carrera fueron necesarios para saber esa respuesta, pues no solamente coincidieron con aquella pintada imponente sino que, fui testigo, de cómo una parte del profesorado utilizaba sus clases para hacer apología en contra de la religión católica.


En las aulas y en el pasillo, pero también en todo el centro se podía respirar una brisa «anticlerical» que, sutilmente, discriminaba a todos aquellos «héroes» que manifestaban su fe. Mientras que se censuraban todos aquellos chistes, comentarios y bromas que pudieran tener una connotación racista o machista, no se hacía lo mismo con los que tenían por objeto ridiculizar, despreciar o fomentar el odio hacia las creencias religiosas. 


Las exposiciones magistrales de las clases, se convertían en un auténtico discurso apologético de cómo la religión católica había sido la culpable de todos los males, en el mundo, de la historia.


No, no era casualidad que esos chicos hubieran utilizado la religión como un arma poderosa. Tampoco era casualidad que, ante un hecho tan disparatado como es colocar carteles con nombres y apellidos de unos alumnos, insultándoles y atacándoles, por sus creencias, el resto del alumnado no se manifestara en contra.


Quizás éstos jóvenes violentos eran responsables de la ejecución del delito, pero no eran los únicos culpables. La educación que, una parte del profesorado, lleva impartiendo en ese centro es el verdadero trasfondo del problema. El laicismo anticlerical que defienden sectariamente, no sólo va en contra de la Constitución sino también en contra de la libertad individual. La intolerancia religiosa y la discriminación que ella produce, es igual de rechazable que todas las demás intolerancias y discriminaciones.


La historia nos ha enseñado que todos los «posicionamientos extremos» acaban justificando las mayores aberraciones. No lo permitamos.


Por Javier López Espinosa,
Historiador y militante cristiano