BECKHAM

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Para la dictadura de mercado toda la fuerza laboral es mano de obra a degradar y a exprimir hasta la indecencia, no porque lo diga yo. No. Por ejemplo, los obreritos de seis o siete años con deditos ágiles cosen balones o vaqueros a precio irrisorio. Al precio laboral de un euro al día o una taza de arroz y que en este lado del consumo se pasa por alto o se olvida… En el mismo Planeta pero en distintas galaxias, niños y niñitas obreros de seis y siete años tejen, hilan y cosen camisetas, balones, botas y otros complementos deportivos en régimen de esclavitud. Son jornadas de dieciséis horas, a razón de una paga de un euro al día, dije.


Publicado en Canarias7, 17/5/04
Por Antonio Perdomo

A un lado tenemos la dictadura del mercado y, por el otro, los consumidores aislados y de los nervios.

O sea, existe un combate desigual y perdido de ante mano. Para la dictadura de mercado toda la fuerza laboral es mano de obra a degradar y a exprimir hasta la indecencia, no porque lo diga yo. No. Por ejemplo, los obreritos de seis o siete años con deditos ágiles cosen balones o vaqueros a precio irrisorio. Al precio laboral de un euro al día o una taza de arroz y que en este lado del consumo se pasa por alto o se olvida. Así que la información se usa de forma organizada del lado de la dictadura del mercado, y no se usa o es caótica de la parte del consumo. La dictadura de mercado impera de un confín a otro, y utiliza como un mago ose aprovecha de los símbolos más queridos. Por ejemplo, símbolo de un sueño principesco de mujeres orientales y adorado por las multitudes son Beckham y otras estrellas. Apenas le dejan hueco para cada regate y su estela de oro.

En el mismo Planeta pero en distintas galaxias, niños y niñitas obreros de seis y siete años tejen, hilan y cosen camisetas, balones, botas y otros complementos deportivos en régimen de esclavitud. Son jornadas de dieciséis horas, a razón de una paga de un euro al día, dije. Eso es la otra cara del juego, la cocina, donde se friegan los platos sucios. Decía que confeccionan las prendas de las estrellas para lucirlas en el tapiz de los estadios y la pasarela. Luego una legión de jóvenes, millones, compran esas marcas a precio de oro cegados por el éxito deportivo y la admiración. Que nadie se piense libre de este fregado ni se crea ajeno a lo que ocurre, por muy en el otro extremo del mundo que esté. Aquí brilla todo excepto la luz de las estrellas diminutas que palidecen en las fábricas y exangües agonizan. Al menos, me gustaría saber que cada gran estrella del deporte ha intentado, intenta y lo intentará. Me encantaría saber que cuando firman un contrato, dubitativas, antes de firmar, piensan en algo, o que amagan firmar como lo hacen con el balón con otras marcas cuyas fábricas respeten el mínimo de derechos laborales y digan que excluyen a esos rapazuelos que trabajan cuando deberían estar en un jardín de infancia. Todo esto viene a que las grandes marcas deportivas, con el fin de reducir a cero los costes y obtener unos beneficios de usura, repugnantes, deslocalizan la producción en condiciones laborales infrahumanas. Y para finalizar, permitidme este lirismo estúpido y dominguero: un estadio hasta la bandera que corea una marca deportiva, reprobándola, porque utiliza obreritos de seis y siete años. O algo así.