Bergoglio denunció la explotación de los inmigrantes

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¡Vos que haces? Si no haces nada, ¡Chillale!, Reclamales, ¿pero vos que haces? Además de reclamar como hay que reclamar. ¿Pero que haces vos? ¿Cómo saldás la deuda del amor permitiendo que delante a tus ojos estén explotando estos tratantes de migrantes, y mas aun tratantes de jóvenes? Esto se da cerca. ¡Que no vengan con cuentos chinos! ¡Esto se da acá!

El pasaje de la carta de San Pablo a los romanos comenzaba con esta frase: «que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo» (Rom 13, 8). Es decir, todos tenemos una deuda con los demás: Amar. Amar no es un deporte o solamente una virtud que unos pueden tener y otros no. No es un modo de proceder solamente, es una deuda. Una deuda existencial, de la misma existencia humana.

El que no ama no honra su deuda de persona. Quien no tiene su corazón abierto al hermano de cualquier raza, de cualquier nación, no cumple con su deber, y su vida termina siendo como un pagaré impago y es muy triste terminar la vida sin haber honrado la deuda existencial que todos tenemos como personas. El amor es algo concreto. Los conceptos no se aman, las palabras no se aman, se aman las personas.

El amor, al ser concreto, fija un trabajo concreto en favor de la persona. A favor del otro. Un trabajo, de acercarme al otro, abrir mi corazón al otro. Un trabajo de proximidad, un trabajo de condescendencia al camino del otro. Un trabajo mutuo de los ideales, de los puntos de vista. Es un gran respeto al Amor.

El respeto, es el trato considerado más hondo a la dignidad de la persona. Hoy, día del migrante, miremos un poco a aquellos que no nacieron en esta tierra. Que vinieron. ¡Que sorpresa! Como el papá o la mamá de alguno de los que estamos aquí. Como mi papá. Vinieron por mucha razones, por necesidad de trabajo, o por persecución ideológica.

Tantas personas vinieron. Hoy debemos preguntarnos como honramos la deuda para con ellos. La deuda del amor, ¿qué hacemos por ellos? Y más en estos días donde la Iglesia quiere mirar al migrante, al migrante joven. Esa multitud de chicos y chicas que se desarraigan de su tierra para echar raíces en la nuestra. Les decimos «Trabajemos juntos para hacer un mundo posible», (mensaje del Santo Padre Benedicto XVI por la jornada mundial del Emigrado y el refugiado 2008). Un mundo mejor que sea posible, un mundo de confidencia y de amor.

Ojalá pudiera detener aquí mi homilía. Pero la primera lectura del Profeta Ezequiel (Ez 33, 7 – 9), nos dice: «yo te he puesto como centinela», es decir, a todos nos pone como centinela. Y como centinela tenemos que avisar cuando hay peligro. Antiguamente los centinelas que estaban en las ciudades, veían cuando había un peligro de vida. Para mí hoy corre peligro el cristiano, pues todo cristiano es centinela. Y hoy como cristiano tenemos que decir ¡cuidado! Cuidado que no te quiten la vida. Que no se creen situaciones de xenofobias entre nosotros. Todos sabemos que la xenofobia así se da.

Aquí parece que nadie odia al migrante. Pero está la xenofobia sutil, la que quizás, elaborada por nuestra viveza criolla, nos lleva a preguntarnos: ¿cómo los puedo usar mejor?, ¿cómo me puedo aprovechar de ésta o de éste que no tiene documento?, que entró de contrabando, que no se sabe el idioma, o que es menor de edad y no tiene quien lo proteja.

Si somos sinceros tenemos que reconocer que entre nosotros se da esa sutil forma de xenofobia que es la explotación del migrante. No se en otros lugares del país, no me gusta hablar de lo que no vi o sé. Pero en esta ciudad hay explotación de migrantes y de migrantes jóvenes. Más aun, hay otro escalón, hay trata de migrante jóvenes. Chicas y chicos que son sometidos a la trata o a la esclavitud, del trabajo a presión por dos pesos. A la esclavitud de convertirlos en mulita para transportar droga, a la esclavitud de la prostitución de jóvenes, que no tienen la mayoría de edad. ¡Esto se da en esta ciudad!

Algunos me dicen: «Sí Padre. Es que también los funcionarios no hacen nada». ¡Vos que haces? Si no haces nada, ¡Chillale!, Reclamales, ¿pero vos que haces? Además de reclamar como hay que reclamar. ¿Pero que haces vos? ¿Cómo saldás la deuda del amor permitiendo que delante a tus ojos estén explotando estos tratantes de migrantes, y mas aun tratantes de jóvenes? Esto se da cerca. ¡Que no vengan con cuentos chinos! ¡Esto se da acá! Yo les confieso: cuando medito en esto, cuando lo veo, perdonen pero lloro. Lloro de impotencia. ¿Que le pasa a mi pueblo, que tenía los brazos abiertos para recibir a tantos migrantes y ahora los va cerrando y ha engendrado en su seno delincuentes que los explota, y los somete a la trata? ¿Qué le pasa a mi pueblo!? Hoy más que nunca necesitamos de centinelas, para que quitemos esto.

No solo no pagamos la deuda del amor, sino que de alguna manera los que no hacemos nada, entre comillas, somos cómplices de este delito tan, tan nefasto como es la explotación, la esclavitud, y la trata en nuestra ciudad. Somos cómplices por nuestro silencio, por nuestro no hacer nada, por nuestro no reclamo a quienes el pueblo ha ungido como responsable para solucionar. Por nuestra apatía.

Esta misa diremos sí a la multitud de jóvenes migrantes. Abramos el corazón, y abramos las entrañas de las manos. Recordemos que hay explotadores explícitos e implícitos. Los que callan y miran para otro lado, son explotadores implícitos. Recordemos que también nosotros, todos somos migrantes por que nadie se queda aquí para siempre y sería muy triste que cuando tenga que mostrar el pasaporte, te digan: «¡debe la deuda de su existencia!».

Debe la deuda de ser hombre o mujer de bien. Debe la deuda del amor. Por que delante de sus ojos tu hermano era explotado y vos te callaste. Tu hermano era sometido a la trata y vos te callaste, tu hermano era esclavizado y ¡vos te callaste!

La misa es en acción de gracias. Demos gracias a Dios porque nos da su palabra. Pidamos que esa palabra nos mueva. A no ser menos pasivos frente a esta delincuencia que se ha instalado en nuestra ciudad y que mete a nuestros hermanos migrantes, menores de edad, en la picadora de carne.

Que así sea.

Buenos Aires, 07 de septiembre de 2008.

Cardenal Jorge M. Bergoglio, s.j.