Brexit o el gran triunfo del hooliganismo

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La responsabilidad de Cameron y consortes

Un fantasma recorre Europa: el hooliganismo político

Precisamente el país que estableció hace más de 300 años una de las uniones económicas, políticas y monetarias más exitosas y longevas de la historia al unirse Inglaterra con Escocia, Gales e Irlanda para formar el Reino Unido; precisamente el país con una de las Casas Reales de más proyección centroeuropea (se inventaron el «apellido» Windsor durante la guerra, cuando el original, Sachsen-Coburg-Gotha, sonaba poco patriótico) opta ahora no sólo a poner en entredicho el futuro de la Unión Europea sino a jugarse su propia pervivencia como país. Y todo, porque poco más de un tercio del censo británico, atizado por unos hooligans políticos y sus tabloides, emitió un voto esencialmente xenófobo.

En la campaña, ejemplo vergonzoso de manipulación demagógica y maquiavelismo sin escrúpulos, se llegó a acuñar el término de «parásitos polacos» en referencia a los polacos, españoles y rumanos que representan la mayor parte de los receptores de las prestaciones sociales británicas a la que todos los residentes comunitarios –sin los que la economía británica no podría funcionar– tienen derecho. «Recuperar la soberanía sobre las fronteras» fue uno de los pilares de la propaganda a favor del Brexit cuando, a diferencia de los estados Schengen, el Reino Unido nunca la había cedido a la UE. De hecho, la campaña no trataba de impedir la entrada de refugiados sirios, ya que éstos se agolpan en vergonzosos campamentos en el lado francés del Canal de la Mancha. El golpe iba contra el único elemento de la UE que beneficia directamente a sus ciudadanos y no sólo a las empresas: la libertad de movimiento de los ciudadanos de la Unión.

David Cameron será recordado como el primer ministro más corrupto de la historia que, como un demoníaco ludópata dostoyevkiano, apostó a lo grande algo que no era suyo: soñando con ganar el poder en el mayor golpe de ruleta de su vida, puso en juego a todo un continente y la unidad de su propio país. Es toda una parábola que ilustra los mecanismos del poder y de las mentes que lo controlan. Más allá de la importancia del resultado de un referéndum, lo grave es el hecho de que un político tenga el poder, las herramientas y la voluntad para instrumentalizar pueblos enteros en función de sus intereses personales y que pueda hacerlo impunemente.

Cuando un broker pierde grandes fortunas en apuestas tan arriesgadas y equivocadas como para hacer tambalear o caer su banco, termina en la cárcel. El mayor de los hooligans políticos –evitaremos la palabra «populismo» por falsamente sugerir que se trata de una corriente que representa al pueblo– jugó su juego, cuyo precio nos toca ahora pagar a todos, sobre todo a los ingleses, sin que a sus perpetradores les toque afrontar seriamente las consecuencias de sus fechorías. ¡Qué barato salen las corruptelas españolas al lado de ésta! Algunos corruptos acumulan dinero que no es suyo; otros, como Cameron, acumulan poder sustraído de manera igualmente truculenta a su verdadero dueño, el pueblo.

Hacer consultas populares cuando no existe un pueblo formado y organizado, no es más que otro engaño en la estrategia de robar el poder a quién le pertenece. La demagogia y las consultas populares llevaron a Hitler –máxima expresión de hooligan político– al poder. Un referéndum nunca es un ejercicio democrático cuando se vota en un ambiente cargado deliberadamente de emociones que anulan las razones, debilitando así al pueblo soberano. Los nacionalismos actuales son manipulaciones emocionales e irracionales impulsados por unos intereses caciquiles que raras veces dan la cara. Se basan en una narrativa falsa, siempre xenófoba e insolidaria, sobre cómo «otros» se aprovechan de su «gran nación».

Los principales líderes hooliganistas como Boris Johnson no querían el Brexit, sólo lo utilizaron para manipular «al pueblo frustrado» para subir políticamente. Johnson huyó de asumir su responsabilidad, renunciando a suceder a Cameron, dejando a otro que arregle el desastre creado en gran parte por su propio discurso irresponsable.

La injusticia social

Las políticas británicas favorecieron durante varias décadas un modelo económico basado en servicios de alto valor añadido (financieros y tecnológicos), permitiendo, sin embargo, la paulatina desindustrialización del país, con el resultado de crear una «economía artificial». Esta le ha permitido obtener un gran crecimiento para las élites y buenas notas del FMI, pero a costa de la creciente desconexión social de la antigua clase trabajadora empobrecida, de personas de bajo nivel formativo y de los mayores incapaces de reinsertarse en un mercado laboral totalmente diferente al de su juventud.

Alemania, en cambio, favoreció en su estrategia económica la evolución hacia una industria de alto valor añadido, muy descentralizada geográficamente y repartida por muchos sectores de actividad. A través de políticas favorecedoras de la Formación Profesional no universitaria y políticas sociales integradoras (minijobs para sacar a las personas instaladas en el salario social) se ha podido evitar esta desconexión social, excepto en la antigua parte comunista que es, efectivamente, donde el hooliganismo político de la AfD y los neonazis tienen más votos.

Por tanto, se ve claramente que donde la gente se ve descolgada del bienestar de su propia sociedad, el potencial del hooliganismo crece enormemente, ya que partidos y políticos de mentalidad corrupta que van a pescar votos en esas regiones, no llegan con una oferta formativa para ayudar a la población a comprender mejor su situación, sino con eslóganes fáciles y agresivos, «argumentos» emocionales y victimistas y campañas desvergonzadamente manipuladoras.

Las personas que no tienen nada que perder no defenderán el status-quo propuesto por sus élites, pero cuando el pueblo no se forma ni se organiza, se convierte fácilmente en presa de líderes hooliganistas que tampoco vienen con un plan claro sobre qué hacer para mejorar la situación, pero que saben canalizar las frustraciones y la agresividad de una población maltratada para su propio beneficio político.

La responsabilidad de la UE

Por supuesto, una Unión Europea que no es la unión de los pueblos de Europa sino el gran club social de los lobbies de las corporaciones multinacionales y financieras, ha llevado el agua a los molinos del Brexit. Una UE que dedica miles de millones al rescate bancario y manda a millones de personas al paro no puede esperar que los votantes se identifiquen con ella. Una UE que se ha quedado estancada en la unión económica y monetaria, pero que se niega a avanzar en la unión social (en el sentido más amplio de la palabra), no puede esperar que los pueblos europeos la apoyen. Una Unión que se niega a someter a la transparencia y el control democrático el futuro Acuerdo de Libre Comercio del Atlántico Norte, se ha jugado toda la credibilidad y confianza con sus ciudadanos.

Una UE dominada cada vez más por una Alemania que impone sus reglas de juego a los demás, aún a costa de crear economías fallidas (¿qué otro nombre se puede dar a una economía que no sólo manda la mitad de los jóvenes al paro y la otra a la precariedad, sino que tampoco da oportunidades a los mayores de 45 años que se han quedado en paro?), difícilmente será defendida por sus pueblos en la urnas. La indolencia con la que los españoles soportan su propio desastre algún día será estudiado por historiadores y sociólogos.

Con hooliganismos políticos emergiendo con fuerza por todas partes, encender una mecha puede causar un gran incendio. Le Pen en Francia, AfD en Alemania, los separatistas en España, antes Berlusconi y ahora Beppe Grillo en Italia o Donald Trump en EEUU están esperando su oportunidad. Los europeos de 1933 tampoco creían que el primer incendio de los hooligans nazis podría convertirse en el episodio más sangriento de la historia. Los hooligans son incendiarios por naturaleza y les importa un pimiento el sufrimiento de los pobres que arrastran detrás de si.

¿Y ahora qué?

A nadie le interesa en realidad cambiar el status-quo, y menos a los partidarios del Brexit que perderían su perenne chivo expiatorio para ocultar sus propios desaguisados internos. El hecho de que David Camerón, además de corrupto cobarde, se niegue a activar el artículo 50 con el que se iniciaría el proceso de salida «para dejar un período de reflexión» y las dos millones de peticiones para un nuevo referéndum, indican que el establishment de la isla está buscando fórmulas para mantenerse en la UE de una o de otra manera.

Existen dos antecedentes de países que han «comprado» el acceso a los beneficios económicos de la UE sin tener que hacerse miembros. Para ello han tenido que comprometerse a contribuir al presupuesto comunitario, aceptar la libre circulación de personas, productos y servicios y aplicar estándares, normas y regulaciones europeas también en su territorio: Suiza y Noruega. Ambos tienen sus razones para preferir pagar este peaje renunciando a estar en las instituciones y los procesos de decisión de la UE: Suiza para no someterse a las regulaciones bancarias y poder seguir siendo un buen lugar para blanquear capitales y Noruega para no someterse a la política pesquera común.

¿Qué intereses podría tener el Reino Unido para aspirar a un estatus similar?

Si bien en Fráncfort especulan ya con el traslado de 10.000 puestos de trabajo altamente remunerados de la City, otro escenario manejado entre bambalinas apunta al reforzamiento del centro financiero británico, precisamente por poder aprovechar ahora las oportunidades generadas al ya no tener que someterse regulaciones y controles europeos.

No olvidemos que los territorios británicos no pertenecientes al Reino Unido (las islas del Canal donde destaparon ya más de un escándalo protagonizado por los grandes bancos españoles, las islas Vírgenes, Bermuda, Gibraltar…) son grandes especialistas en ocultar capitales de dudosa procedencia. Mientras que las grandes potencias están obligando a los pequeños paraísos fiscales (geográfica, no financieramente hablando) a someterse a su control, EE.UU. está posicionándose como el nuevo «puerto seguro» que exige de los demás países lo que le niega al resto del mundo: compartir los datos de los propietarios reales de propiedades y capitales. Enormes cantidades de dinero han abandonado en los últimos meses a Suiza con dirección a EEUU ante la inminente aplicación del tratado internacional de control de capitales. Si bien nadie admitiría abiertamente un tema tan delicado, hay quienes ven en Inglaterra como la Nevada o el Delaware europeo: un paraíso fiscal en un país fuerte y previsible, con músculo político suficiente como para no tener que doblegarse ante las presiones ajenas, como, por ejemplo, a un gobierno ruso post-Putin que quiera recuperar para el estado los bienes robados por sus oligarcas, afincados en gran cantidad en Londres.

En el lado europeo, prevalecerá la absoluta necesidad de mantener el Reino Unido plenamente integrado en la economía continental. Se ablandará rápidamente el actual discurso duro, destinado principalmente a disuadir posibles imitadores. Se necesitará un tiempo para negociar con los ingleses, aplacar los euroescépticos continentales y recuperar el prestigio internacional de la UE. Pero dentro de un par de años, el proceso de unión, ya sin el freno británico, podrá acelerarse; un proceso sin duda liderado por Alemania que, tras la salida de la segunda economía de la UE representará más del 25% de todo el producto interior bruto de la suma de los 27 países restantes de la Unión. En las relaciones entre Alemania y Francia como motor de la Unión, ya no habrá tercero de la discordia capaz de frenar al uno o al otro. Alemania aprovechará la oportunidad para aumentar su hegemonía. Gestionará la UE según su propio modelo y la reunión entre los seis países fundadores un día antes de la cumbre post-Brexit de los 27/28, fue una señal fuerte para dejar claro que los principales capitanes europeos apuestan por acelerar la integración entre los países del núcleo duro de la Unión, aunque para la galería digan lo contrario, para no echar leña al fuego al hooliganismo político en sus propios países.

En resumen: nos quedaremos con una Unión Europea con una Inglaterra (o un Reino Unido, si sobrevive) vinculada de una manera más débil y una Alemania aún más dominante. Pero una Europa que afronta los retos de la cuarta ola industrial en la que el paro y la precarización afectará masivamente las clases medias cualificadas estando dividida entre pueblos vencedores y pueblos vencidos y dominada por unos intereses corporativos sin control democrático, siempre será débil y vulnerable. La solución no son referéndums fácilmente manipulables, sino pueblos cultivados en el espíritu solidario e internacionalista que exijan a sus gobiernos políticas que pongan en el centro al ser humano y el desarrollo de una sociedad europea antes de ser meros ejecutores de los intereses de la élite financiera y económica.

No juguemos con fuego

Dejemos las bengalas en los campos de fútbol. Con todo lo criticable que puede ser la UE, nos ha traído a todos los europeos 60 años de paz, una prosperidad sin precedentes, la posibilidad de viajar, estudiar, trabajar, casarnos, vivir y retirarnos donde queramos dentro de Unión, sin necesidad de pedir permiso y sin que nadie nos lo pueda impedir. Cualquier estado tiene que garantizar a los demás ciudadanos de la Unión los mismos derechos que ofrece a los suyos propios. Las fronteras se han abolido y los riesgos de que una gran devaluación, inflación o crisis bancaria se coma los pequeños ahorros de una familia han desaparecido prácticamente para los ciudadanos de la zona Euro. Nadie en su sano juicio puede querer romper estos logros a pesar de todos los problemas que tenga la UE.

Las grandes internacionales de trabajadores que hace más de cien años impulsaron la unión entre los pueblos europeos son un ejemplo que otra unión europea es posible. En 1914, otros hooligans políticos traicionaron a los pueblos a los que decían representar. Los pueblos europeos en 2016 parecen aún más debilitados que hace un siglo. Hasta que la sociedad no se vuelva a estructurar, no vuelva a tener un análisis propio contra la manipulación interesada y no esté organizada para emprender su propio camino para poder exigir a los políticos gobernar para todos, Europa seguirá siendo débil, como todo lo que se impone «desde arriba», sin ser resultado de un trabajo «de los de abajo». Sólo una Europa construida desde sus propios pueblos, desde abajo, paradójicamente desde los débiles, podrá ser fuerte en el futuro.

Autor: Rainer Uphoff