Bruno Alonso, la honradez del socialismo

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Hay unanimidad entre los que le conocieron, fueran de izquierdas o de derechas, en que Bruno Alonso fue un socialista de honradez intachable, siempre beligerante y combativo contra la corrupción, las injusticias y desigualdades sociales.

Bruno Alonso González nació en Castillo Siete Villas (Cantabria) el 6 de octubre de 1887 en el seno de una familia pobre. Fue uno de los artífices más destacados del socialismo en Cantabria y en España. Una figura impresionante, por su talla moral. Al margen de su actividad política, también impresionante, hay unanimidad entre los que le conocieron, fueran de izquierdas o de derechas, en que Bruno Alonso fue un socialista de honradez intachable, siempre beligerante y combativo contra la corrupción, las injusticias y desigualdades sociales.

Muy pronto, con 12 años, se vió obligado a trabajar para colaborar en su familia, que emigró a Santander huyendo de la miseria. Trabajó como aprendiz de herrero y conoció  la explotación e incluso el maltrato físico. A los 13 inició su vida sindical, ingresando en la Sociedad de Metalúrgicos, y al poco tiempo es elegido presidente de este sindicato. Al destacarse en la lucha social, es represaliado y tiene que trasladarse a Bilbao. En la capital vizcaína se suma al movimiento huelguístico de 1906. Retorna a Santander para ingresar como temporero en la fábrica Solvay de Torrelavega. Luego pasará a los talleres de “Corcho e Hijos”, convirtiendo al Sindicato Metalúrgico en uno de los más activos de la Unión General de Trabajadores. Participa intensamente en la huelga general de 1917, y como consecuencia de ella sufre setenta días de prisión.Durante la dictadura de Primo de Rivera continúa con las actividades solidarias. En 1927 se enfrenta al general Saliquet, gobernador de la provincia, y es encarcelado en Potes durante nueve meses. Allí mostró de nuevo su honradez y su repudio de la violencia. Varios compañeros fueron a sacarlo a la fuerza, reduciendo a sus captores y él se negó a salir, si no lo hacía con la orden de un juez.

Se casó con Marina Elejalde, con la que tuvo cinco hijos. Fue su mujer hasta el final de sus días en su exilio mejicano. Tempranamente vivió con dolor la pérdida de un hijo en la guerra y de una de sus hijas, gravemente enferma, para la que no tenía ni con qué pagar el sanatorio.

Bruno era un hombre duro en sus convicciones, de honestidad ejemplar pero muy accesible y sereno en el diálogo. Defendía con pasión su ideas, y respetaba las de los demás. Durante la II República, en plena espiral de radicalismo, se va a distinguir por su prudencia y humanismo. Se enfrentó abiertamente a los exaltados, poniéndose incluso delante de los que pretendían quemar la catedral de Santander. La prensa católica y el propio canónigo de la catedral le felicitaron públicamente. En plena guerra, realizó alocuciones radiofónicas en tonos de serenidad, denunciando los crímenes de los que se tomaban la justicia por su mano. A los que detuvieron al diputado conservador Eduardo Pérez del Molino, les dijo tajante: Me responden con su vida de la vida de este hombre. Durante estos años Bruno Alonso fue líder de la UGT, concejal de Santander y diputado por el PSOE en las tres legislaturas de las Cortes durante la II República (1931-1939). Su paso por las cortes españolas (con boina y sin corbata) y su franqueza, llenaron de asombro y de estupor, no exento de molestia, a los demás diputados, la mayoría con bombín y polainas, hasta el grado de tener que ganarse su respeto a fuerza de bofetadas, literalmente hablando, como la que dio a un atildado “señorito” marqués, quien no podía explicarse como él, un humilde obrero metalúrgico socialista, había llegado a ocupar un escaño tan importante. A pesar de ser diputado vivía de su trabajo de metalúrgico. En cierta ocasión la empresa para la que trabajaba, “Corcho e Hijos”, le quiso premiar porque atribuían a su influencia el encargo de hacer un barco guardacostas, y le dieron un sobre. Bruno, sin abrirle, llegó a la Casa del Pueblo y lo entregó para que se comprara una biblioteca. Su respeto a la cultura y odio a la corrupción quedaban claros. Al comenzar la guerra es nombrado Comisario General de la Flota Republicana, cargo que desempañará con entrega hasta el final. Mientras, su mujer, durante la guerra, hacía cola toda la noche para conseguir alimento para sus hijos.

Al acabar la guerra, y tras un periplo lleno de calamidades por el norte de África, embarcó en 1942 con su familia hacia Ciudad de México. Recién llegado, su primer trabajo fue de lavaplatos en un restaurante. Cuando el dueño se percató de quién era su más humilde empleado, quiso mejorar su situación laboral y salarial, pero él se negó, aduciendo que su lucha no lo condicionaba a recibir privilegios que él no se hubiera ganado con su propio esfuerzo. También se ganó la vida como vigilante nocturno para una empresa de construcción, trabajó en un taller de platería, como tornero y cerrajero. Durante su exilio, vivirá España muy de cerca. Con los exiliados en México creará el centro “Sotileza” y mantendrá frecuente correspondencia con la península. Entre ella destaca la que tuvo con el anarcosindicalista Cipriano Mera o con el obispo de Santander, monseñor Cirarda, al que en 1970 felicitará por la valentía de su protesta ante la persecución policial sufrida por los trabajadores en 1968. Ya mayor, y muerto Franco, los nuevos dirigentes del PSOE salidos de Suresnes, le visitan en México con cheque incluido para ofrecerle la presidencia de honor del PSOE. Bruno lo rechazó mostrando su honradez hasta la muerte. Su socialismo militante, no tenía nada que ver con el de los nuevos burócratas que a golpe de talonario de la socialdemocracia alemana habían refundado el PSOE. Bruno Alonso murió el 19 de enero de 1977 en México a la edad de 90 años, con una exigua pensión que a penas le daba para vivir. Murió un obrero humilde, que tuvo la moral como ideal y el Ideal como moral. Murió quién vivió para los demás más que para sí mismo.

“Pese a que mi salud estaba aún bastante quebrantada no vacilé en atender el ruego de aquellos compañeros que me concedían el honor de su confianza y de su fe. Un buen militante socialista ha de estar dispuesto en todos los momentos a los sacrificios materiales y morales que sean necesarios para el triunfo de los ideales obreros. La lucha por la clase obrera y por el socialismo es un combate sin tregua que se libra día a día, minuto a minuto, que requiere la entrega completa de nuestra vida, la consagración absoluta de nuestra existencia. Bienestar, comodidades, familia, tranquilidad del hogar, libertad y hasta seguridad de la persona han de sacrificarse, no a título excepcional sino cotidianamente, en cada instante y en cada minuto.”

Bruno Alonso

Del libro: Militantes Obreros. Semblanzas
(Ed. Voz de los sin Voz)