Cajal. Un científico creacionista

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Es más común de lo que pueda parecer el pensamiento de que ser científico está reñido con ser religioso, o de que razón y fe son incompatibles.

Es más común de lo que pueda parecer el pensamiento de que ser científico está reñido con ser religioso, o de que razón y fe son incompatibles. Sin embargo, es preciso afirmar la compatibilidad de ambos aspectos de la realidad humana. En este sentido, Juan Pablo II decía, en la introducción de su encíclica Fides et ratio: La fe y la razón son como dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Así sucedía, sin duda, en don Santiago Ramón y Cajal.

Recibió el Premio Nobel en octubre de 1906, por sus estudios sobre la demostración de la teoría neuronal y la ley de polarización dinámica de las neuronas. En su obra escrita, que fue abundante, da cuenta de aspectos de su persona como el de sus creencias, aspecto éste, por cierto, escasamente estudiado y en absoluto difundido.

Nacido en el seno de una familia católica, se casó por la Iglesia con una católica ferviente, Silveria Fañanás, con la que tuvo siete hijos, que fueron bautizados y recibieron la comunión.

En 1895, con 43 años, ingresó en la Real Academia de Madrid y, en su discurso de ingreso, titulado Fundamentos racionales y condiciones técnicas de la investigación biológica, dejó testimonio claro de sus ya afianzadas ideas creacionistas al escribir, hablando de las cualidades morales que debe poseer el investigador:

Y a los que te dicen que la Ciencia apaga toda poesía…, contéstales que… tú sustituyes otra mucho más grandiosa y sublime, que es la poesía de la verdad, la incomparable belleza de la obra de Dios y de las leyes eternas por Él establecidas. Él acierta exclusivamente a comprender algo de ese lenguaje misterioso que Dios ha escrito en los fenómenos de la Naturaleza; y a Él solamente le ha sido dado desentrañar la maravillosa obra de la Creación para rendir a la Divinidad uno de los cultos más gratos y aceptos

Pero también Cajal, además de deísta y creacionista, resulta ser uno de esos científicos poco frecuentes, que tienen muy claros los límites de la ciencia en relación a asuntos como la religión, escribiendo en el mismo discurso: La vida y la estructura van más allá de nuestros recursos amplificantes y de la potencia reveladora de nuestros métodos… En la ausencia de datos suficientes para formular una explicación racional…, abstengámonos de imaginar hipótesis…; de esta excesiva confianza en los recursos teóricos que, para la resolución del supremo enigma de la vida, pueden ofrecernos las ciencias auxiliares, adolecen casi todos los modernos creadores de teorías biológicas generales, aunque éstos tengan nombres tan justamente célebres como Herbert Spencer, Darwin, Haeckel, Heitzmann, Bütschli, Noegeli, Altmann, Weissmann, etc…; en lugar de abarcar con su mirada el horizonte entero de la Creación, sólo han logrado explorar un grano de arena perdido en la inmensidad de la playa

Esta fe deísta se encuentra unida a la creencia en el alma inmortal desde sus veinte años en los que, abatido por el sufrimiento de la tuberculosis, escribe, en Recuerdos de mi vida, 1923 [Cajal. Vida y Obra, de García Durán Muñoz y Francisco Alonso Burón, Barcelona 1983. Ed. Científico Médica]: Ciertamente del naufragio se habían salvado dos altos principios: la existencia de un alma inmortal y la de un Ser Supremo rector del mundo y de la vida.