Cambio climático y biocombustibles. Las grandes mentiras

2524

Entre tantas noticias domésticas sobre el paro y el rescate de su causante, el sistema financiero, los medios de comunicación han relegado a un segundo plano otros grandes temas que van configurando nuestro futuro. Uno de ellos es el nuevo modelo energético que están imponiendo las grandes multinacionales y sus correas de transmisión políticas.

Nuevamente, la gran impulsadora de los grandes cambios en el ámbito europeo y, en esta ocasión también mundial, es Alemania. Este país, que ha pasado en la pasada década del multilateralismo europeísta a ver en el resto de Europa la palanca que necesita para conseguir sus propios intereses imperiales en el nuevo orden mundial, no tiene ninguna gran petrolera cuyos intereses tendría que defender. Además, decidió abandonar por completo la energía nuclear en los próximos años, proclamando un nuevo modelo energético, la “Energiewende”, en analogía con la “Wende”, el “gran cambio” con el que se denominó el acontecimiento más importante en la historia alemana de los últimos 65 años – la caída del muro de Berlín.

Convenientemente preparado el terreno por el gran ideólogo del cambio climático, el ex vicepresidente norteamericano Al Gore, la terminología elegida no deja, por tanto, lugar a duda: se trata de un cambio de máxima prioridad política y económica. En un importante cambio de los equilibrios internos de poder en el gobierno alemán, y por primera vez en la era Merkel, la canciller despidió un ministro “débil”, el de Medio Ambiente, sustituyéndolo por Peter Altmeier, un político de peso, con lo que su ministerio dejó de ser una “maría”. Es más, se creó una estructura interministerial para impulsar el “gran cambio” energético, subordinando (¡!) los ministerios de Exteriores y de Cooperación Económica al de Medio Ambiente. Falta, curiosamente, el de Industria, lo que evidencia el papel netamente político de la iniciativa y la determinación de “exportar el modelo”, algo que se le da bien a los alemanes. El actual proceso de imposición forzosa de sus propias estructuras económicas y sociales a los países mediterráneos es otro gran ejemplo del neo-imperialismo germano.

¿En qué consiste la “Energiewende” y que consecuencias tendrá?

Empezamos con la primera y principal consecuencia: más hambre entre los empobrecidos del mundo y, a la vez, grandes oportunidades de negocio para inversores financieros. Implica también un retorno a un imperialismo de ocupación de territorios, necesarios para producir energías renovables (proyecto Desertec de producción energía termosolar en el Sahara) y cultivar biocombustibles.

Alemania impuso ya a sus “socios” europeos unos porcentajes mínimos de biocombustible obligatorios en las gasolinas de automoción. Aunque parece cada vez menos viable alcanzar el objetivo inicial de alcanzar una proporción de 20% de combustibles de origen vegetal en toda la UE hasta el año 2018, el camino está marcado. Permitirá a la todopoderosa industria automovilística alemana exportar más coches porque los motores más antiguos no admiten las nuevas mezclas de gasolina. También exigirá ocupar ingentes cantidades de terrenos para cultivar plantas de alto contenido energético para satisfacer semejante demanda.

Desde 2000: 6,4 veces la superficie de Gran Bretaña para producir biocombustibles

Contradiciendo la propaganda oficial de que la agricultura para producir energía no entra en competencia con la que produce alimentos, desde que se incluyeron los biocombustibles en los objetivos internacionales para «luchar contra el calentamiento global» en el año 2000, según datos de la FAO inversores internacionales han comprado 200 millones de hectáreas en “países de desarrollo”, representando OCHO veces la superficie de Gran Bretaña y una nueva vuelta en la concentración de la propiedad de las tierras en manos de unos pocos inversores financieros en busca de maximizar el retorno sobre su inversión. El 58% de estas superficies (en parte previamente cultivado por pequeños agricultores de asentamiento histórico pero sin cédula de propiedad y que han sido expulsados de sus tierras en Argentina y Brasil en connivencia con sus gobiernos “progresistas”) se va a dedicar a la producción de materia prima para combustibles y un 22% a la silvicultura correspondiente al esquema de compraventa de derechos compensatorios de emisiones de CO2 que la UE intentó imponer al resto del mundo en el tratado de Kyoto. Sólo un 20% será usado para producir alimentos, siempre de uso industrial y no de consumo local.  

Los biocombustibles causan hambre y carestía de alimentos

El precio de los alimentos se ha desvinculado en los últimos 15 años totalmente de los precios de fijación tradicionales, principalmente influenciados por cambios en la demanda y la oferta (carestías por malas cosechas en países productores clave).

Desde que las tierras agrícolas se han convertido en la niña bonita de los inversores financieros, la especulación con el precio de los alimentos se ha multiplicado en las diferentes bolsas del mundo, creando situaciones de carestías artificiales y no compensados por los mecanismos tradicionales de estabilización de los precios agrarios, como la apertura de las reservas estratégicas, los seguros, etc. En los cuatro años del 2004 al 2008, el índice general del precios de los alimentos de la FAO se ha más que duplicado, sin que existiera un desequilibrio entre oferta y demanda. Standard&Poorsva siguiendo desde hace una década el volumen de la huida de capitales de la bolsa, cuya rentabilidad ha bajado a causa de la crisis del sistema financiero, a fondos agrícolas, considerados ahora más rentables por la irrupción de la agricultura bioenergética: De 2006 a 2011 la inversión en fondos agrícolas se ha sextuplicado y el líder en este producto financiero “innovador” en un fondo, como no, del Deutsche Bank.

 Debido a la vinculación entre consumo energético y producción agrícola, según un informe del mismo DB, el 27% del precio de los alimentos viene ya determinado por la componente energética – y eso no incluye la especulación. Hay un consenso entre los grandes productores de energía del mundo que interesa mantener los precios del petróleo encima de los 100 dólares, porque sólo este nivel de precio hace rentable la explotación de grandes yacimientos de hidrocarburos “no tradicionales”, especialmente en EE.UU., pero también en Argentina, como el famoso yacimiento de la Vaca Muerta, expropiado a Repsol. Este mismo consenso permite también hacer rentable la producción de biocombustibles y pagar precios de producción agraria altos a los cultivadores industriales – en competencia con y detrimento de la producción barata y local de alimentos.

 No hay agua dulce para todo

Pero no sólo es un problema de ocupación de territorios y precios. La producción de semejantes cantidades de biocombustibles es, a todas luces, insostenible – según la FAO no hay agua dulce suficiente para agricultura de alimentos y la bioenergética.Si los planes de producción de biocombustibles y esquemas de “trading” de derechos de emisión CO2 se convierten en realidad en los próximos 30 años a las dos terceras partes de la humanidad se le condenará, consciente y planificadamente a morir de hambre. Con todos los proyectos de regadío y canalización en marcha, en el año 2045 existirá acceso a 14.000 km3 de agua dulce para la toda la producción agrícola mundial, de la que, según los planes de actuales de sustitución de combustibles fósiles por otros de origen biológico sólo las plantaciones para biocombustibles ya consumirán 11.000 km3.

La tierra tiene capacidad de sobra para producir alimentos para toda la población esperada para ese año. Pero si se asigna gran parte de la capacidad existente para producir biocombustibles se crea lo que los cínicos de la ONU llaman «población sobrante» a la que hay que reducir con los archiconocidos programas de control demográfico, como las esterilizaciones involuntarias, el aborto, políticas de hijo único y la guerra del hambre provocada. No en vano las lobbies proabortistas en Iberoamérica se financian con los fondos de las “fundaciones filantrópicas” de los grandes magnates capitalistas de corte “progresista” que también tienen grandes intereses personales en el desarrollo de las energías alternativas.

Una gran mentira ecológica

No es nuevo que al capitalismo no le importa recurrir al genocidio de la guerra o del hambre para garantizar sus estructuras de poder y beneficios. Sin embargo, la generalización del uso de los biocombustibles responde exclusivamente a determinados intereses económicos y políticos, para independizarse de los productores del petróleo y controlar la cadena de valor y especulación en territorios propios.

Un estudio de la Universidad de Cornell reveló ya en 2005 que la producción de biocombustible arroja un balance energético NEGATIVO, es decir, todo el proceso de cultivo, producción de aceites o alcoholes intermedios, refinado industrial, logística y adaptación, consume hasta un 29% más de energía de la que produce. Es decir, para producir un litro de biocombustible, hay que gastar 1,29 litros de petróleo.

¿Si todo es tan absurdo, por qué se sigue presentando como la solución a nuestros problemas energéticos?

Es posible que los futuros manuales de la economía traten la “Energiewende” como uno de los grandes desastres del capitalismo financiero, cuyas acciones y decisiones vienen determinadas exclusivamente por la revalorización que pueden obtener en bolsa sin tener en cuenta para nada el bien común. Aunque la ideología capitalista nos quiere hacer creer que es el medio más eficiente para adaptar la oferta a la demanda y optimizar así los mercados, este sistema sólo genera burbujas especulativas basadas en grandes iniciativas que no sólo no crean, sino destruyen valor económico. Benefician al especulador que genera recursos para hacer lobby ante los legisladores políticos y propaganda a través de los medios de comunicación para extender “su consenso” al pueblo que se ve perjudicado, en este caso por precios energéticos y alimentarios cada vez más elevados.