Aproximadamente, un millón de musulmanes están en campos de reeducación, sin juicio previo, lo que se traduce en cifras el mayor encarcelamiento étnico desde la II Guerra Mundial. Otros doce millones de su población es en están en semi estado de libertad –una «prisión abierta» como la llaman los activistas– donde las empresas tecnológicas han pergueñado una especie de laboratorio humano para ver cuál es el medio más eficaz de vigilancia.
El director Robin Barnewll, periodista y cineasta de canales tan prestigiosos como la BBC, ITV y Channel 4, entre otros, se infiltró con su equipo en Ürümqi, capital de la región de Xinjiang, un lugar atípico en China, ya que abundan las mezquitas.
Su población son los uigures, la etnia musulmana de China que, evidentemente es una minoría que, además, es reprimida. Aproximadamente, un millón de musulmanes están en campos de reeducación, sin juicio previo, lo que se traduce en cifras el mayor encarcelamiento étnico desde la II Guerra Mundial. Otros doce millones de su población es en están en semi estado de libertad –una «prisión abierta» como la llaman los activistas– donde las empresas tecnológicas han pergueñado una especie de laboratorio humano para ver cuál es el medio más eficaz de vigilancia.
Un cineasta chino, Han, bajo el nombre de «Li» viajó hasta allí tomando la apariencia de un hombre de negocios. Descubrió lo evidente: no faltaban los documentos fílmicos de propaganda en los que aparecían alumnos felices en sus escuelas. Sin embargo, si se toma un poco de dedicación se encontrará con cierta facilidad los informes de palizas y torturas mentales. De lo que se trata no es de desaprender una cultura, es más bien despojar a los uigures de su dignidad y «matar paso a paso el espíritu de las personas y de la comunidad».
A partir de testimonios de funcionarios del gobierno y habitantes de la región se va quitando el velo de la mentira. Uno de los servidores del gobierno dice con toda rotundidad: «Los uigures no tienen derechos humanos». Esta comunidad no bajó la cabeza. En 2009 se sucedieron los disturbios hasta que desde Pekín se envió a un mediador que no era lo que parecía, ya que participó en el sometimiento de la población tibetana. Mientras, abundan los espías –que viven en las casas de los represaliados– para vigilar sus teléfonos y demás sistemas de comunicación.