CARIDAD POLITICA Y NUEVA EVANGELIZACION

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Los cristianos estamos convocados en esta hora de la historia a emprender una nueva Evangelización. No se trata de una campaña proselitista para que las iglesias no se vacíen los domingos, sino del mandato de Señor de llevar a todos su Evangelio y de responder desde el amor al sufrimiento de los pobres. Si el problema es institucional, político, la Caridad Política nos llama a preguntarnos por SUS CAUSAS, a denunciar los mecanismos que las provocan y luchar de forma organizada por TRANSFORMAR el mundo institucional para que esté al servicio del hombre y de la vida y no en su contra…
CARIDAD POLITICA Y NUEVA EVANGELIZACION

J. Ramón Peláez.
Presbítero diocesano.
Máster en Doctrina Social de la Iglesia.

Los cristianos estamos convocados en esta hora de la historia a emprender una Evangelización nueva. Se trata de empeñar nuestras vidas en la construcción de una Civilización Nueva: la civilización del Amor y de la Vida.

No se trata de una campaña proselitista para que las iglesias no se vacíen los domingos, sino del mandato de Señor de llevar a todos su Evangelio y de responder desde el amor al sufrimiento de los pobres. Es una llamada que nos provoca a reconocer en las múltiples amenazas que hoy desvirtúan la dignidad de las personas un reto, la necesidad de transformar esta «Cultura de Muerte» en la Civilización de la Vida.

Es el reto del hombre tirado al borde del camino a nuestro corazón de cristianos, siempre provocado por el Señor a seguir sus huellas de Buen Samaritano.

Puede decirse que es el mismo reto que los pobres han supuesto a la comunidad cristiana a lo largo de los siglos y que ésta viene fielmente respondiendo con múltiples obras de caridad, hospitales, misiones, ONGs,… . Y sin embargo no pasaríamos con ello de un análisis superficial.

Superficial, en primer lugar, porque la existencia de los pobres es hoy un escándalo y provocación mayor por su número, que se cuantifica en miles de millones, por ser técnicamente evitable y, sobre todo, por ser directa o indirectamente planificada por intereses económicos.

Y superficial también por pasar por alto la complejidad de las sociedades modernas donde el proceso de institucionalización – lo que a primeros de los años 60 Juan XXIII nos describía como la «socialización» – no sólo ha aumentado la interdependencia de unos pueblos con otros, sino que principalmente ha dado a cualquier problema social un innegable componente político.

Hoy, nada del mundo de la cultura, la sociedad, la economía,… escapa al complejo mundo de instituciones que regulan y organizan nuestro vivir cotidiano. Y por ello ninguno de los problemas de los hermanos, el hambre, el paro, el aborto, la guerra,… pueden pretender afrontarse fuera de ellas.

Y en esto el reto es más nuevo. No es el de siempre por más que los cristianos nos sigamos empeñando en responder con la vieja beneficencia que ejercita la caridad individual. En un mundo post-industrial y fuertemente institucional la respuesta se nos pide en la dimensión política: se impone servir a los pobres y hacer con ellos un camino de liberación que ponga en juego a esta gran desconocida: LA CARIDAD POLÍTICA.

La virtud que en los años 30 Pío XI ya ponía como cimiento para la restauración de la justicia social por la que luchaban los militantes cristianos. Y que en el Concilio Vaticano II es pilar fundamental en la identidad vocacional de los laicos.

No parecen haber tenido mucho éxito estas llamadas del Magisterio al compromiso por más que continuamente hayan sido repetidas y cada vez con más insistencia por Juan Pablo II y las Conferencias Episcopales. Y es que no puede resultar fácil ni siquiera entenderlas si no es con un cambio radical de mentalidad.
Un cambio en la manera de entender al hombre. Dejando la definición individualista y entrando en una comprensión solidaria del hombre como «persona».

Es decir, no quedarse en el hombre como un ser aislado que se relaciona con otros y, en ciertas relaciones, lo hace de modo secundario a través de instituciones. Sino asumir la antropología del Evangelio, del hombre imagen de la Trinidad: un «ser-en-relación», hijo y hermano, y por ello «persona». Social desde lo más íntimo de su ser (podemos decir que desde su mismo código genético que ya es la combinación de dos personas distintas que le engendraron) y dependiente de una sociedad humana para poder existir.

Con esta antropología, más coherente con el Evangelio y más realista para comprender un mundo tan institucionalizado como el que vivimos, nos va a resultar muy diferente el MANDAMIENTO DEL AMOR, aquello de «amar con todo el corazón, con todo el alma, con todo el ser», pues no puede quedarse el amor en mero sentimiento, o en dedicar un rato a un pobre, o servir la comida a un anciano. «Todo el ser» va a incluir todo esto, pero también mucho más, pues somos seres sociales: nuestro ser es también ser ciudadano (miembros de instituciones políticas), es ser trabajador y consumidor (miembro de instituciones económicas), es ser receptores y difusores de opinión pública (miembro de unos ambientes) es participar en la educación de las generaciones que nos siguen (miembros de la institución familiar, educativa, cultural).

Y estas instituciones son de carácter político. Porque, a pesar de que solemos llamar así sólo a las instituciones «oficiales» (las diversas administraciones del Estado) todas las demás también son políticas (orientadas para el bien-común).

Esto tiene una explicación bien sencilla: el hombre es un «animal político», es decir, su dimensión social no está definida por un aparato instintivo como es el caso de las hormigas, las abejas, los lobos,… sino que cada grupo humano a lo largo de la historia tiene que ir desarrollando esta dimensión social en diálogo con una tradición histórica que recibe y con el medio en el que desarrolla su existencia.

Así las instituciones educativas. económicas, culturales, de gobierno,… se diferencian tanto de los esquimales del Polo Norte a los yanomami del Trópico, o de los aztecas a los romanos con ser ambas civilizaciones urbanas.

Esta diversidad de posibilidades de organización hace que lo institucional sea siempre político. Es decir, no es impuesto de modo natural sino que responde a decisiones, proyectos, estilos de vida,… que siempre pueden ser de otra manera. Suponen una decisión política, un proyecto de cómo organizar la «polis».

Desde aquí la provocación del sufrimiento del hermano no puede ser para los cristianos solamente una llamada a socorrerlos y curar sus heridas. Cuando la agresión la sufren por millones: millones de hambrientos, de parados, de víctimas del aborto… ; cuando se constata que las instituciones encargadas en el mundo de remediar sus males ( OIT , UNICEF, FAO,…) contabilizan las víctimas pero hacen que el problema siga aumentando ; cuando es el mismo sistema económico el que los empobrece ; cuando la legislación y la mentalidad reinantes dan por buenas las agresiones contra la vida humana en sus situaciones de mayor debilidad ; … no basta curar, es más, sólo curar sería ser cómplice del agresor.

Si el problema es institucional, político, la Caridad Política nos llama a preguntarnos por SUS CAUSAS, a denunciar los mecanismos que las provocan y luchar de forma organizada por TRANSFORMAR el mundo institucional para que esté al servicio del hombre y de la vida y no en su contra.

De esto empieza a hablarse ya entre los cristianos pero no sin trampas. Trampas porque no se le da la prioridad que merece y parece algo secundario en que perder un poco el tiempo ante la urgencia de «hacer algo». O porque nos sigue pudiendo el individualismo y creemos que es «cosa de los políticos». O porque queremos remediar con un 0,7 lo que sólo se remedia evitando que las instituciones – que luego ni lo dan – sigan planificando políticas de hambre.

Trampas siempre que la CARIDAD POLÍTICA no se descubra como el centro que marca las decisiones fundamentales y las más cotidianas del vivir y, particularmente, la identidad vocacional de los laicos.

Pues nadie podrá negar que el centro de la vida cristiana es el Amor, «en esto conocerán que sois mis discípulos», y que en un mundo de multinacionales, mercados únicos e Internet, si este amor no es Caridad Política no es nada.

Esto supone que un examen de conciencia cotidiano debería ir incluyendo la revisión de nuestra vida en relación al amor a los pobres según qué y cómo hayamos consumido (institución económica), opinado o educado (institución cultural), participado o prescindido del compromiso socio-político,….

Incluyendo en el vivir cristiano el compromiso al servicio de los hermanos. Un servicio que por la propia naturaleza institucional de lo político sólo es posible hacerlo institucionalmente, es decir, desde una ASOCIACIÓN que cuente con plataformas y medios eficaces para ir gestando esa economía solidaria, esa política libre y gestionada por-desde-para el pueblo y esa cultura de la vida que sean el fermento de la Civilización de Amor.

Esto implica un modo de entender la vida que tiene la solidaridad como centro de la vida. Reconoce la propia implicación en las causa de la opresión de los hermanos. Y lucha contra ella en la propia persona y en la sociedad por un compromiso activo que hace de la existencia una camino de conversión y del compromiso una lucha transformadora de la sociedad en favor de la justicia: la MILITANCIA.

Sólo pequeños puñados de hermanos a quienes el Señor seduzca y sientan este proyecto como llamada a la que entreguen gratuitamente toda su existencia harán una Evangelización Nueva que engendre una Civilización Nueva.

Pues sin Caridad Política, sin implicar todo nuestro ser en el amor, sin tocar las instituciones que hacen del mundo una Cultura de Muerte no se evangeliza de un modo nuevo.

«Nada, podríamos decir, aparte de la religión, es superior al dominio público, que afecta a los intereses de toda la sociedad y que, en este sentido, es el dominio por excelencia de la forma más amplia de la caridad, la caridad política».
(Pío XI. 18. 12. 1937)

«La caridad que ama y sirve a la persona no puede jamás ser separada de la justicia: una y otra, cada una a su modo, exigen el efectivo reconocimiento pleno de los derechos de la persona, a la que está ordenada la sociedad con todas sus estructuras e instituciones».
(Juan Pablo II. Ch L 42)