En mi reflexión: ‘Yo no te olvidaré’, usted espigó las palabras: ‘El evangelio se proclama siempre y sólo para crucificados’; y les dedicó un inapelable comentario: ‘Mentira. El evangelio se proclama, siempre, para crucificados y no crucificados, la proclamación del evangelio no tiene fronteras’.
Querido Mario: yo no me atrevería a ser tan contundente, salvo que queramos llamar mentiroso también a Jesús de Nazaret.
Fue él quien hizo suyas las palabras del profeta: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor«. Si no interpreto mal, a Jesús le enviaron para que llevase una buena noticia a los pobres, a esos que yo he llamado crucificados.
Recuerdo también que fue Jesús quien dijo: «No estéis agobiados pensando qué vais a comer… o con qué os vais a vestir«, y entiendo que, si esas palabras hubieran sido dichas para quien tiene asegurados comida y vestido, carecerían de sentido, peor aún, serían un sarcasmo. Aquellas palabras eran un evangelio para pobres, para crucificados.
Claro que, volviendo a las palabras de su comentario, yo no podría decirle a usted: «Mentira«, aunque me considerase autorizado a discrepar de ellas. Y eso, no sólo por el respeto que le debo, sino también porque puedo entender lo que usted quiere decirme.
Usted quiere recordarme, por si hiciese falta, que la redención es universal, que Cristo murió por todos, y que eso es un evangelio para todos. Y es verdad.
Usted tal vez quiera recordarme, de paso, que el mandato de anunciar el evangelio tiene una dimensión universal. Y es verdad.
Usted tal vez intente resaltar que Dios a todos ama y quiere que todos se salven, y que para eso ha enviado al mundo a su propio Hijo. Y es verdad.
Pero usted puede entender también que ese evangelio universal –el de la salvación que viene de Dios, el del amor que Dios nos ha revelado en Cristo-, sería sólo una broma si Jesús lo proclamase en el banquete del rico epulón, y sólo representaría una amenaza si fuese anunciado en casa del sumo sacerdote Caifás. Para unos y otros, para epulones y poderosos, Jesús de Nazaret no es un evangelio sino una necedad o una pesadilla.
Una última cosa: Si Mario desea entrar en el alma del evangelio, escúchelo anunciado desde la cruz de Cristo. Todo suena distinto cuando lo dice el crucificado.
Un abrazo de este hermano menor.