Bolivia acaba de enviar un satélite al espacio. Y, al mismo tiempo, su presidente, supuesto adalid del “socialismo del siglo XXI”, ha pasado a la actualidad informativa por declararse partidario del “trabajo infantil” y bloquear una tímida reforma que ampliaría a los 14 años la edad a la que estaría permitido incorporarse al “mercado laboral”.
Es una gran metáfora de lo que parece ser el siglo XXI: medios tecnológicos que nos ponen en la órbita del “progreso” y la “globalización”, conviviendo con situaciones de explotación para los niños que nos retrotraen al siglo XIX.
Para tomar dicha decisión y hacer tales declaraciones ha contado con el respaldo de una poderosa asociación de “niños trabajadores” bolivianos (menores de 14 años) que reclaman unas “justas” condiciones para un trabajo que consideran necesario para colaborar a acabar con la miseria en la que viven sus familias. El trabajo no es el problema, proclaman los niños, la explotación sí que lo es. El argumento se completa con otras perlas: de siempre han trabajado los niños. Además, añade el presidente, eso ha contribuido y contribuye a formar su “conciencia social”.
El tema no es nuevo. Siempre ha existido una corriente que frente al “abolicionismo” y la erradicación total de la explotación infantil ha propugnado la “regulación”. Ocurre en muchos otros debates en cuyo “lado invisible” encontramos tanto un grandísimo negocio económico como un instrumento de control: el de la droga, el aborto o el de la prostitución. Me pregunto: ¿Por qué no se abren estas opciones al debate sobre la delincuencia, la mafia o el terrorismo, u otros temas que decididamente resultan, de cara a la galería, incuestionablemente perjudiciales? Puesto que existen, y según algunos, el mal que generan es siempre “relativo” o incluso “menor” o simplemente “no es mal”, ¿por qué no “regularlos”, convivir con ellos sin ponerles demasiadas trabas? ¿Por qué en unos casos el “mal” parece tan claro y en otros “tan relativo”?
Pero volvamos al tema: la confusión nace desde el mismo momento en que hemos aceptado hablar de “trabajo infantil” en lugar de hablar de lo que realmente es: explotación y esclavitud infantil. La confusión la han introducido los propios organismos internacionales, con la OIT al frente de ellos, que no para de hablar de “trabajo infantil” y de “las peores formas de trabajo infantil”. La confusión tiene que ver con esa visión burocrática y materialista que rezuma todo el discurso de unos organismos que siempre han servido para lavar la cara del criminal y despiadado imperialismo del Capital que está en el trasfondo de sus decisiones.
Usted no ha hecho sino poner de manifiesto esta contradicción y ha dicho algo que, de no esconder en su país el infierno en el que transitan cerca de 850 niños entre 5 y 14 años según sus propias cifras oficiales, hasta podía ser verdad “en teoría”. Y es que el “trabajo” en sí mismo no es reprobable. Siempre hemos defendido que el trabajo de los niños es el juego y la formación. Siempre hemos defendido que los niños “trabajen” en lo que tienen que trabajar: jugando, estudiando e incluso -y con toda la fundamentación y excelente tradición pedagógica que tiene- realizando en su tarea formativa labores físicas, trabajos físicos. Y, parece claro, que a ningún niño le ha perjudicado, sin que esto constituya ni mucho menos su principal labor, ayudar en los trabajos de sus padres.
Pero la realidad, a lo que Usted y todos los organismos internacionales están llamando “trabajo infantil”, es pura y dura explotación y esclavitud laboral. Y no estamos hablando de las “peores formas”, que son delito aunque no hubiera ninguna legislación especial para ellas. Todo niño condenado a formar parte de un trabajo del que depende poder satisfacer sus necesidades más básicas y las de su familia, está condenado a trabajos forzados. Y eso está aún más claro si sus padres carecen de un empleo, o el que tienen no les proporciona un salario digno para sacar adelanta a su familia. Este viene a ser el caso de más del 60% de los trabajadores adultos en el mundo. Y el del 70% de los empleos adultos en Bolivia. Y mientras se produzca esta situación, la existencia de los niños en el mundo laboral será una canallada y un crimen inmoral que no hace sino perpetuar un sistema económico canalla y criminal. Y, por si eso fuera poco, da la poca casualidad de que en un 99% estos “trabajos” de los niños son pura explotación en el sentido más elemental del término. También en Bolivia, Señor Evo Morales.
Prescribir la legalidad para los niños explotados significa además prescindir de la obligación subsidiaria que tiene su Estado para que todos los niños tengan la protección, la formación y la cualificación más adecuada a sus posibilidades en el ámbito de sus familias. ¿A qué hijos, Sr. Morales, les va a dar la responsabilidad de gestionar la complejidad de las tareas de todos los asuntos relacionados con el bien común en los distintos ámbitos de la vida: la economía, la política, la cultura,…? ¿A los que sí que podrán acceder a una formación adecuada porque no han tenido la necesidad de ”ponerse a trabajar”? ¿Se puede caminar hacia un pueblo capaz de gobernarse a sí mismo “regulando” la explotación de cerca de 850 mil de sus hijos? ¿Ese es el “socialismo” que debe servir de faro al mundo, el que “socializa” a los niños en un “trabajo forzoso” porque sus padres no tienen acceso a un trabajo y un salario digno?
Sr. Evo Morales. No sea usted un hipócrita que, para tapar el fracaso de un “modelo” que no consigue permitir ganarse dignamente el sueldo a las familias, pone a los niños a los pies de una explotación que no tiene ninguna justificación. Y, además, está consiguiendo algo aún mucho más grave para el avance de la justicia: hacer aparecer en la opinión pública como “buenos” a organismos internacionales del sistema-ONU que desde la OIT condenan el “trabajo infantil” y desde el BM, el FMI y la OMC allanan el camino a las condiciones que imponen la rapiña de la banca privada y las empresas transnacionales: más esclavitud y asesinatos para la infancia.
Autor: Manuel Araus