Carta desde África: El contable del rey y el adelantado

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Sólo exijo una cosa, que dejen de mentir. Éste no es el siglo de la globalización ni de la tecnología ni del terrorismo, es el siglo de la desigualdad…

Por Gonzalo Sánchez-Terán.
Guinea Conakry, 9 de septiembre de 2004.

Mañana llega a Liberia la directora ejecutiva de UNICEF desde su despacho en Nueva York. Nos han avisado de que quiere ver nuestro proyecto de formación de profesores: bien. El próximo taller, con 200 maestros rurales, tendrá lugar en Gbarnga, la segunda ciudad del país. Gbarnga está a sólo unas horas de Monrovia por una buena carretera protegida por miles de cascos azules. Es la parte más segura de Liberia, pero los mandamases de Naciones Unidas han decidido que el viaje por tierra es demasiado peligroso y la señora directora ejecutiva volará en helicóptero hasta allí. Todos los demás, incluidos Navam y Marek, que dirigen el programa, irán en vehículos destartalados o a pie, desde comarcas aún infestadas de críos con fusiles. Es increíble, la misma comunidad internacional que ha determinado repatriar a 300.000 refugiados liberianos en octubre hacia aldeas aisladas e indefensas teme por la integridad (física, no moral) de la señora directora ejecutiva si recorre escoltada en uno de sus imponentes Landcruiser climatizados las tres horas que separan Monrovia de Gbarnga. No siempre, pero no te puedes imaginar cuántas veces lo humanitario empozoña y desfigura lo humano.

No siempre. Esta mañana he estado en la casa que las hermanas de la Madre Teresa tienen en Monrovia. Se ocupan de lo que nadie en el inmenso tiovivo de las organizaciones humanitarias quiere hacer: cuidar a los tuberculosos y a los enfermos terminales de SIDA. 55 hombres y mujeres siameses de la muerte alfombran un par de cuartos pequeños, limpios y luminosos; en un tercero se deslíen 31 niños. Muchos son poco más que mondaduras de persona, carecen de fuerzas para incorporarse. Úrsula, polaca, y Rennet, bangladeshí, biznan sus llagas, lavan sus heces y orines, enarbolan sonrisas sobre lo que, a mis ojos, es una tundra de desconsuelo. Galardonan de amor toda esta sordidez. Por ellas, en ellas, porfía la vida. Nos han pedido dinero para comprar lejía, vendas y desinfectante: yo, después de hablar con Mateo, he querido darles más, mucho más, pero ellas me han dicho que sólo pueden aceptar lo estrictamente necesario. Funcionan con una lógica ajena a la que andamia el mundo, propalada hace siglos, dicen ellas, por un agitador ejecutado.

Unos niegan la existencia de Dios; otros, quizá con mayor fundamento rememorando la historia, niegan la existencia de la humanidad. Lo que he visto esta lluviosa mañana, como mínimo, refuta a los segundos.

PESADILLAS de la ZORRA en MONTENEGRO

POR GONZALO SÁNCHEZ-TERÁN.

Es como correr hacia un hospital con un enfermo de arena entre los brazos.
Ya no pueden más. Hace unas semanas el Gobierno aumentó dos tercios el precio de los carburantes; en consecuencia todo lo demás, arroz, ropa, escolaridad, ha multiplicado el suyo. Conakry es una ciudad derramada, una mancha de casuchas de una planta donde malvive un millón y medio de personas. Inexistente el transporte público, los pocos que tienen la suerte de ser asalariados acuden a sus distantes lugares de trabajo en taxis misérrimos dentro de los cuales se embrutecen siete pasajeros. La subida de la gasolina ha hecho que a la gente le cueste más ir a trabajar cada día que lo que perciben a final de mes. Por este motivo, ahora se ven filas de hombres bien vestidos caminando desde antes del alba durante horas por viejas vías del tren colonial hacia su labor para ganar jornales a ras de supervivencia. Del resto, la mayoría, los que rebuscan en los albañales de la realidad una gatera para cruzar al día próximo, qué contar: nadie sabe cómo lo logran. Ya no hay comida, sólo víveres; ya no se vive, se pervive.

El presidente, corrupto y asesino, aduce que el petróleo ha subido en el mundo entero por culpa de la inestabilidad en Oriente Medio, y lo peor es que en parte tiene razón. Supongo que los que lanzaron la guerra contra Irak pensaron en ello, y así, estas multitudes de existencias desmigajadas, de niños que no tendrán medios para empezar el colegio este año, de mujeres sin dinero para comprar medicinas (hablo de Guinea y de lo que veo a diario), serán considerados daños colaterales o víctimas del fuego amigo. Cuando una recesión económica global nos acecha en Europa, la vasta clase media toma sus cosas y penosamente desciende la escalera hasta el rellano de las clases bajas; cuando esto sucede en África, sociedades completas son desahuciadas de los sótanos y arrojadas a la intemperie de la miseria. Basta una pequeña ola para anegar a los que viven con el agua al cuello, y los tiburones están combatiendo en la charca.

Sólo exijo una cosa, que dejen de mentir. Éste no es el siglo de la globalización ni de la tecnología ni del terrorismo, es el siglo de la desigualdad: pactar con ella es cimentar guerras venideras en las que quizá mueran tus hijos; preferir otro enemigo, sea una bandera o una religión, es azuzarla.