El castellano sufre discriminación dictatorial en Cataluña, el tripartito actúa de forma totalitaria. Convierte a adolescentes en espías y delatores
Pedro Sainz Rodríguez, que sufrió exilio más de treinta años en tiempos del franquismo, que jugó un papel político en Estoril junto a Juan III, como el de Cánovas junto a Alfonso XII, encabezó el manifiesto de los intelectuales que defendieron el idioma catalán durante la dictadura de Primo de Rivera. José María Pemán, presidente del Consejo Privado de Don Juan, Conde de Barcelona, asumió la defensa del catalán durante el totalitarismo franquista. Inolvidado su gran artículo «El catalán, un vaso de agua clara». En los primeros años de la Transición, desde la agencia Efe y desde «ABC», di yo continuidad a esa política, porque la lengua catalana es uno de los grandes tesoros culturales de España. Sobre ella se han levantado monumentos literarios desde Maragall a Pla. La Academia sueca estudia otorgar el Premio Nobel de Literatura a Pere Gimferrer, en cabeza hoy de la lírica en España. Escribe en un catalán que deslumbró a Octavio Paz, traductor al castellano de algunos de sus poemas. Pere Gimferrer es un prodigio de aliento poético, nutrido por una vasta cultura literaria e histórica. En El diamante en el agua, el poeta, según dije en su momento, flota sobre los haikus japoneses, los templos de madera inclemente, las máscaras maquilladas y pálidas, la laca quemada bajo el vendaval, la luz de cerezo, un sol crucificado.
A mediados de los 80, publiqué en «ABC» un informe que alertaba sobre la exclusión del castellano en las escuelas y colegios catalanes. Me llamó mi buen amigo, y muy admirado, Jordi Pujol para asegurarme que la información era falsa. Le creí. Así es que envié a un equipo de periodistas a Cataluña que investigaron de forma aleatoria cuatrocientos colegios. El resultado fue desolador. Publiqué el reportaje, naturalmente, porque, en el ejercicio del contrapoder, el periodista tiene el deber de denunciar al poder cuando el poder abusa.
Lo que se desveló en aquel reportaje es hoy afirmación común y generalizada. Ahora podemos asegurar con los datos que tenemos en la mano que el castellano sufre discriminación dictatorial en Cataluña, a cargo del Gobierno tripartito, que actúa, en su política lingüística, de forma totalitaria. La enseñanza del idioma de Cervantes ha sido erradicada de hecho en escuelas, colegios y universidades. Los comercios y empresas que no rotulan en catalán son multados. La Generalidad audita los hospitales para comprobar si el personal habla catalán. El Gobierno de Maragall ha llegado a sondear a adolescentes, convirtiéndoles en espías y delatores, para averiguar el idioma que emplean sus profesores. El corresponsal del gran diario «Frankfurter Allgemeine Zeitung» calificó de «limpieza lingüística» lo que está ocurriendo en Cataluña. El Consorcio para la Normalización Lingüística de la Generalidad examinó no menos de 846 historiales clínicos, sin el consentimiento de los pacientes, para investigar el nivel de utilización del catalán. El prestigioso filósofo Eugenio Trías ha denunciado el nacionalismo lingüístico como una muestra en Cataluña de fundamentalismo, que se ejerce en todas direcciones y que abruma también a museos, hoteles, salas de exposiciones, galerías y los más varios establecimientos. La Generalidad ejerce un boicoteo implacable contra el grupo intelectual Ciutadans de Catalunya, que defiende con valor la libertad de elección de lengua. Zapatero ha aceptado de hecho, en el nuevo Estatuto, la aspiración nacionalista de imponer un modelo monolinguístico. Carmelo González, en fin, por poner un botón de muestra, como millares y millares de padres, no puede escolarizar a su hija en castellano.
Y bien. Todavía todos los habitantes de Cataluña hablan castellano. Solo la mitad conoce el catalán. Por eso la dictadura lingüística se ha convertido ya en un totalitarismo inaceptable. Como ha explicado Albert Boadella, los que defienden la libertad y los derechos humanos no pueden esconder la cabeza ante la tropelía. La política lingüística en Cataluña es como la de Franco, solo que al revés. Pero como la de Franco: imponer el dictado del gobernante contra la libertad.