Cataluña: La insolidaridad del «derecho a decidir»

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Asistimos durante los últimos años, a una exaltación por parte del nacionalismo independentista catalán, del derecho a decidir su destino, excluyendo de la misma decisión a la mayoría de los ciudadanos españoles. Esta expresión, derecho a decidir, se ha introducido en el lenguaje común, no solo por el nacionalismo, y encierra una filosofía insolidaria y por tanto contraria al Bien Común.

Durante estos años, también se ha apelado al derecho a la libre determinación externa (tratado ratificado por España en 1977), manipulando el sentido del tratado cuando se refiere al pueblo que toma esta iniciativa. Esta libre determinación externa atribuye a un determinado pueblo, de acuerdo a la legalidad internacional, la plena capacidad para decidir la formación de un Estado independiente, pero dentro de unas condiciones muy determinadas (colonialismo, dominación de potencia extranjera…). Nada de eso sucede ahora en Cataluña…

Este «derecho a decidir», mana fundamentalmente de una mentalidad burguesa, en la que lo mío está por encima del bien de todos y de cada uno de los miembros de la sociedad

Este «derecho a decidir», mana fundamentalmente de una mentalidad burguesa, en la que lo mío está por encima del bien de todos. Esta filosofía, usada por los nacionalistas y los partidos llamados de «izquierda», es absolutamente insolidaria, rompe con la tradición internacionalista de la izquierda  y favorece al neocapitalismo.

En aras a la solidaridad, y repasando la historia de España, podemos observar como las regiones más pobres han aportado con su trabajo (emigrantes) y con las inversiones del estado, una gran riqueza a las regiones más ricas. El enriquecimiento de estas regiones españolas no es independiente del empobrecimiento de otras regiones de la península o continentes. De esto se ha beneficiado sobre todo una burguesía que siempre ha defendido su estatus con uñas y dientes…

Hoy en día, son los migrantes empobrecidos, los que buscan su pan en regiones como Cataluña, los que han perdido a familiares y amigos en las aguas del Mediterráneo, los que vienen a enriquecer con su trabajo nuestro país, como siempre ha sucedido.

Pero el proceso, políticamente hablando, debería ser el inverso. La tendencia debería ser que, respetando la particularidades culturales, se construyan unidades políticas mayores al mismo tiempo que se promociona el autentico protagonismo de las personas. En definitiva, la persona humana debe ser siempre el centro y el sujeto de todo el orden institucional.

Por tanto hemos de trabajar por fomentar unos principios rectores de todo ordenamiento político, como son:

  • El Bien Común entendido como el bien de todos y de cada uno, sin exclusión de nadie. Es indivisible y debe ser construido por todos.
  • La solidaridad entendida como la decisión firme y perseverante de trabajar por el Bien Común de tal forma que todos seamos realmente responsables de todos
  • La subsidiariedad como garantía del protagonismo institucional de la personas y del pueblo.

Estos tres principios no se pueden desligar porque se corrompen. Y el nacionalismo es un proceso político que los corrompe.

  • El Bien Común se convierte en interés de un grupo cuando excluye a otros.
  • La solidaridad se convierte en corporativismo cuando excluye a otros.
  • La subsidiariedad se convierte en predominio de los más fuertes.

Digamos pues como Guillermo Rovirosa, catalán y militante cristiano pobre: ¡Ni banderas ni fronteras!

Juan Rodríguez