Catastrofismo «ecológico» y exterminio de la población

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A finales de los 60 el entomólogo Paul Ehrlich publicó La bomba poblacional, libro que vaticinaba una inminente catástrofe.

«Para fines del siglo veinte las necesidades humanas superarán con creces los recursos naturales del planeta. Inglaterra posiblemente dejará de existir como nación. La India sufrirá un colapso económico y social irrecuperable y una hambruna masiva barrerá el planeta, incluyendo los Estados Unidos».

El hecho de que sus teorías -a la vista está- no se hayan cumplido, no ha impedido que Ehrlich haya sido galardonado con el Premio Ramón Margalef, otorgado por la Generalidad y dotado con cien mil euros que Montilla entregó el pasado jueves 5. El que fuera asesor de Al Gore y más recientemente de Barack Obama sigue sosteniendo que la única forma de mejorar la vida de la sociedad es reducir el número de habitantes: «Piense en España. Tiene un 20% de paro. Con un 20% menos de población vivirían mucho mejor», aseguró recientemente a la agencia EFE este profeta que mantiene que sus teorías de control demográfico para combatir el cambio climático «sólo son polémicas entre los idiotas». El resto de la gente, dice, apoya sus hipótesis.

La humanidad, ese virus

Pero Ehrlich no está sólo en el delirio ecologista que ve en el hombre el principal enemigo. Aunque la producción de alimentos ha superado con creces las necesidades de la población y el hambre en el mundo no se debe a problemas físicos, sino políticos y sociales, las ideas maltusianas han calado con fuerza.

El filósofo humanista ateo Bertrand Russell escribió en 1951 un libro, El impacto de la ciencia en la sociedad, en el que afirmaba que «si la peste negra pudiera regarse por todo el mundo al menos una vez cada generación, los sobrevivientes podrían procrear libremente sin llenar demasiado el mundo».

Algo más tarde, en 1974, Henry Kissinger, miembro del Consejo de Relaciones Exteriores estadounidense emitió el Memorando 200 del National Security Council, un documento de carácter secreto que proponía el «control poblacional» como piedra angular de la política exterior. Impregnando el informe se hallan tétricas predicciones: crisis en reservas de agua, severas restricciones de energía y escasez de materias primas… todo por culpa del «crecimiento poblacional». En consecuencia, requiere que el Gobierno dirija sus políticas internas y externas a la eliminación de entre dos mil y cuatro mil millones de personas para el año 2000.

Ya en 1991, el célebre Jacques Cousteau declaraba en el Correo de la UNESCO que «para estabilizar la población mundial tenemos que eliminar 350.000 personas cada día». Ese mismo año el príncipe Felipe de Edimburgo declaraba a la Agencia Deutsche Presse: «En el caso de que me reencarnara, quisiera regresar al mundo en forma de un Catastrofismo «ecológico» y exterminio de la población, virus mortal, para contribuir en algo a resolver el problema del exceso de población».

Más ejemplos de radicalismo ecologista: el catedrático Barry Walters firmaba un artículo en la Medical Journal of Australia abogando por imponer una ecotasa a los padres de familia por cada bebé que traigan al mundo -ecotasa que podría recuperarse tras someterse a una operación de esterilización- y Paul Watson, presidente de la Sociedad Protectora Pastores del Mar señalaba en 2007 que «es necesario que reduzcamos la población humana a menos de mil millones»; la población mundial superaba entonces de largo los 6.000 millones de personas. Buen ejemplo de este ecologismo moderno es el ex vicepresidente estadounidense Al Gore, para quien «nuestro número amenaza el sistema ecológico que sostiene la vida»; por eso, «para luchar contra el cambio climático, es imprescindible estabilizar el crecimiento de la población».

Otro político, el británico Chris Davies, advertía en noviembre de 2007 desde el Parlamento Europeo que «la humanidad está hundiendo el planeta como un virus». Por eso, hay que «animar a las familias a no tener más que un hijo en un esfuerzo por combatir el cambio climático».

Ford y Rockefeller

En el mismo año, y en la misma línea de defender a la Madre Tierra de la ‘invasión’ humana, el catedrático de Medicina John Guillebaud hacía una llamada a reducir voluntariamente el número de hijos: «Ninguna especie puede vivir más allá del umbral de sostenibilidad de su entorno. Por eso, el condón, la píldora y el dispositivo intrauterino (DIU) deberían ser símbolos del movimiento ecologista tanto como lo es la bicicleta».

Y es que planificación familiar y ecologismo radical van íntimamente unidos, tanto como demuestra la espeluznante declaración de la ecoactivista británica Toni Vernelli al Daily Mail explicando por qué ha abortado a todos sus bebés: «Cada persona que nace produce más basura, más polución, más gases de efecto invernadero y contribuye a incrementar el problema de la superpoblación».

Lejos de ser radicales aislados, los activistas que propugnan la reducción del número de humanos están bien organizados. Arropados por fundaciones poderosas como Ford o Rockefeller, cuentan también con un organismo, Red de Población y Sostenibilidad’ (PSN en inglés) con sede en el Reino Unido. El PSN es una alianza intelectual compuesta por representantes de ONG de ayuda al desarrollo, instituciones académicas, universitarias y de cooperación entre las que se cuentan WWF, Oxfam o Ayuda en Acción.

Ni huéspedes, ni propietarios

Unidos para realizar una llamada de atención a la comunidad internacional sobre lo que llaman «desarrollo insostenible», afirman que el incremento de la población es el causante de problemas como el desempleo y el cambio climático.

Entre los miembros destacados de su comité directivo se encuentra Karen Newman, presidenta del PSN y ex consultora de entidades pro aborto como la Organización Mundial de la Salud, el Fondo de las Naciones Unidas para la Población o el IPPF, multinacional abortista en la que escribió la «Carta de los Derechos Sexuales y Reproductivos».

El co-presidente, John Guillebaud, es profesor emérito de Planificación Familiar en el University College de Londres y trabaja como practicante de vasectomías en el Churchill Hospital de Oxford.

Posturas tan radicales como las aquí descritas han llegado a instituciones internacionales tan conocidas como la ONU. Su ex secretario general, Kofi Annan, afirmó en el año 2000 que «nosotros no somos huéspedes de este planeta. Nosotros le pertenecemos». Kofi Annan asumía así uno de los postulados de este ecologismo radical en virtud del cual el hombre está al servicio de la tierra. Así lo señaló un estudio publicado por el Club de Roma (vinculado a los Rockefeller-): «La contaminación, el calentamiento global y el hambre son el enemigo perfecto. Y todos esos peligros son causados por la intervención humana. Por tanto, el verdadero enemigo es la propia humanidad».