Mientras los cebos se usan con animales no experimentamos más que la secreta alegría que proporciona la inteligencia. Para pescar, o para lo que sea, parece de sentido común que el uso de cebos es una realidad plenamente humana
El capote para el toro, el azúcar para el caballo, la zanahoria para el burro… la vida humana -y sus dichos- está plagada de aprobaciones para el uso de cebos.
Distinto es cuando ponemos un cebo a otro ser humano. El que lo ve frunce el ceño con razón. Nos disgustamos cuando vemos la trampa. Si el político promete y no cumple, nos molestamos, porque no nos gusta el cebo de la promesa para arrancarnos el voto. Si el empresario promete una gratificación que no llega, comentamos el disgusto en el seno del hogar. Si el vecino nos engolosina… percibimos pronto la mentira. Entre humanos le tenemos alergia al cebo.
Con los niños, que son personas pero que están creciendo, estamos en terreno lamentablemente intermedio. Cada día goza de menos prestigio ponerle cebos a los niños: “si apruebas te compro tal cosa”, “si te portas bien haremos cual viaje”. Muchos padres se dan cuenta de que algo va mal cuando se llega a esto que algunos llaman “corrupción de las motivaciones”. Aseguran que es una mala “inversión”.
En estos días estamos siendo víctimas de un cebo. Con la “ilusión” de resolver tal o cual problema (un cebo), Hacienda logra que paguemos alegremente un buen impuesto. Treinta de cada cien euros jugados van directamente a Hacienda. Más el porcentaje que hay que entregar al cobrar el premio.
Con la “ilusión” de resolver tal o cual problema (cebo) mío… dejo de reunirme con otros para resolver los problemas juntos. El paro, la vivienda, la educación… todos los problemas pueden resolverse de manera solidaria; ninguno se va a resolver porque mordamos el anzuelo.
Cuando entidades sin ánimo de lucro añaden un cebo (otros dos euros) al cebo nacional, simplemente se convierten en cómplices de semejante espectáculo inmoral. Algunos meten a Dios en el cebo, y no con ello deja de ser cebo, sino que se hace más patético y triste.
Cuando, como en el anuncio de este año, se juega con los sentimientos y se miente a una anciana sin ninguna necesidad, no es extraño que profesionales de la medicina protesten. No es la mejor manera de atender esa enfermedad. Añadir que lo mejor del premio es compartirlo no deja de ser un acto de cinismo, porque la lotería hace precisamente lo contrario. No reparte riqueza, sino que concentra riqueza. Lo hace, eso sí, con un cebo para personas. Nos trata como animales. Lamentable
Autor: Eugenio Rodríguez