China contra China

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De pronto, la inquietud internacional se vuelca hacia el estrecho de Formosa. Allí las tensiones se han agravado desde que el 14 de marzo el parlamento chino votara una «ley antisecesión» que por primera vez autoriza a Pekín a «recurrir a medios no pacíficos» contra Taiwan en el caso de que las autoridades de la isla optaran por la independencia «por el medio que sea».

Ignacio Ramonet
Le Monde Diplomatique
06-04-2005

De pronto, la inquietud internacional se vuelca hacia el estrecho de Formosa. Allí las tensiones se han agravado desde que el 14 de marzo el parlamento chino votara una «ley antisecesión» que por primera vez autoriza a Pekín a «recurrir a medios no pacíficos» contra Taiwan en el caso de que las autoridades de la isla optaran por la independencia «por el medio que sea».

La víspera, vestido con una chaqueta militar, y cuando acababa de ser elegido jefe de la Comisión militar central, el presidente Hu Jintao, también secretario del Partido Comunista, había llamado a los oficiales «a prepararse para un conflicto armado» (1). Una declaración que fue tomada tanto más en serio en la medida en que el presupuesto militar se había incrementado en un 12,6%.

El presidente de Taiwan Chen Shui-bian, cuyo partido pertenece al movimiento independentista, y que unos días antes había amenazado con promulgar una ley anti anexión, calificó el texto votado en Pekín como «ley que autoriza la guerra». También Estados Unidos manifestó su preocupación: «Esta ley anti secesión es desafortunada –declaró Scott McClellan– portavoz de la Casa Blanca. No hace ningún servicio a la paz ni a la seguridad en el estrecho de Formosa (…) Nos oponemos a toda modificación unilateral del statu quo (2). Conceptos reiterados al presidente Hu Jintao por la secretaria de Estado de Estados Unidos, Condoleezza Rice, en su visita a Pekín el pasado 21 de marzo.

Desde 1972 Washington acepta una sola China, y reconoce que Taiwan la integra. Pero en 1979 el Congreso votó por unanimidad una resolución que compromete a Estados Unidos a garantizar la seguridad de la isla. Y la reciente designación como embajador de Estados Unidos ante la ONU de John Bolton, acérrimo partidario de la independencia de Taiwan y ex asesor del gobierno de Taipei, no es lo más adecuado para tranquilizar a las autoridades de Pekín.

También Japón expresó su preocupación debido a «los efectos negativos de esta ley sobre la paz y la estabilidad de la región». Las tensiones entre las dos grandes potencias regionales han aumentado en el transcurso de los últimos meses. En febrero, Tokio anunció que sus fuerzas habían tomado el control de un faro situado en el archipiélago deshabitado de Senkaku, reivindicado por Pekín que lo llama Diayu. China calificó esta decisión como «grave provocación (…) totalmente inaceptable» (3). El archipiélago se encuentra en una rica zona de pesca donde se han localizado importantes yacimientos de hidrocarburos.

Para contrarrestar el peso de China en la escena internacional, Estados Unidos apoya ahora la principal reivindicación diplomática de Japón: conseguir un escaño permanente en el seno del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. En febrero de 2005, Tokio y Washington firmaron un comunicado conjunto, que cabe calificar de histórico, en el cual los dos países se proponen como «objetivo estratégico común» actuar a favor de «la resolución pacífica de las cuestiones referidas al estrecho de Formosa» (4). Es la primera vez desde 1945 que Japón abandona su neutralidad a propósito de Taiwan.

Pekín sigue convencido de que la administración Bush implementa todo un operativo de contención contra China, con Japón en el rol de aliado incondicional, de «Gran Bretaña asiática». Las autoridades chinas estiman que Washington alienta el rearme japonés al multiplicar sus bases militares alrededor de China (en Kirguizistán, Tayikistán, Afganistán, Uzbekistán) y consolidar sus vínculos militares con India, Sri Lanka, Malasia, Singapur y Tailandia.

Pero la partida no es sencilla. En el ámbito económico Washington necesita demasiado a China, que recicla buena parte de sus fabulosos excedentes en divisas comprando bonos del Tesoro estadounidense, financiando así indirectamente el déficit presupuestario de Estados Unidos (5). Por otra parte, Washington tiene una necesidad imperiosa de Pekín como intermediario indispensable en las negociaciones con Corea del Norte para lograr que el régimen de Pyongyang renuncie a las armas nucleares.

Pekín conoce sus cartas ganadoras. Y también su condición de potencia internacional cada vez más temida. Por eso el primer ministro chino Wen Jiabao alertó: «Resolver la cuestión de Taiwán es un asunto puramente interno, esperemos que no haya interferencias extranjeras». Después añadió muy lentamente: «Pero las interferencias extranjeras no nos asustan» (6).

Las tensiones en esta región ya tienen repercusiones hasta en Europa. La adopción de la ley antisecesión contra Taiwán ya tuvo como consecuencia postergar el levantamiento del embargo europeo sobre la venta de armas a Pekín. Levantamiento que reclamaban especialmente Francia y Alemania.

Cuidadosa de una estabilidad internacional que le permita proseguir su irresistible ascenso como potencia y le garantice una organización tranquila de los Juegos Olímpicos de 2008, China sabe hasta qué punto no puede ir demasiado lejos. Pero en un contexto interno donde el descontento social se intensifica, las autoridades han querido recordarle al mundo que la unidad nacional está ante todo, y que la separación de Taiwán constituiría un casus belli en sentido estricto.
NOTAS:

(1) Le Monde, 15 de marzo de 2005.
(2) Cable de Reuters, 14 de marzo de 2005 www.taiwandc.org/reuters-2005-03.htm
(3) El País, Madrid, 18 de marzo de 2005.
(4) Véase Yong Xue, «Is the Empire striking back?», International Herald Tribune, 17 de marzo de 2005.
(5) Véase Ibrahim Warde, «La suerte del dólar se juega en Pekín», en Le Monde diplomatique, edición española, marzo de 2005.
(6) International Herald Tribune, 15 de marzo de 2005.