China desvalija África en nombre del progreso comunista

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El gigante asiático ha abrumado con armas y millones de dólares a decenas de gobiernos africanos a cambio del constante saqueo de materias primas.

Aritz Parra

África ha dejado de ser la última frontera de la globalización. Ahora, sirve de escenario a una reñida carrera protagonizada por las principales potencias del mundo, que buscan beneficiarse de sus recursos naturales y materias primas. China, la última en llegar a este selecto club, está tomando las mejores posiciones, pero ha levantado una nube de críticas por el camino por su pragmatismo económico, libre de escrúpulos políticos o de mala conciencia por las violaciones a los derechos humanos que tienen lugar en algunos de los países africanos con los que hace sus principales negocios.

Poco a poco, China ha ido hundiendo sus raíces en Africa, desde las plantaciones de algodón en la Costa de Marfil hasta las minas de Zambia, pasando por los campos petroleros de Nigeria. Obreros de ojos rasgados siembran el continente de autopistas, puentes, presas, estadios de fútbol y hospitales, mientras los comerciantes introducen productos a un precio asequible, para muchos africanos. Pekín afianza sus vínculos bajo la máxima, repetida hasta la extenuación, de no interferir en los asuntos internos de sus socios. Una especie de haz negocios y no mires con quién, aunque el interlocutor sea un régimen acusado de genocidio, como el de Sudán, o un Gobierno que sume a su país en la pobreza, como el de Zimbabue.

Las diferencias entre el presidente de éste último, Robert Mugabe, y el primer ministro británico, Gordon Brown, acapararon titulares durante la cumbre de líderes europeos y africanos en Lisboa. Pero más allá de presencias y ausencias, el fracaso de los intentos por dibujar un mapa para las relaciones comerciales bilaterales puso de manifiesto cómo Europa ha perdido influencia en un continente que, al igual que Estados Unidos, creía suyo. Mientras, el gigante asiático ha ido haciendo caja y obteniendo recursos donde otros sólo veían pobreza, corrupción y un saco sin fondo de problemas.

Las relaciones económicas son más intensas que nunca. Con los 56.000 millones de dólares que sumó el comercio bilateral el año pasado -un incremento del 40% respecto a 2005-, China superó a Francia como segundo socio comercial de Africa. El Gobierno de Hu Jintao ha fijado como objetivo doblar la cifra para 2010, y varios analistas consideran que el dragón asiático podría superar a Estados Unidos como principal aliado comercial del continente en menos de cinco años.

En Africa ya trabajan 700 empresas y más de 750.000 trabajadores chinos, la mayoría en proyectos de infraestructura, petróleo o minas financiados con yuanes o el ingente fajo de divisa extranjera que China ha acumulado con sus exportaciones. A principios de la década de los 90, la inversión directa del gigante asiático en África era inferior a los 5 millones de dólares. Según el Banco de Desarrollo Africano, en 2006 ya había alcanzado los 11.700 millones de dólares.

Sudán es el principal destinatario de esta inversión, y también el segundo proveedor de hidrocarburos a China, dos hechos difíciles de aislar. Si en los años 60 y en el contexto de un mundo dividido por la Guerra Fría, los dirigentes comunistas buscaban en Africa aliados ideológicos, lo que ahora motiva la atención de Pekín es la búsqueda de recursos energéticos y materias primas que China necesita para alimentar su poderosa industria y un creciente consumo interno. Su primer proveedor de petróleo también es un país africano, Angola.

China busca petróleo o lo explota en casi una decena de naciones africanas, de donde obtiene más de un 30% de sus importaciones de combustible. Pero África también tiene otras materias primas en abundancia: China extrae cobre de Zambia, mineral ferroso de Sudáfrica, cobalto para fabricar teléfonos móviles o portátiles de Congo, madera de Camerún o Liberia, y manganeso para su industria del acero de Ghana.

«Un destino común y objetivos comunes nos han reunido aquí», señalaba en otoño de 2006 el presidente chino, Hu Jintao, al servir de anfitrión para los líderes de 48 estados africanos.Hu los había convocado en Pekín para anunciar que su país doblaría la inversión y la ayuda al continente. Tres meses después, en una gira por ocho países africanos, demostró que sus promesas eran reales.

Además de cerrar contratos, visitó universidades donde se enseña mandarín y hospitales con doctores que dan servicio a miles de pacientes africanos que antes no tenían acceso a medicinas.

¿Qué ha supuesto para África pasar de continente olvidado a región disputada? La subida de precio de las materias primas, por ejemplo, ha inyectado liquidez en la economía africana y, en buena medida, ha mejorado los sueldos. Tras décadas de crecimiento negativo, el continente ha prosperado a razón de casi un 6% anual desde mediados de los 90. China asegura que una quinta parte de este resultado se debe a su comercio. En Sudán, sin ir más lejos, esperan para este año un crecimiento del 13%, superior incluso a la alta velocidad de la economía china.

Más revolucionaria aún ha sido la irrupción de China para los africanos de a pie. Muchos pedalean ahora sobre bicicletas fabricadas en Cantón, se comunican a través de redes implantadas por ingenieros chinos o emplean pasta de dientes con sabor a té verde. Hasta los coloridos vestidos de muchas mujeres africanas llevan la etiqueta made in China, a expensas, eso sí, del cierre de fábricas y pérdida de empleos en la industria local, como ha ocurrido en Lesotho, Sudáfrica o Ghana.

El proceso, como era de esperar, ha generado fricciones, brotes de rechazo hacia empresas chinas, y conflictos que se han saldado con secuestros y asesinatos de obreros chinos. Pero Pekín se ha topado con los mayores recelos fuera del continente, con algunos sectores en occidente acusándole de actuar poco menos que como un mercenario en África y de instaurar una nueva forma de colonialismo.

Algunas de estas críticas se centran en que buena parte de la asistencia china tiene un fuerte componente militar, o que las ayudas sin condiciones y al margen de los estándares internacionales -China ha superado al Banco Mundial como principal fuente de préstamos y créditos al desarrollo para la región- contribuyen a reendeudar a varias naciones y desbaratar el trabajo de agencias internacionales y ONG. Pero, sobre todo, reprochan a Pekín que sus inversiones mantienen en pie a regímenes autoritarios que violan los derechos humanos o, como en el caso de Sudán, masacran a poblaciones enteras.

«En los intereses de China no entra liderar una coalición de déspotas y genocidas», replica Stephanie Klein-Ahlbrandt, experta del think tank estadounidense Council on Foreign Relations. «Está llevando a cabo una marcada revaloración de sus intereses políticos y económicos, que cada vez se asemejan más a los de una gran potencia y menos a los de un país en desarrollo luchando por proteger su soberanía», añade.

Desde el año 2000, China ha cancelado más de 10.000 millones de dólares en deuda para los 33 países africanos con los que mantiene relaciones diplomáticas, además de contribuir con 5.500 millones en ayuda al desarrollo. Esta semana, China realizaba su primera contribución al fondo de desarrollo del Banco Mundial y acordaba con su presidente, Robert Zoellick, cooperar para no agravar el problema de la deuda en África.

Hay más síntomas de un leve cambio: en Sudán, por ejemplo, el Gobierno chino ha presionado a su socio en Jartum y ha contribuido con más de 1.800 efectivos a las fuerzas de paz de Naciones Unidas. Los analistas ven en estas acciones un despertar de China a la realidad de que, en esta carrera, se juega mucho más que una fuente estable de recursos energéticos. Es su imagen como nueva potencia mundial, dicen, la que está siendo juzgada en África.

Apoyos

Sudáfrica

TRAS LAS MINAS DE HIERRO Y DE COBALTO. China representa tanto una atractiva oportunidad como una terrible amenaza para Sudáfrica, tal como señala el politólogo Moeletsi Mbeki: «Les vendemos materias primas y ellos a nosotros bienes manufacturados. El resultado es predecible: un grave desequilibrio comercial en detrimento de Sudáfrica». Que China abra sus puertas a la fruta sudafricana o que, en un intento de aplacar las voces que piden el boicot de sus productos, limite a un tercio las exportaciones de textiles, no ha impedido que el déficit comercial haya pasado de 24 millones de dólares, en 1992, a más de 400 millones el año pasado. El presidente, Thabo Mbeki, instó a sus colegas africanos a ponerse en guardia y no caer en una «relación colonial» con China que los reduzca a mera fuente de materias primas. Sudáfrica es el cuarto mayor proveedor a China de mineral ferroso y el quinto de cobalto. El pasado octubre el Banco Industrial y Comercial de China (ICBC), el mayor del mundo por capitalización bursátil y cuyo socio mayoritario es el Gobierno, adquiría un 20% del sudafricano Standard Bank, el mayor grupo bancario por activos de África.

Sudán

LA SOMBRA DE DARFUR. Junto con empresas suizas, francesas y alemanas, China es el principal socio financiero -aporta 1.800 millones de dólares y el grueso de la mano de obra- de la controvertida central eléctrica de Merowe, que ha supuesto el traslado forzoso de 50.000 habitantes. Pero las mayores críticas que ha cosechado Pekín se deben al papel que juega en el conflicto de Darfur, que en cinco años se ha cobrado más de 200.000 vidas y, según algunas ONG, ha desplazado a 2,5 millones de personas. China ha sido acusada de ser cómplice de Jartum en este «genocidio», dado que Pekín podría hacer mucho más para presionar al gobierno de Omar al-Bashir. No en vano, China compra a Jartum el 65% del petróleo y destina a su país el grueso de su inversión en África.Human Rights Watch acusa a China de haber proporcionado en la última década una de cada diez armas que llegaron al país. Pero cuando las ONG apuntaron al talón de Aquiles de los Juegos Olímpicos de Pekín se vieron obligados a reconsiderar sus posiciones. Nombraron a un enviado especial para Darfur, Liu Guijin, que acabó por presionar al gobierno de Bashir para que aceptara el despliegue de tropas de la ONU.

Zambia

EL PAIS DEL COBRE. Durante su visita al país, a principios de año, el presidente chino inauguró una Zona de Cooperación Económica en el corazón minero del país. Pekín invertirá 800 millones de dólares y, a cambio del cobre, creará miles de empleos. Pero Hu y su colega zambiano, el presidente Levy Mwanawasa, no pudieron hacer el anuncio in situ por temor a las protestas locales, motivadas por la muerte de 51 mineros en una explotación gestionada por chinos. El descontento por las condiciones laborales y los bajos salarios en empresas chinas en Zambia es tal que protagonizó la campaña electoral de las últimas elecciones presidenciales. Con promesas de echar a los chinos del país, el candidato que a la postre perdió, Michael Sata, obtuvo una holgada victoria en la capital, Lusaka, y en el Cinturón del Cobre, las dos zonas donde más patente es la influencia de las 160 empresas chinas presentes en el país. Tras acusar a los chinos de «explotadores» y de haber llevado a la industria local a la ruina con su invasión de bienes baratos, Sata prometió que, de ser presidente, reconocería a Taiwán como nación. Pekín declaró que cortaría las relaciones diplomáticas con Zambia si Sata triunfaba.