Cien mil cristianos en las prisiones de Corea

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Corea del Norte se ha convertido, por méritos propios, en el nuevo Auschwitz para los creyentes. Los motivos los explicó a finales de junio la alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, que denunció que alrededor de cien mil cristianos se encuentran en la actualidad encarcelados en campos de trabajos forzados del país comunista, 'sometidos al hambre, las torturas y las ejecuciones'.

Según la ONU, el régimen comunista continúa sometiendo a los fieles a trabajos forzados, torturas, hambre y ejecuciones.


Madrid- Corea del Norte se ha convertido, por méritos propios, en el nuevo Auschwitz para los creyentes. Los motivos los explicó a finales de junio la alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, que denunció que alrededor de cien mil cristianos se encuentran en la actualidad encarcelados en campos de trabajos forzados del país comunista, «sometidos al hambre, las torturas y las ejecuciones». Y no sólo eso: según asegura una nota hecha pública por las Obras Misionales Pontificias (OMP), «tanto ex funcionarios como prisioneros que han logrado escapar afirman que, en estas prisiones, los cristianos sufren peor trato que los que han cometido graves delitos».


   Pero la alarma no queda aquí. Desde que en 1953 se instaurara el régimen comunista en Corea del Norte, más de 300.000 cristianos han desaparecido y apenas quedan sacerdotes. Tampoco se tienen noticias del monseñor Francis Hong Yong-ho, último obispo de la cápital de Corea de Norte, Pyongyang, ni de los cincuenta sacerdotes que estaban censados en su diócesis en 1962, fecha en la que se perdió el rastro de todos ellos.


 


   Control estalinista. 


 Según el Informe sobre la Libertad Religiosa en el Mundo que cada año presenta el Departamento de Estado Americano, la situación de Corea del Norte es definida como «un régimen estalinista donde la libertad religiosa no existe y que pudiera tener el número más alto en el mundo de presos a causa de la religión». Y es que en Corea del Norte no está permitida ninguna presencia religiosa, ya sea budista o cristiana, ni tampoco cualquier práctica de actividad misionera. El único culto posible es el tributado a Kim Jong-il, comandante supremo del ejército y jefe de Estado. Cualquier organización religiosa o social debe inscribirse y ser controlada por el Partido Comunista porque, de lo contrario, se exponen a ser perseguidos y castigados con penas severas.


 


   Copiando a China.


Pero el «agujero negro» informativo en Corea del Norte provoca, además, otro problema: nadie sabe a ciencia cierta el número de bautizados en el país, aunque la asociación Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN) estima que más de 500.000 ciudadanos se declaran cristianos, lo que supone un escaso dos por ciento de la población total, mayoritariamente agnóstica «por obligación». Cierto es, según señala la agencia de noticias Fides, que la «Iglesia Patriótica» norcoreana -creada en 1989 a imagen y semejanza de su homóloga china- ha significado un tímido refortalecimiento de la Iglesia católica, aunque sea controlada, como no podía ser de otra manera, a través del Partido Comunista. Según el Gobierno del dictador Jong-il, unos cuatro mil ciudadanos podrían haberse inscrito en la llamada «Asociación Católica de Corea del Norte».


   Y por si los problemas del país comunista fueran pocos, en 1995 se vio obligado a reabrir sus fronteras y permitir la entrada de organizaciones humanitarias: la crisis alimentaria amenazaba entonces -y aún hoy- con acabar con la vida de millones de personas. Cáritas fue la única ONG católica a la que se le permitió trabajar en Corea del Norte, y desde entonces ha ofrecido ayudas por más de veintisiete millones de dólares en alimentos, atención a huérfanos, mujeres, ancianos o proyectos sanitarios. Aun así, el nivel de desnutrición -especialmente en los niños-, sigue siendo extremadamente alto y, sin ir más lejos, el Programa Alimentario Mundial de las Naciones Unidas alertó en 2005 de que más de seis millones de personas podían morir en el país si no se intervenía con ayudas humanitarias masivas urgentes.