Gran Bretaña es una estación de tránsito para los datos que el Viejo Continente recibe desde América, una circunstancia que le otorga, aun por escasos milisegundos, la exclusividad de la información a nivel comunitario, sobre todo para especular en los mercados financieros.
En junio de 1815, la mirada de los brokers londinenses se encontraba fija en un punto de la geografía belga, en la ciudad de Waterloo. Diversos indicios apuntaban a que su desenlace marcaría el devenir de la Guerra de los Cien Días, que enfrentaba al ejército napoleónico contra una coalición de ingleses, prusianos y holandeses por el control de Europa. De reojo, también seguían los movimientos de la familia Rothschild, sabedores de la estrecha relación -soborno mediante- que la saga de financieros mantenía con el servicio postal alemán.
De súbito, los Rothschild comenzaron a vender las acciones que poseían de empresas británicas, lo que no podía significar otra cosa que una nueva victoria de Napoleón. Cundió el pánico y se desplomó el valor de las majors de las islas. Para cuando el mundo supo que Inglaterra y Prusia se habían impuesto en los Países Bajos, los Rothschild ya habían recomprado, por medio de terceros, todos sus títulos a un precio bajísimo. El episodio no es más que la constatación primera, esta vez financiera, de esa máxima que asegura que quien golpea primero, golpea dos veces.
Hoy la información ya no viaja en sobres, sino en cables de fibra óptica, aunque también llega a la City de Londres antes que a ningún otro lugar del continente. Es un asunto coyuntural: diez de los trece cables transatlánticos que conectan los corazones financieros de América y Europa pasan por las islas británicas. Por ellos discurre el 95% del tráfico de voz y datos en Gran Bretaña, dejando al satélite con el porcentaje residual, dado que es una tecnología más cara que, además, está demasiado sujeta a los vaivenes de la basura espacial.
Así, Gran Bretaña es una estación de tránsito para los datos que el Viejo Continente recibe desde América, una circunstancia que le otorga, aun por escasos milisegundos, la exclusividad de la información a nivel comunitario. Según los cálculos elaborados por Financial Times, un byte demora 70 milisegundos en viajar desde Nueva York a Fráncfort, pero solo 65 en llegar a Londres. Cinco milésimas de segundo que pueden parecer insignificantes para un ser humano, pero no lo son para una máquina: durante este tiempo todas las operaciones automatizadas en Londres se habrán ejecutado antes de que en París siquiera conozcan la información.
El valor de un cable
"El Reino Unido es un hub de cable submarino para todas las instituciones financieras de Europa. Estamos hablando de fracciones de segundo, pero si llegas a un mercado antes, tienes ventaja", explica al FT Jack Steven, asset manager de Crown State, la corporación que gestiona el fondo marino en las islas. En realidad, Portugal es el país más cercano a Estados Unidos para entrar en Europa, si bien las autoridades lusas no están dispuestas a sufragar un mantenimiento, el del cable, que se 'come' 2.000 millones de dólares por cada 50.000 kilómetros de tendido en términos anuales. Y, acorde a la versión del Submarine Telecoms Forum, esta inversión ha de incrementarse en el corto plazo.
Los diez cables que llegan a Gran Bretaña garantizan a la City londinense la inmediatez de la información, incluso si alguno de ellos se enreda en las redes de un pesquero y se rompe. Otras regiones insulares como Madagascar o Islandia dependen de una sola conexión con el mundo.
Alfredo Pascual ( * Extracto)