Cipriano Mera. El general que sólo quiso ser albañil

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Sobrevivió al odio exterminador de Stalin y los comunistas españoles, y a la pena de muerte a la que Franco le condenó. Derrotó a Mussolini en Guadalajara y evitó la masacre de Madrid al final de la contienda incivil. Ahora el documental

Cipriano Mera, «un albañil que antes fue trapero y furtivo, nacido en 1897 en el madrileño barrio de Tetuán, aprendió a leer y a escribir con 23 años en la cárcel, llegó a mandar el IV Cuerpo del Centro del ejército republicano. Y, derrotado y exiliado, volvió al tajo, sin quitarse nunca de la cabeza la obsesión de matar a Franco -mientras Franco, que murió 20 días después que él, nunca dejó de perseguirle-.


Figueres, me dice que «la de Cipriano ya había empezado como una batalla antes de decidir por qué quería luchar». Brotan los recuerdos aprehendidos de la infancia mísera en un barrio mísero donde la escasa basura recogida por la madre en la vecina calle de Fuencarral engordaba la piara, y en donde la ausencia del asfalto y la ignorancia cavaron profundos e inabarcables charcos. «En el Madrid de 1910 se hizo albañil para mejorar la economía familiar que debía proporcionar sustento a ocho hermanos y rápidamente se sindicó en la asociación «El Trabajo» de la UGT de Largo Caballero. En 1917 toma contacto con los grupos de afinidad anarquistas y «La Idea» entra en su vida para no abandonarle jamás. Después, formó «Los Intransigentes» y «Acción y Silencio», batiéndose el cobre en los enfrentamientos de la década trágica del pistolerismo patronal de los 20 y contra la dictadura de Primo de Rivera. Diez años más tarde, tras muchos asaltos, huidas, huelgas, descarrilamientos, persecuciones, robos de explosivos y una vida entre el andamio, la cárcel y el ateneo, Cipriano es ya un gran líder obrero. Cuando participa en la insurrección de Zaragoza en el 33, junto con Durruti, la CNT templaba ya músculos sindicales de 1,5 millones de afiliados».


Teresa, siempre Teresa


Pero antes, y siempre, como su sombra, Teresa, la compañera fiel, la amante, la enamorada, la que sólo veía por sus ojos y la que sola vio morir de penuria a un hijo mientras su amor estaba en la cárcel; la que resistió ausencias interminables y soportó que por encima de ella y de sus hijos, la causa anarcosindicalista que había abrazado Cipriano fuera siempre lo primero; la que llegó al límite cuando en el 47 tuvo que atravesar con su hijo Floreal los Pirineos, caminando en alpargatas por la nieve, y le advirtió al albañil «esta es la última». Fue la única vez que lamentó su destino. Por ella, sólo por ella, Cipriano lamentó desde el presidio «tanta desesperación y tanto sufrimiento». «Teresa -le escribió- perdona mi pobreza».


A Mera, la sublevación militar del 36 le pilla en la cárcel Modelo, de la que era asiduo, por ser el presidente del sindicato de la construcción en Madrid durante la gran huelga. «Y allí -relata Figueres- se encontró por primera vez con José Escobar, su torturador, que, tras cinco días en que se había negado a comer, aislado, la emprendió con él hasta arrancarle parte de la dentadura. Meses después volvería a encontrárselo, en una situación distinta, Mera acababa de tomar Guadalajara y, en la prisión, los reclusos sacaron la bandera blanca. Entonces, los compañeros le pusieron delante a Escobar, animándole a la venganza, pero Cipriano, para el que la dignidad del hombre estaba por encima de todas las cosas, le despidió sin más contemplaciones que las de «que se vaya, pobre desgraciado». Sin embargo, no acabaría ahí su relación porque años después, corría ya 1946 y Mera disfrutaba de libertad condicional, acudió junto al «Ángel Rojo», Melchor Rodríguez, a la cárcel de Yeserías para tratar de impedir el traslado de unos compañeros muy enfermos, ya que eso les costaría la vida. De nuevo, José Escobar Toro está al frente del negociado. «Aquí viene Cipriano Mera -le dijo un subordinado- a pedirle un favor». A lo que Escobar contestó: «Pues aquí un favor para Cipriano Mera es una orden»».


Jamás usó su fusil fuera del campo de batalla, ni mató a nadie por odio ni por venganza porque eso, sostenía, traicionaría sus propias ideas «y nos convertiría en una de las dictaduras contra las que luchamos». Recuerda Figueres que cuando los comunistas, a través de Miaja, le propusieron que fusilase por sus ideas monárquicas a uno de sus coroneles, apellidado Brandis, Mera se negó en redondo a cometer semejante barbaridad. Tiempo después, en su exilio en el norte de África, donde sobrevivió al campo de concentración, en el desierto, escribiría: «Repugnante es que los hombres tengan que huir de los hombres para poder vivir».


La idea anarquista, apunta el investigador, fue como una flor entre los totalitarismos negros y rojos. «Se prepararon para la batalla frente a Hitler y Mussolini y se olvidaron de Stalin, que se puso como objetivo acabar con Mera y sus compañeros. Al menos dos atentados sufrió Cipriano por parte de los comunistas, sobre los que no cesó nunca la duda de su autoría en la muerte de Durruti. «El Viejo» se lo había advertido: «Si los comunistas te dicen que ataques de frente el Hospital Clínico es que quieren acabar contigo».


Helenio Molina, exiliado anarquista que estuvo junto a Cipriano, relata esa persecución en el documental de Figueres: «El año 37 fue una cabronada de los comunistas que venían tirándonos por detrás, porque esa es la verdad (…) Estaban asesinando a los compañeros con un tiro en la espalda. ¿Y en el parte sabes lo que ponían? Asesinado cuando intentaba pasarse al enemigo. Eso lo tengo todo documentado y le aseguro que no es un caso aislado». El mismo Mera lo confiesa: «Había aprendido a esperarlo todo de los comunistas, el chantaje de las armas rusas, la sañuda persecución a los hombres de la CNT y todo por imposición de Stalin».


Antimilitarista ferviente, llegó a mandar una división en un frente desde Somosierra a los Montes Universales de Cuenca, «y vio que el sometimiento de sus hombres a la disciplina militar era la única posibilidad de salir airoso de la contienda frente a un enemigo disciplinado y pertrechado. En Guadalajara venció utilizando, como siempre, sus habilidades de cazador furtivo, el factor sorpresa era decisivo. Con esa táctica dirigió a la famosa y bronca 14 división anarquista en un ataque a Brihuega donde logró la única victoria en la guerra haciendo que las tropas de Mussolini huyeran despavoridas y sufrieran importantes bajas. Por contra, en sus filas sólo murió un hombre de frío y otro resultó herido cuando se le disparó el arma en un pie. También la sagacidad fue fundamental en la toma de Cuenca, cuando acompañado de tan sólo 80 milicianos logró reducir a 300 guardias civiles que se habían hecho fuertes en un cuartel. Se plantó solo delante del cuartel y gritó «quiero que inmediatamente dejen las armas y se entreguen a la República. Mi nombre es Cipriano Mera y tengo mil hombres aquí fuera que les van a machacar». Lo dijo con tal convencimiento que los guardias se entregaron sin que se derramara una gota de sangre. Y es que no sólo se valió de su experiencia de cazador en El Pardo; sus dotes de actor, que cultivó en el teatro social de los ateneos para campañas de solidaridad con los presos, no le fueron a la zaga. ¡Cuántas veces se disfrazó para cruzar los frentes e infiltrarse, para conocer de primera mano lo que pasaba! «.


El relato del otrora militante anarquista Ramón J. Sender, cuenta cómo Mera recibió a Hemingway en Somosierra. «…En cuanto le echó la vista encima, vio Mera que todo en Hemingway era falso, menos su vanidad. Mera no recordó nunca a Hemingway desde que lo perdió de vista, pero éste no pudo olvidar nunca a Mera».


De sus guerras, el albañil, que no quiso mayor gloria para sí que la de la paleta, fue traicionado por los suyos e incluso expulsado de sus filas, y vivió en la más extrema austeridad trabajando en el tajo hasta los 73 años, sólo obtuvo como recompensa dos maletas: la que recibió el 28 de marzo de 1939, como otros jefes vencidos del bando republicano, con joyas y dinero y que devolvió al Banco de España con la nota «De parte de Cipriano Mera», y la que le acompañaría en todos sus destierros, la encontró el equipo de Figueres, olvidada sobre un armario en la casa de la viuda de Floreal. Dentro, los partes de guerra del IV Cuerpo del Ejército del Centro, manuscritos, recuerdos…; fuera, la ignorancia de sus nietos que nada sabían del abuelo general, y a los que Floreal -fallecido en 2002- ni siquiera instruyó en el idioma de los suyos, el español. Porque Floreal, no perdonó el abandono, el sacrificio del desabrigo de quien tanto amó. Dice la viuda que la herida de su paso desnudo por los Pirineos fue tal que le impidió volver a ver jamás la nieve.