Tres mil mujeres de toda Colombia recorrieron distancias de hasta 1.200 kilómetros hasta llegar al Putumayo, al sur del país, en una gigantesca manifestación femenina contra la guerra. Es una movilización que se repite desde hace seis años con un mismo mensaje: «ni un hijo, ni un peso, ni un día más para la guerra». Un ejemplo, digno de recordar el dia mundial de la mujer trabajadora. Una ejemplar acción solidaria frente a la cultura de muerte que sufren…
FUENTE: El País, 14 de diciembre de 2003
Por Pilar Lozano
Tres mil mujeres de toda Colombia recorrieron distancias de hasta 1.200 kilómetros hasta llegar al Putumayo, al sur del país, en una gigantesca manifestación femenina contra la guerra. Es una movilización que se repite desde hace seis años con un mismo mensaje: «ni un hijo, ni un peso, ni un día más para la guerra».
«Las mujeres paz haremos, fumigaciones = miseria», se leía en las pancartas que adornaban la carabana de 96 autobuses que viajaron a este departamento —recostado a la frontera con Ecuador—, uno de los que han sufrido con mayor rigor los efectos del llamado Plan Colombia —financiado por Estados Unidos—, que busca acabar con los cultivos de coca a punta de fumigaciones.
«¿Cómo está afectando a las muejres en el conflicto que vive el país?», fue la reflexión que llevó a cuatro líderes feministas a crear la Ruta Pacífica de las Mujeres, movimiento que agrupa hoy a 315 organizaciones, entre ellas las Mujeres de Negro. «Queríamos conocer la cotidianidad de las mujeres en medio de la guerra, solidarizarnos con ellas y convertirnos en actoras de paz y sujetos políticos formulando propuestas», contó a este periódico María Eugenia Sánchez, una de las promotoras. «Nos dimos cuenta de que nadie incluía en su agenda este tama».
A finales de noviembre, para coincidir con el Día Mundial de la No Violencia Contra las Mujeres, la Ruta Pacífica programa grandes movilizaciones a los sitios más golpeados por el conflicto. «Vamos donde nadie se atreve a ir», dice María Eugenia. La idea, además es recuperar el territorio para la civilidad, «nos pertenece», afirma rotunda esta líder feminista.
Este año escogieron Putumayo para denunciar los efectos de la política antinarcóticos y las fumigaciones. «No a las fumigaciones; sí a la erradicación no violenta de la coca», es su posición. Este departamento llegó a tener más de 100 hectáreas de coca. Hoy, luego de la agresiva lluvia de glifosato, han muerto hasta los cultivos alternativos. Son muchas además las dudas en cuanto a sus efectos sobre humanos y animales.
Antes del viaje, marchadoras enviaron mensajes a la guerrilla y a los paramilitares. Los llamaron a convertir en corredores humanitarios los trayectos que pogramaron recorrer. No las detuvieron ni los atentados de las FARC, que días previos a la movilización volaron en la zona 40 pozos de petróleo.
Con ollas y avionetas de cartón esparcieron semillas «para que el alimento nunca falte» en Putumayo. En Mocoa —la capital de partamental— se unió a la manifestación Aleida, una mujer que sufre prisión por servir de camello de cocaína. La dejaron salir con otras seis presidiarias, acompañada de sus guardianas, para participar en el acto de denuncia ya hablar de su drama: «Pedimos a toda la sociedad que reconozca en nosotras a las víctimas del flagelo del narcotráfico y no nos vean como eslabones en la cadena del delito».
El último día y a última hora debieron incluir en el progrma un minuto de silencio. Un homenaje a Luz Marina Garzón, asesinada a las seis de la mañana en la puerta de su casa frente a su pequeña hija, justo el 26 de noviembre, Día Mundial de la No Violencia Contra la Mujer. Luz Marina era presidenta del Comité de Derechos Humanos de Villa Garzón, población del norte de Putumayo.
En estos seis años, la ruta ha visitado también Barrancabermeja, puerto petrolero a orillas del río Magdalena y epicentro de la conflictiva zona del Magdalena Medio. A esta ciudad, de larga historia de luchas sindicales y cívicas, llegaron los paramilitares a comienzos del año 2000 y, como lo hacen siempre, con cuota de sangre y desplazamiento, impusieron su ley y sacaron a la guerrilla. La marcha de 5.000 mujeres se dio cuando la ciudad ya estaba bajo control de estos ejércitos de extrema derecha. Llevaron una voz de aliento a la Organización Femenina Popular (OFP), que desde hace 30 años trabaja por la defensa de los derechos humanos y es símbolo de la resistencia contra la visión «para». En octubre pasado, una de sus líderes, Esperanza Amarís, vendedora de lotería de 40 años y madre de dos hijos, fue asesinada. Tres hombres fuertemente armados la obligaron a subierse a un taxi; su cadáver apareció cinco cuadras más adelante. Se sabe que los «paras» la tenían amenazada.
Los últimos martes de mes
Marta, una mujer de 50 años y madre de seis hijos, baja de su casa colgada de las lomas que rodean Medellín a cumplir una cita en el parque Berrío, en el centro de la ciudad, con mujeres como ella que ese día visten de luto.
Marta forma parte de Mujeres de Negro, un movimiento internacional que nación en Israel y encontró campo abonado en Colombia. Son mujeres que han perdido hijos, maridos, familiares en la guerra. «Las mujeres no parimos hijos para la guerra, sino para la paz», es su consigna.
«De una u otra manera nos respaldamos porque el dolor nos ha golpeado duro en Medellín», afirma esta líder comunitaria. Esta ciudad, la segunda del país, ha vivido los últimos veinte años una cadena de guerras, enlazadas una tras otra, desde que anidó allí el narcotráfico. La última, la de los paramilitares, se anunció cuando apareció en un sitio público la cabeza de una de sus primeras víctimas. Querían aterrorizar y mostrar que su guerra contra la guerrilla —FARL y ELN— instalada en los barrios pupulares, como un ejército invarsor, iba en serio.
«En la comunidad organizamos plantones cada vez que matan un muchacho», cuenta Marta, y habla del dolor de verlos caer «cosidos a bala» y de los afanes de las madres porque muchas veces les han prohibido realizar el velatorio en las casas.
Los abusos de los armados contra las mujeres han sido de todo tipo: desde prohibirles el uso de faldas altas y blusas cortas hasta la violación y la persecución a las líderes. «Aquí sufirmos calladamente esperando a ver cuándo el Gobierno recompensa a las madres que han visto caer a sus esposos e hijos; esto ha sido muy injusto», opina Marta ahora que en su ciudad empezó la desmovilización de los paramilitares. «Los hombres hacen la guerra; nosotras, a pesar de que no perdonamos ni olvidamos, pensamos que con la concertación y el diálogo es posible que acabemos con tanta sangre».