Cómo conseguir el hombre perfecto

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Lector habitual de prensa, por afición y por obligación, no me escandalizan las exageraciones o las tonterías que se pueden leer en un diario. Pero me resulta difícil recordar la última vez que leí una afirmación tan terrible como la del flamante premio Príncipe de Asturias de Investigación.

El nuevo premio Príncipe de Asturias de Investigación, doctor Ginés Morata, ha
declarado en una entrevista que no ve con malos ojos la posibilidad de manipular la inteligencia «si con ello conseguimos que las personas poseamos mejores sentimientos y anulemos los genes que nos conducen a actos de violencia (…) Si podemos modificar una mosca, ¿por qué no vamos a poder manipular a una persona?».

Lector habitual de prensa, por afición y por obligación, no me escandalizan las exageraciones o las tonterías que se pueden leer en un diario. Pero me resulta difícil recordar la última vez que leí una afirmación tan terrible como la del flamante premio Príncipe de Asturias, cuyo precedente más cercano es el del científico pirado, protagonista de mil películas en las que pretende dominar el mundo mediante un invento estrambótico; en la vida real el antecedente es peor: el científico favorito de Hitler, el doctor Josef Mengele, que experimentaba con judíos para mejorar la raza aria.

La posmodernidad ha arrasado con el fundamento de la era moderna, en virtud del cual la ciencia y la razón serían capaces de encontrar la solución de cualquier problema humano. Accidentes como el de Bupal o Seveso, que hace cuarenta años produjeron la muerte de miles de personas en la India e Italia, se convirtieron en el icono de lo peligroso que puede resultar el progreso científico; detrás de cada hallazgo se esconde un nuevo riesgo. De la razón, ¿para qué hablar? Nada más razonable que la utopía comunista impuesta por Stalin y sucesores, o el intento de salvar a Vietnam de esa tiranía comunista a golpe de bombas de napalm.

Es realmente peligroso que la ciencia, los científicos, se constituyan en los árbitros de la conciencia humana. Dice el doctor Morata que estamos a un cuarto de hora de poder manipular la inteligencia del hombre para así conseguir que tengan mejores sentimientos. Lo que no dice, y ningún científico podrá imponer por muy sabio que sea, qué sentimientos son mejores que otros. Alegrarse por una victoria del Barça y por la derrota del Madrid. ¿Es un sentimiento bueno o malo? ¿Indiferente? ¿Y dónde está la línea que delimita los sentimientos indiferentes de los malos?

Según creo, una adecuada combinación de la última versión de gas mostaza con la fisión de unas cuantas bombas de hidrógeno podría dejar el planeta sin vida en apenas unos minutos. Un adelanto científico, sin duda, pues hace apenas un siglo sólo éramos capaces de fabricar bombas que mataban de cien en cien. Ahora ya podemos manipular una mosca (¿tendrá la mosca sentimientos malos?), pero dentro de nada también podremos manipular la inteligencia humana (que sin duda los tiene). La comparación del doctor Morata resultaría ridícula si no fuera trágica.

Deducir que, dada la similitud de los genomas, el hombre y la mosca merecen el mismo tratamiento resulta un escabroso disparate, a partir del cual sólo se puede temer lo peor: primero se establecen los parámetros del hombre perfecto, después se somete a la población a un proceso de manipulación masiva que lleve a la conformación de todos al modelo preestablecido y, por último, cuando se advierta que este proceso resulta insoportable para las finanzas públicas, se adapta un modelo sostenible: a partir de la manipulación genética se procederá a fabricar hombres con cero defectos y buenos sentimientos desde el principio. ¡Qué feliz sería el doctor Mengele si levantara la cabeza!

No es nada personal. No tengo el gusto de conocer al doctor Morata y seguramente una entrevista periodística (Expansión, 21 de junio) no es el marco más adecuado para reflexionar sobre la manipulación de la inteligencia humana. Pero mis eventuales exageraciones o desenfoques no invalidan la cuestión de fondo que hoy está planteada: la visión unidimensional del hombre, valorado sólo desde un punto de vista científico, es, desde luego, un disparate, pero corremos el peligro serio de que nos sea impuesto.


Si el corazón tiene razones que la razón no comprende, la conciencia del hombre tiene preguntas que la ciencia nunca podrá responder. Y manipular la inteligencia y la conciencia del hombre es como cortar la lengua al niño impertinente para que deje de hacer preguntas, y así evitarnos la molestia de responderlas.