La subida en los precios de los alimentos experimentada en 2007 y 2008 puso en alerta a los países que tienen que importar comida. Su solución ha sido comprar grandes extensiones de tierras cultivables en países con terrenos fértiles
Fuente: REVISTA FUSIÓN (EXTRACTO)
¿Asistimos a una nueva forma de colonialismo o el sistema puede traer beneficios? Empecemos con un dato curioso y escalofriante a la vez: 2008 fue el año donde la humanidad produjo la mayor cantidad de alimentos de su historia. Y no es cuestión baladí, porque si recordamos, también en 2008 los alimentos alcanzaron precios récord. ¿Cómo es posible esta circunstancia ilógica? Muchos apuntan a que parte de los alimentos vieron incrementados sus precios por ser destinados a la fabricación de biocombustibles, pero este hecho por sí solo no explica el incremento de precios en leche, las verduras o el arroz -que no se emplea como agrocarburante-. La respuesta tiene que ver con la especulación. Diversas fuentes coinciden al señalar que este incremento en los precios ha sido provocado por especuladores que emigraron de la Bolsa de Valores de Nueva York e invirtieron en la Bolsa de Chicago, que es la que marca el precio de los alimentos para todo el planeta.
Al llegar, se dedicaron a comprar las próximas siembras completas de trigo, maíz y arroz, lo que provocó una escasez ficticia que subió los precios internacionales. Paralelamente, los países que tenían grano para vender paralizaron las ventas, limitaron sus exportaciones, por lo que los compradores -que necesitaban alimentos para sus países-, se vieron indefensos. Al ver que los alimentos se habían convertido en un bien especulativo, la solución que encontraron fue comprar terrenos fértiles para desarrollar sus propios cultivos.
Este proceso no es nuevo, ya se inició en los años 70. En esa época Brasil o Argentina empezaron a vender espacios enormes. Quizá lo que es nuevo y ahora llama la atención es que África está ahora en la lista de los que venden. Efectivamente, hoy el 10% de Argentina pertenece a inversores extranjeros, incluso particulares, entre los que se cuenta a Douglas Tompkins, dueño de gran parte de la Patagonia argentina y chilena y poseedor de terrenos con importantes acuíferos y reservas de agua dulce de Latinoamérica.
Actualmente los grandes compradores son el gobierno de Corea del Sur -que posee en el extranjero más tierras fértiles de las que tiene en su propio país-, seguido de China, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Japón.
Pero en este proceso de compra de grandes extensiones de tierras cultivables también participan empresas que especulan con la alimentación, precisamente muchas de las que han llevado a sufrir la situación actual. Monopolios agroimperialistas como la estadounidense Goldman Sachs o el alemán Deutschbank. Incluso el Banco Mundial ha asignado millones de dólares para que las empresas agrícolas compren «tierras infrautilizadas», mientras paralelamente condiciona la concesión de préstamos a países como Ucrania a que abran sus tierras a los inversores extranjeros. Hoy la tierra es un negocio y también una necesidad.
Con estos ejemplos, podemos tener una idea aproximada de los peligros que acechan tras este proceso que muchos han bautizado como «colonialismo agrario». El propio director de la FAO declaró el 10 de septiembre al Wall Street Journal de la «alerta del neocolonialismo de tierras en los países del Sur por especuladores con materias primas y alimentos».
Entre los riesgos del proceso, el primero sería despojar a los países vendedores de su soberanía alimentaria. Es decir, que nos encontremos en la situación de un país en hambruna mientras los campos cultivados llevan el grano al extranjero. En Camboya hay medio millón de personas pasando hambre, mientras su gobierno vende terrenos fértiles.
Otra nota de atención tiene que ver con la desprotección de las tribus indígenas o los campesinos sin documentos de propiedad, que pueden verse expulsados fácilmente de unas tierras que se han vuelto de oro. En países como Bolivia se vendían las haciendas con los trabajadores dentro, como si fuesen árboles.
A mediados de marzo de 2009, las revueltas populares y violentas en Madagascar propiciaron la renuncia de su presidente y un cambio de gobierno. Uno de los motivos de la rebelión del pueblo malgache era que su gobierno quería alquilar un millón de hectáreas de tierras fértiles a la surcoreana Daewoo para producir alimentos para su país. El contrato suponía que la mitad de las tierras cultivables de la isla quedasen en manos extranjeras durante 99 años. Si tenemos en cuenta que el país tenía que importar alimentos y que en agosto de 2008 tuvo que pagar el arroz, un 70% más caro que en los mercados locales, se comprende la indignación de los habitantes del país: tenían tierras fértiles y estaban pasando hambre. Y en Pakistán los campesinos se organizan contra el desplazamiento de aldeas propiciado por la venta de tierras de cultivo a Qatar.
Evitar que la comida se convierta en fuente de negocio es la tarea futura imprescindible.